Leyendo los medios de comunicación me detengo en aquellas cosas de la “Gente poco corriente.” tal como lo llamó el historiador inglés Eric Hobsbawm. Es decir aquellas personas desconocidas que van cambiando el mundo, por sus actividades de resistencia y discusiones públicas desde los lindes. Estas personas no serán tomadas en cuenta por la historiografía tradicional, por un rasgo característico, ellos son personas comunes y la historia se construye desde los diálogos de las élites. Por tal razón me interesa caminar por esos lugares de “Terra incógnita” y de cómo estas personas construyen transformaciones que en tiempo futuro se hacen visibles. Estas narrativas desvelan sentires, percepciones, impresiones que estampan una época.
Un buen ejemplo, se localizan en las personas que sus opiniones se circunscriben, a los que dicen las clases dominantes, o aquellas que se burlan de lo que se habla o dice. En las actuales deportaciones de los haitianos, observó tales situaciones. Las personas en general reproducen las ideas de las clases dominantes. No obstante, hay también gente poco corriente que habla en contra del prejuicio y los malos tratos sobre dichas deportaciones masivas.
Está gente clama por prudencia y piden que se tome en cuenta que son trabajadores pobres. Algunos son escondidos por las mismas familias vecinas, o suelen darle los avisos, cuidan de sus hijos, mientras otros denuncian, a los trabajadores haitianos.
Encontré a mujeres campesinas conversando sobre las pérdidas de las cosechas por la falta de trabajadores haitianos. Esta mano de obra rural está insertada en la agricultura especialmente en los cultivos de banano, café, arroz, cacao, etc. Mirando esta realidad menos romántica me acerco, a este tiempo, en la que mi humanidad, me irrumpe en el alboroto y en la decisión de entender sobre estas políticas que se repiten en la historia vernácula, sin lograr los propósitos por la cual se diseñaron.
Yo necesito desnudar mi conciencia, sobre este presente que me aturde. A la luz de lo que se observó en los telares de este país. Tenemos varios siglos tratando de atravesar puentes y romper la ignorancia sobre lo que constituye y define lo humano. Varias ciencias como son: la antropología, sociología y biología, entre otras, ponen claro, que nuestra biología, no tiene que ver con lo étnico o cultural.
Es la política racista, la que tilda que los “inciviles” sean haitianos o afrodescendientes dominicanos son feos, deformes, peligrosos, peones brutos, remenderos de misterios. Es una época de dolores y de reducidas protestas sociales en torno a temática que tocan “las cosas haitianas” y no es por miedo, es simplemente una mentalidad decimonónica que una y otra vez se repite con la misma cantaleta.
Esta mirada se sostiene en la ignorancia. Se forma en un rincón de sentimientos, pensamientos, y narrativas que se venden a domicilio. Para nada le interesan los estudios científicos. Con esto no estoy negando que en nuestro país, no se definan acciones en torno a política migratoria. Es evidente que se concreten y establezcan reglas y diseñen las estrategias necesarias para la entrega de documentos y se puedan legalizar, la estadía de todos los migrantes al país.
La pregunta de un historiador, ¿cómo saber cuál es la verdadera percepción de la gente común sobre un caso en particular?, si las élites definen las narrativas. Tengo entonces que buscar la ayuda de una arqueología del saber en la que confluyen las evocaciones de la ignorancia y la actuación del sentido común.
Toda historia oculta algo, tras lo que se ignora. En este contexto, se indaga sobre cuáles son las distintas cosmovisiones de los diferentes sujetos por grupos de clase, cuáles son los comportamientos y cómo se traducen en permisividad, ganancias económicas y necesidades, tanto de los grupos que oprimen, como los que son reprimidos. Es importante ver los relatos piadosos, cuáles son las demandas de las fuerza de trabajo que se condena, y por igual, cuáles son las que no se comprometen. Miramos, la doble moral, la persistencia de las figuras que reclaman exclusión y la erosión continua de dicha persistencia, pese a la ignorancia del conflicto.
El privilegio de mirar lo ridículo e irracional da suficiente información para que una buena fotógrafa e historiadora pueda delinear cómo piensa, siente y actúan los grupos humanos frente a políticas que acorralan y excluyen. El sentido común es obvio, práctico y artesanal.
La imaginería se sostiene en los actos inofensivos y destructivos. Es como una trilladora que arrasa por momentos, pero de nuevo se activa con la semilla de la ira, los encubrimientos, las necesidades perentorias de los que supuestamente deben aplicar la ley. Es lo que conocemos como el aparato perturbador de los que no aparenta actuar, pero que sí toman decisiones. Estas decisiones rompen desde la cotidianidad cualquier política de Estado. Y esa gente corriente vive en los bordes de la sociedad administrando la resistencia, corriendo riesgos para salvar a otros, apoyando a los tejedores de la vida, ante el asombro de las autoridades.
Un buen investigador o investigadora social se fija en estas minucias. Por eso me encanta fisgonear lo que se presenta en pequeña escala de actuación. Para la racionalidad occidental, eso no se mide claramente, pues siempre se quiere recurrir a las estadísticas. Pero resulta paradójico la naturaleza social y política de las máquinas tundidoras de la gente común. Pues siempre tras bastidores el obrero, el campesino, el loco del pueblo, las trabajadoras de la noche, todos los proscritos de la historia desobedecen las proverbiales políticas de Estado. Si sobrevivo más de 30 años, podré describir el fracaso de esta política de deportación.
La política de deportaciones no es viable, porque la gente común no lo quiere, tampoco la mayoría de los intelectuales que trabajamos ayudando a diseñar políticas públicas desde la sociedad civil. La gente poco corriente, no tiene problema con los vecinos haitianos. La pieza está en la mesa. Al final se darán cuenta que ese supuesto “caso haitiano” tendrá que resolverse dialogando, creando los medios para dar seguridad social, a una masa trabajadora pobre. De verdad señor Presidente que esta irritación que vemos día a día es como un prurito molestoso. Esa medida, no logrará detener la migración haitiana. Es como pensar que el mar no tiene abismo. Y todo abismo sin fondo. Yo quisiera saber si en su gabinete de curiosidades, no se ejercitan voces para decirle a usted que en esta modalidad de actuación culminará en un cuadro panóptico. Todo historiador es un viajero que ve los pliegues epocales. Usted merece una buena consejería práctica, para que pueda aprovechar la importancia de crear efectivas políticas que se dirijan al diálogo y los abrazos. Yo considero que usted es un buen hombre, apeló a su generosa intención de resolver la cosa pública.