Debemos celebrar y reconocer que la actual Junta Central Electoral (JCE) haya realizado una buena labor, trabajando desde el inicio en cumplir con sus tareas, incluyendo la presentación a tiempo de sus propuestas de modificación de las leyes de régimen electoral y de partidos, aunque los partidos políticos representados en el Congreso no hayan hecho lo mismo habiendo reformado tardíamente únicamente la de régimen electoral, y agotando paso a paso el calendario electoral, con una actitud de apertura frente a los partidos, pero apegada a la ley, asumiendo las críticas a ciertos errores cometidos en las elecciones municipales y aplicando mejorías en las presidenciales, hasta culminar con el conteo de la forma y dentro de los plazos previstos por la ley.
Y aunque algunos pensarán con razón que esta es precisamente la labor que se espera de ellos, todos sabemos que no siempre es así, y que imponer una composición política de la JCE ha sido una realidad en las últimas décadas que entrañó muchos problemas, así como el hecho de que esta aun no siendo controlada por las autoridades de turno, no haya tenido la firmeza para poner freno a las insaciables peticiones de algunos partidos muchas veces guiadas por su propia conveniencia, como la funesta experiencia del voto automatizado en las elecciones del 2020 con cambios requeridos hasta últimas horas que en parte provocaron el fallo del sistema que motivó la anulación de las elecciones del 16 de febrero de 2020 y una nueva convocatoria el 15 de marzo de 2020, sin dejar de lado la falta de un plan B y C, y los fallos en la logística cometidos.
Integrar una nueva JCE después del trauma vivido era un reto, y al finalizar las dos elecciones de este año 2024 podemos afirmar que no solo fue acertada la selección efectuada por las presentes autoridades, sino que las actuaciones del presidente y el pleno de la Junta fueron correctas, y a pesar de que algunos líderes políticos de oposición quisieron apostar a su descrédito, estos tuvieron la sensatez de atender los reclamos y, decidirlos oportunamente con apego a la ley, desactivando así esas oscuras intenciones.
Sin embargo no podemos conformarnos con el hecho de que hayamos celebrado unas elecciones sin traumas y con niveles satisfactorios de organización, debemos exigir mucho más que eso, y por eso tenemos que de inmediato comenzar a pensar en todos los aspectos a mejorar para fortalecer nuestra democracia y el sistema de partidos, lo que incluye modificaciones a las leyes de régimen electoral y de partidos políticos, que en la coyuntura actual de un presidente reelecto que ha confirmado que cumplirá con su juramento de respetar la Constitución y que el próximo será su último mandato conforme esta ordena por lo que estará menos concentrado en la simpatía o antipatías de sus propuestas, y que tendrá mayoría absoluta en el Congreso Nacional para lograrlas aprobar, deberían ser posibles.
Teniendo notables avances que dejan fuera los temores de fraudes pasados, debemos poner en la agenda de reformas la discusión sobre la instauración del voto por correo en el exterior, ya sea postal, como hacen muchos países desarrollados como España o electrónico, sistema incorporado más recientemente por otros. En las recién finalizadas elecciones de Panamá, los panameños en el exterior pudieron votar para elegir su presidente mediante un voto adelantado realizado virtualmente, con un código confidencial aleatorio, como también podrán hacerlo los mexicanos en las próximas elecciones. Este y otros temas como la reducción de costos y tiempos de las campañas, y por vía de consecuencia de la contribución económica de los partidos, y el fortalecimiento de los requisitos para acceder a esta que se ha desnaturalizado en simples compraventas de alianzas con tal de mantener el reconocimiento, tienen que ser abordados con responsabilidad, racionalidad y oportunidad. El fuerte mensaje silente del progresivo aumento de la abstención en el país debe ser escuchado dando respuestas que devuelvan confianza a los electores y que hagan entender, sobre todo a los más jóvenes que representan la mayoría del padrón, que votar no solo es un derecho y un deber, sino que no es un simple acto de derroche más de nuestro sistema político y electoral, y que vale la pena hacerlo.