No importa por donde se mire la situación mundial en general es convulsa y poco esperanzadora, con liderazgos débiles o erráticos, y líderes autócratas, populistas, corruptos o representantes de la extrema derecha, que aprovechando la reaparición de los más execrables sentimientos de superioridad racial, y de rechazo a los inmigrantes, emergen como alternativas para un grupo de votantes cuya frustración o su fanatismo religioso los separa de la razón y los hace seguir cantos de sirena equivocados de que sus países volverán a ser los grandes imperios que eran, aunque quienes lo prometen tengan más capacidad de destruir que de construir.
El patético debate entre los dos candidatos rivales a la presidencia de los Estados Unidos de América aumentó la enorme frustración de que esas sean las dos opciones, el presidente Joe Biden que a sus 82 años y a pesar de un gobierno con grandes aciertos no debió haberse presentado nuevamente por su avanzada edad y evidente deterioro de sus capacidades, y el ex presidente Trump, con 78, condenado por delitos penales y quien tampoco debería ser candidato, el cual con cada intervención reafirma lo que muchos repudian, su narcisismo , su uso patológico de las mentiras, su cinismo y su desprecio al imperio de la ley, principio cardinal en el que se ha basado la fortaleza de esa nación que paradójicamente él promete hacer grande nuevamente.
La victoria en las elecciones para el parlamento europeo de la ultraderecha en Francia encarnada por Marine Le Pen, la hija del fallecido Jean Marie, repudiado por muchos que jamás pensaron llegaría este momento, y la derrota del centrista partido del presidente Macron que llegó en tercer lugar, provocó que este tomara la arriesgada decisión de hacer uso de su facultad constitucional de disolver la asamblea convocando elecciones legislativas anticipadas, apostando a que de esa forma sacudiría a la ciudadanía francesa ante el peligro del avance de la extrema derecha, y lograría el apoyo de la izquierda. La repetición del triunfo de Le Pen en la primera vuelta del pasado domingo, y el importante porcentaje de participación en estas de 69% muy superior al de las pasadas legislativas, y las estrategias de retiro de candidaturas que quedaron en un tercer lugar por izquierdistas y centristas para poder asegurar mejores resultados en la segunda vuelta del próximo domingo y así tratar de evitar una mayoría absoluta de la extrema derecha y que pueda nombrar un primer ministro que cohabitaría con el presidente, electo hasta 2027, evidencian la gravedad de lo que está en juego en ese país de tradición liberal, cuna de los derechos humanos, que se divide entre quienes rechazan la inmigración masiva y la penetración del islamismo, y quienes apuestan por la integración.
Precisamente Biden y Macron han sido protagonistas del apoyo internacional a Ucrania rechazando la invasión rusa perpetrada por Putin, y mientras estos tratan de hacer valer el poder de la OTAN y la libertad de otros países europeos de integrarse a esta como es el caso de Finlandia y Suecia, Putin se regodea ante los pronósticos de firmas encuestadoras que le dan ventaja en la contienda a Trump, y trata de mantener vínculos con socios estratégicos como China, Corea del Norte y Turquía para fortalecer el frente anti americano que busca eclipsar definitivamente el poderío de ese decadente imperio.
La globalización y los acuerdos comerciales abrieron las fronteras, pero el aumento de la migración busca cerrarlas, por eso no es de sorprender que los resultados de las elecciones estén marcados por el rechazo a esta, ya sea en Estados Unidos, en Francia, o en Reino Unido donde aunque se espera que el partido laboral derrote a los conservadores en el poder desde hace más de dos décadas, se temen los resultados que alcanzaría Nigel Farage, extremista conservador señalado como arquitecto del Brexit, y amigo de Trump, también por el temor a que se reproduzcan oscuros capítulos de la humanidad derivados de sueños de supremacía imperialista que terminaron en horribles pesadillas. Asistimos probablemente a la caída de un imperio, y por lejanos que puedan parecernos los pulsos de las potencias mundiales, nada de lo que acontece nos es ajeno y nos impactará en mayor o menor grado, y aunque nada es perfecto, definitivamente siempre de un lado están quienes representan el bien, y del otro quienes encarnan el mal. Esperemos que por el bien de todos, la humanidad sepa escoger y hacer que triunfe el bien sobre el mal.