La vida dominicana se ha visto de pronto consternada ante una serie de asesinatos que agobian y conmueven el alma. Una niña degollada por su madre y ésta esgrimiendo “un llamado divino”; un hombre de 40 y tantos años que asesina a su pareja aplastándole la cabeza con un block y como esos, otros tantos hechos terribles.
La carrera de suicidios y asesinatos a las parejas no parece aún tener freno, ya incluso parece que los números se nos desdibujan en la mente y no solo por la ausencia numérica de aquel periódico vespertino que seguía una cuenta macabra como si eso fueran hechos para ser contados de esa manera.
La mente de muchos hombres y mujeres parece estar atrapada en una vorágine de violencia y de crímenes quizás como consecuencia de un conjunto de factores como la exposición a temprana edad a estos hechos, como la historia familiar de violencia, la desesperanza aprendida, la frustración y otros tantos.
De que son fenómenos complejos y multidimensionales que obedecen a factores psicológicos, biológicos, económicos, sociales y culturales, eso ya lo sabemos, y que se incrementan ante la normalización en la vida cotidiana de la solución a los conflictos por esa vía, también.
Según el informe El Homicidio 2023 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, en promedio cada hora 52 personas son víctimas de este fenómeno en todo el mundo. Es más, según el Informe, en el año 2021 murieron más personas por homicidio que por conflictos armados y terrorismo, y eso es mucho decir.
Además, se señala, que entre los años 2019 y 2021 el homicidio provocó un promedio anual de cerca de 440,000 muertes en todo el mundo, siendo el último de estos años excepcionalmente letal con 458,000, señalando el COVID-19 por sus consecuencias económicas, como el aumento de la delincuencia organizada.
Tras la búsqueda de explicaciones el informe expone las tendencias regionales y subregionales, así como las actividades delictivas relacionadas con los homicidios; los homicidios interpersonales y por motivos sociopolíticos también son analizados, además de las respuestas de la justicia penal, el envejecimiento, la desigualdad, etc.
Para un conocimiento exhaustivo del contenido de dicho informe ir a la página web Fifty-two people lost their lives to homicide globally every hour in 2021, says new report from UNODC
La consternación crece y no es para menos. Unos abogan por una mayor atención por parte del gobierno al problema de la salud mental otorgándole un presupuesto más decente a esta área de la salud pública, como también a la aprobación de la nueva ley que cursa en el congreso al respecto.
No hay dudas de que estos temas son importantes, pero no necesariamente su cumplimiento podrá asegurar una disminución, y no dijo yo, una erradicación de la violencia, pues como hemos dicho antes, se reconoce la complejidad y la multicausalidad de los mismos.
Las experiencias de hechos de violencia en la infancia temprana son factores de primer orden en la estructuración de la predisposición mental al comportamiento violento. Los perfiles de violencia familiares, sumados a un sistema educativo que no genera comportamientos contrapuestos, es un caldo de cultivo de este terrible fenómeno.
La conducta violenta se aprende, siendo el hogar el primer espacio propiciador de la posibilidad o no de su aprendizaje. Los referentes familiares y sociales son modelos importantes para el desarrollo del comportamiento violento o, por el contrario, del comportamiento guiado por la solución armoniosa de los conflictos.
Los medios de comunicación como incluso las llamadas redes sociales, se constituyen hoy en herramientas poderosas en la promoción de comportamientos sociales acorde con los contenidos que se promueven a través de los mismos, contenidos que bien pueden ser promotores de bienestar, solidaridad y compasión.
En un profundo estudio sobre la violencia escolar de Berenice Pacheco-Salazar se afirma: “La violencia escolar refuerza un patrón de relacionamiento social con base en el esquema dominio-sumisión. De esto resulta un sistema de tolerancia, complicidad e impunidad que enseña que la única manera de sobrevivir es ser también violento”.
La escuela, entonces, es vez de constituirse en un espacio, en una oportunidad para promover, generar y desarrollar maneras alternativas de comportamientos guiados por valores y principios éticos, termina reproduciendo formas de relaciones del entorno social.
En su estudio Pacheco-Salazar constata que en torno a la violencia escolar se estructura, diría yo, una especie de teatro solo que, con consecuencias reales y dolorosas, en que unos son las víctimas de violencia, otros quienes ejercen la conducta violenta y unos terceros, que se constituyen es espectadores o testigos de la violencia.
Es doloroso cuando se constata que algunos docentes llegan a formar parte de los terceros, es decir, en vez de promover un clima de respeto y diálogo entre el alumnado envuelto en el conflicto, terminan siendo parte del problema perdiendo la oportunidad de promover comportamientos distintos y alternativos para encarar los conflictos.
Las soluciones a un problema tan complejo suponen una mirada desde la misma complejidad, reconociendo que son múltiples los factores y que estos se mueven en diferentes ámbitos de la cultura y la organización social. Un modelo económico generador de exclusión y una distribución inequitativa de las riquezas, es altamente violento.
Una sociedad en la que muy pocos exhiben un estilo de vida ostentoso, lleno de lujos y de disfrute de todos los placeres materiales posibles, mientras un gran número de los ciudadanos apenas su economía les alcanza para satisfacer sus necesidades más básicas, como la alimentación diaria, se convierte en una sociedad altamente violenta.
Una escuela carente de elementos básicos como agua potable, electricidad e higiene; además de aspectos esenciales que les asegure a sus integrantes de seguridad y protección, y qué decir, del desarrollo de un clima favorecedor de las buenas relaciones y la sensación interna de aprender, es una escuela generadora de violencia.
Hace falta que nuestras escuelas estén repletas de instrumentos de música, útiles deportivos, bibliotecas, talleres, espacios que promuevan la contemplación de la belleza de la naturaleza, como también de laboratorios y otros tantos recursos que promuevan en todos los actores deseos de vivir bien la vida.
Por otra parte, el desarrollo y continuidad de la política escuela y familia, es otra dimensión que posibilitaría el desarrollo de procesos en que los niños, niñas y jóvenes puedan ir construyendo referentes sociales cercanos que les permita aprender comportamientos más acordes con una cultura de paz y armonía.
Generar nuevos comportamientos y actitudes, guiados por principios y valores de una vida social más positiva, será posible si organizaciones sociales como la familia y la escuela, entre otras, se organizan de manera diferente y donde las personas que en ellas confluyen prefiguran la sociedad anhelada.
La autorregulación del comportamiento, el autocuidado, como incluso, las relaciones de solidaridad y respeto, de apoyo y empatía, son posibles si el clima los favorece y si los actores principales del acto de enseñar lo modelan, es decir, se constituyen en referentes sociales del buen vivir y el buen hacer.
Apostemos por ello, no desmayemos, mantengamos la esperanza de que es posible formas distintas y armoniosas de vivir la vida en el hogar, la escuela, los espacios de trabajo, nuestras calles. Seamos todos autores y actores de esa posibilidad.