Leyendo las memorias de Demetrio Dimitri titulado “Mi guerra, Memoria de un partisano de Josip Broz (Tito) en la que describe sus experiencias en la segunda guerra mundial, me confronte con las pérdidas humanas y los tantos horrores por la violencia exacerbada, de ciertos personajes sociopáticos, que pululan como garrapatas de la historia.
Al terminar el libro quedé conmocionada. No puedo evitar la angustia con estos relatos. Y hoy lo miro, a través de la rejilla que ofrece su libro sobre el maratón de vidas que se enfrentaron con tanta dignidad, a los codiciosos, envidiosos y gente mala leche, cuyo deporte es la venganza y provocar daño, a los otros con mentiras y odios. El asesinato danza en esos jolgorios de guerra. Y la mentalidad asesina, brota como los aguaceros de primavera.
Las guerras son esos espacios para que la gente saque la brasa caliente del desorden psíquico. Dimitri, cuenta cómo vio a tanta gente morir, a mano de sus semejantes y que pertenecían al mismo bando y país, tan solo por existir diferencias de ideologías o por registrar antipatía por las personas. Comentaba que personajes que parecían ángeles se transformaban de la noche a la mañana en canallas, cuando tomaban un arma en las manos o adquirían un poco de poder. Relata que el fuego no solo lacera el cuerpo, también hace aflorar las cualidades de cada alma.
La Gran Guerra fue una cartografía de crueldad. El autor detalla magistralmente, la severidad de dicha experiencia. Su participación, no la pudo evitar, porque se le obligó a entrar en la guerra para que su madre no fuera asesinada. Los jóvenes huían de los dos bandos, pero era inevitable no mancharse las manos de sangre, dado que era obligatorio defender la patria o en su caso evitar que su madre, no fuera asesinada, si él huía.
Los detalles son de horror cuando sacaron a los jóvenes de las escuelas, universidades y vecindarios para trasladarlos a lugares inhóspitos con tan solo una mochila. La cual contenía varios sobres de té, un chocolate, además de una pomada de sulfamida, porque no existían los antibióticos. Los que huían eran considerados desertores, se le fusilaba o se le daba a beber aceite de ricino, por varios días hasta que no podían, ni con sus vidas. Esto mismo le obligaban a beber a los opositores a la guerra.
La idea de que una persona personifique y centre todo el poder para traer el orden social y la creencia de que toda guerra traerá la paz es tan vigente, como lo fue en el siglo XX.
Las mochilas alemanas estaban mejor equipadas, con chocolates, medicamentos y sulfamidas, además de otros suministros para alimentarse. Cuando un alemán caía en combate, aparte de tomarse las armas, porque muchos iban a la guerra, sin nada en las manos, se le quitaban las botas, mochilas y abrigos. Los Aliados no tenían suficiente pertrechos, tenían que guardar los tiros o rehusar las bombas que no explotaban. Y en esos desastres, a veces era mejor no tirar a matar, comentaba él, porque aseguraba que otros, llegaran a salvar al herido. Esto permitía más bajas del lado contrario y la posibilidad de poder robar los alimentos y los suministros militares para continuar avanzando en el frente de guerra.
El hambre mató a muchos. El agua era otro factor difícil, porque en algunas zonas estaba envenenada o escaseaba hasta el punto del racionamiento. De una cantimplora bebían varios. Él relata que su compañero tenía tuberculosis, ya con escupitajos de sangre y compartían la misma botella. Por eso enfermó de tuberculosis, pero no se podía impedir que este no bebiera de la poca agua conseguida. Ellos tenían que arriesgarse con los enfermos, porque habia que fraccionar el agua y usarlo entre todos en pequeños sorbos. Era lo único que tenían para sobrevivir. Y fue elegir entre la tuberculosis o la muerte , por falta de agua. Era lo mismo, una más lenta y la otra, más rápida.
Al leer el libro de Dimitri, pensé en la sociedad actual. A la verdad que de tantas experiencias que provocan las guerras, deberíamos no olvidar tales desastres y aprender de ellos. Basta con ver las imágenes y las experiencias trágicas de la Gran Guerra que nos ofrecen estas historias de vida.
En los pasillos de la universidad, todavía escucho hablar a los jóvenes sobre el espacio vital cuando hablan de las relaciones dominicanas y haitianas. Es común escuchar que se necesita de la fuerza para resolver los problemas sociales y políticos del país. La idea de que una persona personifique y centre todo el poder para traer el orden social y la creencia de que toda guerra traerá la paz es tan vigente, como lo fue en el siglo XX. Mis oídos se atormentan con tales expresiones que fueron común en la propaganda alemana antes y durante la Gran Guerra.
Estas ideas son las bases del fascismo y de su ideologización, a través de los medios de comunicación de masas en el ciberespacio. Su textualidad se convierte en letra viva. La obra me recuerda lo duro, frío y vacío de este telar de occidente. Sus palabras describen sobre la destrucción y el ocaso de occidente. Su texto, una guía de relato de una vida que muestra la imagen odiosa del ser humano.
Sus palabras hacen presente, lo que aparenta estar materialmente ausente. Los relatos de Dimitri hablan de los aspectos sismográficos que se arrastran como centellas vibrantes por la propia psiquis. Sus memorias muestran el retrato de un corpus consistente de que “el mal” en su forma empírica es una polifonía progresiva de destrucción permanente.