La prehistoria en nuestro país no existe. Tenemos historia desde hace 5,300 años, según las últimas investigaciones arqueológicas en Samaná. El llamado “descubrimiento” es un capítulo, una etapa de esa historia, que ha sido contada oficialmente al revés, elaborada por los colonizadores, por los dominadores europeizados, discriminadores y racistas.
La sociedad no es estática, cambia y se transforma de manera permanente. Sus identidades también. Aun teniendo el mismo nombre en una etapa determinada está permanentemente en transformación, aunque a veces camina sin que se transforme.
De un espacio libre pasamos a ser colonia, luego República y terminamos como neo colonia, “subdesarrollados” y dependientes. A pesar de todo, se produjo un crecimiento económico, pero descubrimos que estaba divorciado del bienestar colectivo. El beneficio era para una élite insaciable. Nos dimos cuenta que estábamos divididos en clases sociales. El crecimiento económico se convirtió en desarrollismo, que llevaba invisibilizado una desigualdad y una injusticia social. Aun así, los profetas del sistema proclamaron que éramos un "país en vía de desarrollo”. ¡Qué era un problema de tiempo!
Y para bien de nosotros como país, nos aseguraban que estábamos por un buen camino, porque entrabamos a ser parte del proceso mágico de la globalización, el cual, en realidad, nos hacía más dependientes, aunque “protegidos” por el Banco Mundial. ¡Abril del 65 no fue casualidad!
Pasada esa pesadilla, cambiaron las estrategias. La invisibilización y la persuasión eran las propuestas maquilladas globales de la élite y del imperio en su geopolítica de dominación a través de los medios de comunicación contaminados, las agencias culturales-educativas y las instancias oficiales. Había que tergiversar la historia, desvalorizar la identidad, comprar intelectuales, prostituir instituciones y desvalorizar los grupos originales. Por ejemplo, la UASD, la “universidad del pueblo”, había que asaltarla para que dejara de ser “conciencia de la nación” y pasara a ser agencia ideológica para formar profesional acríticos, para el “desarrollo”.
El asalto, el uso de la cultura y su manipulación era la estrategia para la dominación. Elaboraron una propuesta idealizada, esteticista, de exaltación de lo bello, del preciosismo y del monumentalismo escondiendo las discriminaciones como, por ejemplo, el acceso y el contenido de La Plaza de la Cultura, sobre todo, al Teatro Nacional.
Buscar el control de las actividades culturales, manipularlas, burocratizar y centralizar la cultura hizo posible el surgimiento de un Ministerio de Cultura por parte de un Estado liberador y a nivel privado la cultura como manipulación de prestigio y de poder, con algunas excepciones. La esencia de esta ideología era la de convertir la cultura en espectáculo bajo la tutela de la comercialización, vaciando su contenido contestario.
Nos hemos conformados con las apariencias, ha prevalecido las exaltantes idealizaciones que no tienen que ver con la realidad; la ingenuidad ha ido acompañada de una credibilidad convertida en delirio por una manipulación privilegiada por los discursos y los medios de comunicación.
El flautista mágico de Hamelín ha hecho perder la memoria a muchas personas cuando algunos candidatos, con cara dura, repiten las mismas promesas que no cumplieron cuando llegaron al poder. En realidad la cultura para la mayor parte de los políticos es tema de campaña y decoración de programas y proyectos. ¡Jamás un eje transversal del desarrollo!
En los programas y promesas electorales de algunos “partidos” la cultura aparece burocratizada, huérfana de responsabilidades de los hacedores de la cultura. Y, para el colmo, ni siquiera aparece en los programas de los partidos y grupos de izquierda, como si la cultura comenzara con la llegada al poder, cuando en realidad es fundamental en la lucha revolucionaria y es tan importante que el gran Pedro Henríquez Ureña llegó a decir, “que solo la cultura salva los pueblos” o como proclama la UNESCO que “sin cultura no hay desarrollo”.
En esta coyuntura electoral los grupos culturales, las instituciones educativas-culturales, los grupos originales, los intelectuales comprometidos, deben de exigir a los partidos y a los candidatos, diputados, senadores y alcaldes, la revalorización de la cultura, con compromisos que estén más allá de las simples promesas tradicionales electorales. Hay que propiciar debates donde los candidatos expongan sus conceptualizaciones y que van hacer a su llega al poder.
Si queremos un desarrollo real, colectivo, de bienestar general, es necesario que la cultura pase a ser un eje transversal de la vida política nacional, redefiniendo su papel y su importancia, privilegiando al folklore y a la cultura popular, en una democratización de la cultura, integrando a los grupos originales, fortaleciendo nuestra instituciones populares, para afianzar nuestra dominicanidad, privilegiando orgullosamente nuestra identidad para que la cultura participe en el bienestar colectivo y el desarrollo de nuestra sociedad.