Como verbo intransitivo, recular es ir hacia atrás, siendo sinónimo de retroceder, recejar, cejar, etc.; en el lenguaje coloquial, es ceder de su dictamen u opinión. Rectificar, en cambio, como verbo transitivo es reducir algo a la exactitud que debe tener, o dicho de otra persona: procurar reducir a la conveniente exactitud y certeza los dichos o hechos que se le atribuyen.

¿Cómo entender la acción del presidente al retirar de las cámaras el famoso y no menos repudiado proyecto de reforma y modernización fiscal? Cada uno desde su perspectiva lo enjuiciará. Dirá que fue tal cosa, puesto que… o, en cambio, sustentará que fue otra cosa, puesto que… Por el momento, cambió el escenario.

Sea una perspectiva u otra, las lecciones aprendidas y lo que viene luego, será diferente si se trata de una u otra situación. El debate público del que todos fuimos testigos generó muchas preguntas y no menos comentarios alrededor de la pertinencia o no de esa reforma fiscal, como su contenido, significado y alcance.

Quienes impulsaron este proyecto desde el sector gubernamental lo plantearon como una necesidad fundamental para el desarrollo socioeconómico del país, mejorando los ingresos fiscales del estado, a fin de incrementar la inversión pública en áreas claves como transporte, salud, seguridad y protección de la población más vulnerable.

Además, que su aprobación iba a garantizar la equidad entre los contribuyentes, como la modernización del sistema tributario eliminando distorsiones y reforzando la administración para elevar el cumplimiento fiscal. Todo esto está contenido en la página de la Presidencia y en la voz del ministro de Hacienda.

Aún más, se llegó a plantear que “estos ajustes tributarios permitirán que las empresas compitan en igualdad de condiciones y que se eliminen las distorsiones y privilegios existentes que crean inequidades entre contribuyentes, para garantizar que todos contribuyan de una forma más justa”.

Si esa era la intención, que incluso puso al presidente a plantear su compromiso con dicha reforma (ratificado en su locución de retiro de esta), so pena de ser enjuiciado como irresponsable, ¿Cómo se explica que el peso de la mayoría de las acciones contenidas en dicho proyecto recayera sobre las espaldas de la clase media?

Antes del anuncio del presidente, y acerca del tema, había escrito mi colaboración semanal de los lunes por este medio, con el título: A solo 40 años y en el cual planteaba algunas ideas, a saber:

1984, y no para referirme aquella novela política de ficción distópica que entre los años 1947 y 1948 escribiera George Orwell, como una premonición de lo que él esperaba sucedería hacia el 1984, una sociedad atrapada, masivamente manipulada, vigilada y controlada, en definitiva, totalitaria; pero tampoco por aquel famoso tango gardeliano.

(A propósito del totalitarismo, resulta curiosa la alerta que la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) pone en su informe anual acerca de restricciones al acceso de información pública y a actividades oficiales en República Dominicana, así como el control de contenido en los medios audiovisuales.)

1984, casi un mismo partido y una visión política, nos agarró infraganti luego del asueto de la semana santa de entonces, para colocarnos entre la espada y la pared con un conjunto de medidas impuestas por el FMI que empobrecían a la clase media, provocando un alud social hacia los sectores más empobrecidos por este sector.

A 40 años, pasadas tres generaciones (milenial, Z y alfa), como un 50% de la población actual sin la memoria de aquellos fatídicos días que dejaron más de cien personas fallecidas y cientos que vieron sus vidas cambiadas por la pérdida de alguna parte de su cuerpo por las balas de las fuerzas militares lanzadas a las calles a “controlar los disturbios”.

40 años después y luego de un primer gobierno que se proponía como el cambio de las “barbaridades del anterior”, y que, según la Dirección General de Crédito Público, es decir, del propio gobierno, “la deuda pública consolidada habría alcanzado 69.2% de PIB en el 2020, lo que supone un aumento de 18.7% del PIB respecto a 2019.

40 años después y en solo cuatro años (2020 – 2024) la deuda pública consolidada pasó de US$57,266.4 a US$73,664.2, es decir, un aumento de US$16,397.8 según el Centro Regional de Estrategias Económica Sostenibles, publicada en el Diario Libre en este mismo año.

Estas mismas realidades y otras que más adelante señalaremos, fueron el leitmotiv de una campaña política y una movilización efectiva de sectores de la clase media en torno a la Plaza de las Banderas y que sirvieron para justificar su llegada al poder, pues era imprescindible cambiar el rumbo del país.

¿Es que la dimensión señalada de dicha reforma es como aquel dicho muy escuchado en mi niñez que decía: “cuando vayas a comprar carne, no la compres ni de ahí, ni de ahí… solo de aquí”? Es decir, pongo 100 pero lo que realmente quiero es 50 y cuando se cumpla, ¿pasaré como sensible a los reclamos y capaz de echar hacia atrás?

¿Todo ese cúmulo de dinero tomado prestado adónde ha ido a parar? ¿Tenemos que seguir pagando los platos que otros rompieron? No será acaso, como dice el comunicado del Centro Juan XXIII: El Pacto: un Diálogo de iguales, un Diálogo de Todos: lo que falta es la voluntad política de asumir el costo político de aplicar la ley.

“En este contexto, sigue diciendo el comunicado, ¿cómo podrá la sociedad civil mañana pedir cuentas al Estado de que cumpla con su parte, cuando esa parte no cuenta con medios claros de medición y seguimiento? ¿Qué pasará con los dispendios ofensivos que quedan francamente abiertos?

 ¿Qué pasará con el gasto descomunal de publicidad y comunicación? ¿El famoso “barrilito” y “cofrecito”? ¿El crecimiento desmedido de la nómina pública? ¿Las pensiones injustificadas?

 ¿Seguirá la ADP lucrándose inmisericorde con los fondos destinados a la educación dominicana, que exacerban la necesidad de esta reforma fiscal, atrincherada detrás del secuestro de alumnos y alumnas, nuestros hijos e hijas?

 ¿Cómo puede un legislador votar válidamente por una ley cuando no está dispuesto a acompañar a sus representados en las consecuencias que la misma acarrea?”.

Los sacrificios tienen que ser compartidos como las responsabilidades de su razón transparentadas. No es posible seguir cargando el mayor peso del sacrificio sobre un sector de la población, que muchos sacrificios ha hecho para alcanzar ciertos niveles limitados de bienestar y mejoría de sus vidas.

Históricamente, como el sistema de producción y distribución de energía no funciona, ha tenido que invertir en plantas, inversores y baterías; como de la misma manera, la disposición de agua potable es un fiasco, construir cisternas y disponer de tanques en el techo.

Como la escuela y la universidad pública no pueden ofrecer una educación y una formación de alta calidad, se ha tenido que costear a muy altos precios la educación básica y la formación de los hijos. ¿Es que la historia tendrá que seguir siendo la misma?

40 años después de aquel año de 1984, se nos pone entre la espada y la pared, ¿qué se espera entonces: resignación, comprensión, tranquilidad porque dentro de otros 40 años vamos a estar mejor: con buenas escuelas y buenos hospitales; agua potable para el consumo directo; con calles seguras y energía?

Ni como Santo Tomás queremos estar, pues ya hemos tenido muchas veces que creer sin tener la oportunidad de ver tantas promesas incumplidas. Imagino que las lecciones aprendidas son muchas y variadas. Hay una muy importante, y es que la clase media parece haber despertado de su letargo, teniendo mayor conciencia de su fuerza social.

Además de que ha encontrado un espacio simbólico, la Plaza de la Bandera, que ayer sirvió para unos propósitos y ahora, parecería irónico, para otros propósitos distintos a los anteriores, pero no menos importantes.