El ya oficialmente candidato del Partido Republicano; para unos, un mesías que hace apenas unos días escapó a la muerte gracias a la mano de Dios; para otros, el primer criminal condenado que obtiene la candidatura presidencial de uno de los dos principales partidos de Estados Unidos, ha construido su popularidad basándose en la simulación y la mentira.
Este hombre, que en 2016 se presentó al electorado norteamericano como el elegido de Dios para salvar a la América cristiana, antes de su entrada en política en 2015 estaba muy lejos de ser un modelo religioso. Sus tres matrimonios, escandalosa vida sexual, frecuentación a casinos y conducta liberal hacían de él más bien un impío.
Pero, de repente, el mundano magnate inmobiliario, apoyado por los evangélicos conservadores blancos, aparece como el mesías destinado a cumplir una misión de Dios. Su reciente escapada de la muerte ha venido a reforzar la convicción de sus fanáticos partidarios de que es un hombre bendecido.
Atractiva leyenda para los incautos, burda mentira para quienes tienen algo de entendimiento. Sin esa capacidad de simular y mentir y, por su puesto, sin su indiscutible buena suerte, no fuera el idolatrado líder que es hoy.
Dos grandes mentiras de Trump
Primera mentira. Los políticos, especialmente los demócratas, han destruido a Estados Unidos, al permitir que los empleos partan para el extranjero.
Contrario a esta afirmación, ha sido bajo las administraciones republicanas que Estados Unidos ha firmado los principales acuerdos de libre comercio que han estructurado la mundialización. Es cierto que Estados Unidos importa más que lo que exporta, su déficit comercial se cifra en 773 millares de dólares, pero ese es un problema estructural de su economía, presente en ambas administraciones, demócratas y republicanas.
Como muestra de que Estados Unidos, lejos de perder, gana con esa ampliación del comercio, echemos una ojeada a su intercambio con Canadá, segundo socio comercial, justo detrás de la Unión Europea.
La balanza comercial con su vecino norteño, con quien comparte la frontera terrestre más larga del mundo, es ciertamente negativa, de un volumen de comercio cifrado en 960.9 millares de dólares, las importaciones provenientes de Estados Unidos se cifran en 362.9 millares y las exportaciones canadienses en 598.0 millares (cifras de 2022). Pero ocurre que los productos energéticos representan el 33.5% de esas exportaciones hacia Estados Unidos, productos esenciales para el funcionamiento de su economía, incluyendo la sostenibilidad del empleo.
Por otro lado, el segundo rubro de las exportaciones canadienses hacia Estados Unidos son los vehículos de motor y piezas, fabricados por los gigantes de la industria automovilística americana, que controlan la casi la totalidad de esa industria. Sus beneficios van lógicamente a Estados Unidos.
Echemos ahora una ojeada a las inversiones, las inversiones estadounidenses en Canadá ascienden a 500.7 millares de dólares, pero las canadienses en Estados Unidos se cifran en 744.9 millares. De maneras que hay más inversiones canadienses apoyando la sostenibilidad del empleo en Estados Unidos que lo contrario. Vale mencionar también otras no menos apreciables ventajas que tienen los inversionistas estadounidenses en Canadá, allí disponen de una mano de obra altamente especialidad y un mercado con un gran poder adquisitivo. Todo esto, sumando a la ventaja de cubrir sus costos con una moneda mucho más barata que el dólar americano (un dólar canadiense equivale a 0.72 US.) y vender una parte de esta producción en dólares americanos del otro lado de la frontera y otros lugares del mundo, hacen a Estados Unidos un neto ganador en esa relación.
Segunda mentira. Los demócratas envían nuestros hijos a la guerra, en vez de enviarlos a la frontera con México para contener la inmigración.
¿Acaso ha actuado de manera diferente el Partido Republicano? Recordemos que fue durante la administración de George W. Bush que Estados Unidos comenzó la guerra en Irak, para supuestamente arreglar al Medio Oriente, pero sin más resultado que convertirlo en un polvorín.
Es el mismo Bush que inicia la escalada de la guerra en Afganistán, con la pretensión de desalojar a los talibanes del poder para supuestamente instaurar un Estado de derecho, pero sin más resultado que la destrucción del país y el retorno de los talibanes al poder.
El costo estimado de sus guerras con Irak, Afganistán y otros lugares del Medio Oriente se cifra en 8000 millares de dólares y una hilera de muertos que oscila entre 897 000 y 929 000. Acciones guerreras que son tanto responsabilidad de gobiernos republicanos como demócratas.
¿Con qué cara puede entonces Trump y los republicanos satanizar el libre comercio y el intervencionismo americano?
El libre comercio es parte esencialísima de la filosofía económica de demócratas y republicanos y el intervencionismo es el resultado de su compartido interés de preservar a Estados Unidos como primera potencia militar, así como su rol de gendarme del mundo.
Pese a estas similitudes en el pensar y proceder de demócratas y republicanos, un retorno de Trump a la Casa Blanca provocará importantes cambios en las relaciones internacionales y en el mundo. Vendrán nuevas tensiones en las relaciones con China, Organización Mundial del Comercio (OMC), Unión Europea, Canadá y México, considerados responsables del déficit comercial de su país.
Serán igualmente mucho más tensas las relaciones con la OTAN, debido a su manifiesto interés de que los países miembros paguen más por su propia defensa. También se prevé una parálisis de la ayuda miliar a Ucrania. Incluso, ya el candidato republicano prometió a Zelensky el fin de la guerra con Rusia. Lo que no se sabe es si tendrá que aceptar los planes que tiene Putin con Ucrania.
Nada bueno se espera para América Latina. Trump continuará insistiendo en sus dos grandes obsesiones: inmigración y proteccionismo comercial, ambos aspectos muy sensibles para los países de la región. Vendrán nuevas medidas de represión migratoria y una posible tasa para las remesas.
También es casi seguro que Trump forzará una nueva renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, lo que vendría a complicar las relaciones con dos de sus principales socios comerciales, Canadá y México.
Finalmente, el proteccionismo de Trump podría provocar una redefinición de las relaciones diplomáticas y comerciales en América Latina, forzando a muchos países de la región a mirar para otro lado y favorecer el intercambio con otros socios extracontinentales como China.