Si es cierto que uno es la reencarnación de quién sabe cuántos, y que reencarnaré en otros quién sabe cuándo y dónde, en mi próxima vida me gustaría ser un perro callejero. Se ahorra uno las preocupaciones del salario, votar cada cuatro años, reprimir instintos y gulas naturales, pagar todo con precios cada vez más altos, alcanzar la felicidad del amor con demasiados trámites protocolares y cepillarse cada día después de levantarse… (Ser perro callejero, sin credencial ciudadana, es un gran salto reivindicativo, aunque haya que cargar unas cuantas pulgas y soportar de vez en cuando un par de patadas y mentadas de madre).