Todo depende, si estamos en melancolía o depresión. Una suerte de pestilencia en estos tiempos arropados por los drones raptores de vida. Yo quería que estos pequeños bastardos fueran como los platillos voladores (vehículos aéreos tripulados por extraterrestres) de los años setenta. Con ellos, anhelamos fugarnos en unas especies de escape intergaláctico.
Tú y yo navegamos por unos universos sin Netflix. Ambos tratamos de huir acompañados de la familia Robinson. Dicha familia, estaba como todos, perdidos en el espacio de la guerra fría. Ese avispero molesto que mantenía en jaque al mundo. Narrando cuentos de vaqueros sobre los sueños de progreso, crecimiento, desarrollo, evolución, transformación y un nuevo orden mundial.
Pensamos y te lo recuerdo en la sospecha de un mundo feliz. Yo creí que íbamos a salir de los bipolares, el fin de un pensamiento que enfrentaba a los socialistas y capitalistas. Soñamos con desfigurar las fronteras de tristezas y manías apostando por nuevas sociedades abiertas. Territorios sin racismo, clasismo, aparcamientos, androcentrismo, ni homofobias. Creímos en la libertad del útero. En general un cuerpo en el que se pudiera inscribir una narrativa de la libertad.
Esperamos un buen fármaco antipsicótico que controlara las porquerías ligadas, a promesas no cumplidas, a romper los dramas de los profetas del bienestar y salir de los lindes impuestos por los hijos de su tiempo.
Esos extraños en la noche no duermen por las burbujas del ciberespacio.
No obstante, esos hombres y mujeres se quedaron buscando metales y tecnologías que iban a eliminar el mundo industrial. Cacarearon que la nueva revolución digital traería la paz. Empero, acabamos metidos en el hedonismo, sacando la lengua, mostrando las pompis, espiando por turnos, para inventar relatos cerrados por sus polis.
Yo estoy aquí, en primera persona, estoy en un lugar de penitencia, en tiempos calientes. En la espera de la escucha y poder saltar con una buena noticia que formule un horizonte político, que no caiga, bajo la sospecha de la violencia. Ni de tantos opuestos amigos/ enemigos o defensa/agresión. Probablemente, esperando que todo esto, pueda ser sustituido, por el reparto transversalimos/ comunidad.
Un lugar donde la economía no se guarde para unos pocos. Más bien, quiero un no sentido (algo no monetizado) que no se intercambie, que salga del circuito de la circulación económica. No quiero sueños panópticos, esa arquitectura de control, a la que quieren someternos con sus claves de poder y navegaciones digitales.
Yo en lo personal estoy en negación. No quiero volver a leer a Lucien Febvre, George Lefebvre y March Bloch, fracasaron. Me duele, la filiación, los utilitarismos, los simbolismos y sus recuerdos. Estoy desarropada de los sueños de occidente. El arte panóptico me aburre, porque creo en otras formas de narrar y de sentir el mundo en el cuerpo.
Ellos naufragaron con sus explicaciones peripatéticas sobre el orden natural del mundo. Una generación que no logró interrumpir, ni crear una narrativa que pudiera romper con las escrófulas que contaminaron los ríos y descuartizaron los bosques. Ellos, no lograron edificar generaciones que no se apandillaran con el mal, en su sentido amplio.
Un otro colectivo que se mueve homologado, por las redes digitales, el individualismo y de ningún modo implicándose en actividades que promuevan el cambio. Esos extraños en la noche no duermen por las burbujas del ciberespacio.
Algunos, denotan la basura y la leche cortada por los pesticidas que se vierten en los verdes pastos. A partir, del a priori que ofrece, la posibilidad de elevarse sobre la ruina de piedras con la que tropiezan los conjurados de la guerra. Yo extraño, a ese sujeto ausente que se vincula con romper con los lazos que ponen en riesgo el agua, el aire, la vida. Ahora entiendo, los sentidos melancólicos de Kafka, cuando se apegó, a la liberación por medio de la escritura y nada más.