Reducir, como hacen algunos, la presente guerra entre Rusia y Ucrania a una lectura en clave geopolítica lleva a la engañosa conclusión de que el factor determinante de esta escalada de las diferencias entre esos dos países debe buscarse en la “lógica” reacción defensiva del primero ante el expansionismo militar de los países europeos, junto a los EEUU, agrupados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN. Hay algo de cierto en eso, pero difícilmente podremos comprender el porqué de ese conflicto bélico si no profundizamos en la historia de las relaciones Rusia-Ucrania y en la naturaleza esencialmente expansionista, belicista y agresiva de las élites que gobiernan las grandes potencias económico/militar.
Es difícil entender el diferendo entre estos dos países, hoy en guerra, si no hacemos referencia a la tradicional actitud de Rusia hacia la gran cantidad de pueblos y nacionalidades de su entorno y las reacciones de éstos frente aquella. Putin, en recientes declaraciones afirmaba que Ucrania, al igual que los países bálticos, nunca han sido propiamente estados. En el fondo, ese razonamiento refleja la idea de las élites rusas sobre las naciones y países contiguas a su país. Rusia, incluso durante la existencia de la ex URSS. Recordemos la condena de Lenin y otros dirigentes de la revolución bolchevique, al llamado chovinismo gran ruso con que algunos dirigentes trataban a los pueblos y nacionalidades que integraron la ex Unión Soviética.
Recordemos la rusificación forzosa de territorios y pueblos, mediante asentamientos de millones de pobladores rusos, la expulsión poblaciones prácticamente autóctonas, como los tártaros en Crimea e imponiendo la lengua y costumbres rusas. Por eso, cuando Gorbachov inicia el proceso de liberalización del sistema soviético, surgieron viejas disputas territoriales y reivindicaciones de derechos de minorías étnicas oprimidas, que condujeron a una crisis de gobernabilidad y disgregación territorial que hicieron colapsar el sistema. Los países bálticos y Ucrania fueron los primeros en declararse independientes. Yelsin, padrino de Putin, quiso recomponer sistema mediante la llamada Comunidad de Estados independientes, CEI, de brevísima existencia.
La presente invasión a Ucrania se inscribe en el viejo sueño de recomponer esa CEI, incrementando el poderío territorial y militar de Rusia, tomando estados y naciones geográfica e históricamente cercanas a esa potencia. Ante el peligro de perder definitivamente a Ucrania, Putin la invade en una acción de ominosas perspectivas tanto para Ucrania como para Rusia desde el punto de vista de los costes humanos, migratorios y materiales, para las economías de Europa y en gran medida del mundo. Al mismo tiempo, estimula la producción de armamentos militares de Europa, Estados Unidos y otros países; ya Alemania anuncia su involucramiento en el conflicto, mediante el envío de armamentos militares s a Ucrania.
Por otro lado, tampoco debe apoyarse la OTAN, ese amasijo de ejércitos de larga tradición interventoras, cegadoras de vida de inocentes, que nunca ha titubeado en bombardear y destruir ciudades y pueblos en diversos países no europeos, no tiene ninguna autoridad moral para hablar en nombre de la autodeterminación de los pueblos ni tampoco le interesa el destino del pueblo simple ucraniano. En tal sentido, cuando no se tiene una clara visión progresista de los conflictos armados se suele ser maniqueo y, como en los deportes, se suele tomar partido por una de las partes recurriendo a más fiero fanatismo. En este conflicto, quien sin apelación tiene todas las de perder son los soldados y los inocentes, la población más vulnerable.
De parte de Rusia, son los pobres soldados que ofrendan la flor de sus vidas para “gloria de la patria” la que, de hecho, sólo le pertenece a una élite rusa que desde siempre ha despreciado las naciones y pueblos no rusos. A tal propósito, vale detenerse a reflexionar sobre el fenómeno Putin. Cuando un Yelsin, Incurablemente enfermo, decide escoger su sucesor, sí de eso se trataba, de escoger un sucesor, opta por ese personaje, un ex oficial de la KGB sumamente popular porque fue quien a sangre y fuego impuso el dominio ruso en Chechenia, yugulando el secesionismo. El sentimiento chovinista gran ruso, ese ultranacionalismo cerril y corrosivo que alimentan las élites rusas en vastos sectores populares para sostenerse en el poder sirvió de base para su escogencia al frente del Estado.
Ese sentimiento ultranacionalista de ultraderecha, en parte, constituye una de las razones por la cual este financia a los grupos y partidos nazisfascistas en Francia, Italia, Austria, Hungría, a Trump en los EEUU y a Bosonaro en Brasil, por lo cual es un despropósito de alguna gente que se dice de izquierda apoyar a tan nefasto personaje. La guerra que ha desatado tiene una clara tendencia hacia el fracaso para él y para la población bajo su yugo. Podrá tomar a Kiev, pero el coste para mantener su ejército en Ucrania a la larga será impagable, porque el ancestral sentimiento anti ruso de gran parte de la población de ese país ha crecido de manera exponencial fortaleciendo la resistencia al invasor en todos los segmentos de la población ucraniana.
La paz de Ucrania solo será posible si se mantiene fuera del juego de los bloques militares, neutral como lo fue Austria una vez. Putin difícilmente podrá doblegar a un país de más de 40 millones de habitantes, el mayor de la exURSS, después de Rusia. Además, como dice la reputada historiadora Hélène Carrère, Ucrania no es Crimea, Donbas o Chechenia, puede que se haya metido en un laberinto del cual saldrá irremediablemente tocado de mala manera. Pero, desafortunadamente, dejará miles de muertos y un mundo menos seguro, más débil moral, económica y políticamente.