El Instituto Duartiano celebró recientemente un brillante ceremonial para investir a una pléyade de personalidades con la distinción de “Miembro de Honor”. Fue una memorable ocasión para exaltar, con fervor patriótico, la figura de Juan Pablo Duarte y consolidar su posición como eje central de la dominicanidad. Pero la ocasión tambien me despertó cuestionamientos acerca del entramado institucional con el cual hoy se orquesta y perpetua nuestra identidad nacional. Hay razones para creer que este requiere una reconfiguración.
Ahora que el gobierno está empeñado en materializar grandes reformas procede llamar la atención a una dispersión institucional de la proceridad que clama por mayor racionalidad. En la picota figuran el mismo Instituto Duartiano, la Academia Dominicana de la Historia, la Comisión de Efemérides Patrias, el Panteón Nacional, el Altar de la Patria, el Museo del Hombre Dominicano, el Museo de Historia y Geografía y el Archivo General de la Nación. El examen de sus respectivas misiones institucionales demanda una reorganización con mayor sentido común.
La mision institucional de cada una de estas entidades es diferente y las mismas tampoco coordinan una conceptualización integral sobre la imagen histórica de nuestros proceres. La estrategia debería tener como meta una profundización de la conciencia histórica de la poblacion que consolide la identidad nacional. De ahí que el entramado institucional que la soporta deba exhibir armonía y racionalidad. Con esto se promovería una mayor cohesión social y, en consecuencia, una mas saludable convivencia entre los diferentes segmentos de la sociedad.
El caso del Instituto Duartiano es un ejemplo de la anomia prevaleciente. Si bien nuestro Padre de la Patria merece el honor de que exista una institución oficial que difunda su imagen y obra, resulta injusto la inexistencia de una entidad que promueva la figura histórica de los otros dos “Padres de la Patria”. Sanchez y Mella exhibieron desvaríos con Santana y la causa independentista, pero Ulises Heureaux los distinguió por decreto con esa excelsa designación. Si el libro “Mitos de los Padres de la Patria” de Juan Isidro Jimenez Grullon cuestiona los merecimientos de Sanchez y Mella para ser exaltados de esa manera, entonces debemos corregir el entuerto histórico de esa distinción.
Al ser la figura determinante de la Restauración, muchos pensamos que Gregorio Luperón tambien debía recibir la distinción de la paternidad compartida. El no participó en la gesta del 27 de febrero del 1844, pero pocos discuten que a su accionar se debe que hayamos reconquistado la independencia. Y si al final optamos por incluir a Sanchez, Mella y Luperón, sería entonces más justo que el Instituto Duartiano pasara a llamarse Instituto de la Proceridad Nacional (IPN), ensanchando así su alcance para valorar y juzgar los méritos relativos de estos y otros proceres.
El nombre del Instituto Duartiano solo podría mantener su validez si sacamos a Sanchez y Mella y reservamos el mausoleo del Altar de la Patria del Parque Independencia para Juan Pablo Duarte solamente. Pero si a Luperón y a los trinitarios le asignamos parte de la paternidad de la independencia, el Parque entero debería ser destinado a honrar a todos esos insignes proceres. En el Parque hay ya una hilera de bustos de los personajes mas prominentes de la gesta independentista, pero ese estatuario no resulta un homenaje digno de quienes arriesgaron sus vidas por la causa independentista. Se impone que todo el Parque sea el Altar de la Patria.
En tal sentido procede tambien mudar de sitio al Panteón Nacional. Al estar hoy ubicado en lo que fue una iglesia colonial jesuita, su actual ubicación no compagina con su mision institucional. ¿Por qué albergar los restos de nuestros proceres en una iglesia si nuestra Constitución establece que el estado dominicano es laico? ¿Por qué asociar a nuestros héroes republicanos con la colonia? Tendria más sentido construir un majestuoso edificio dentro del mismo Parque Independencia para albergar ahí, no solo al mausoleo del Padre de la Patria, sino tambien las tumbas de nuestros otros proceres republicanos. No importa si la función del Parque deja de ser recreativa y pasa a ser votiva. Después de todo, hace tiempo que la aberrante palizada que lo encierra aniquila su función recreativa.
Conviene tambien que sea el IPN quien se encargue del manejo del Parque Independencia. Si el Panteon Nacional ahí se muda seria racional que sea el IPN y no las autoridades políticas quienes decidan quienes tienen los méritos para ser inmortalizados ahí como proceres. En estos tiempos no es aceptable que a la proceridad de una mujer como Maria Trinidad Sanchez se le pase por alto. Procede que la proceridad incluya a los padres y madres de la Patria. “Lo que no podemos es dejar que la proceridad continúe en un limbo cerril de inoperancia. Debemos definirla mejor para que la inclusión de nuestros muertos ilustres pueda merecer el respeto y veneración de todos, aunque para los controversiales reservemos el Museo del Hombre –y la Mujer?–Dominicano.”
Por su lado, la Academia Dominicana de la Historia debe ampliar su mision institucional. Esta tiene como “objetivo primordial conocer y estudiar el pasado en general, y principalmente el de la nación dominicana.” Pero lo más racional seria que, además de su función académica, pasara a manejar la Comisión Nacional de Efemérides Patrias y los museos mencionados más arriba. De esa manera la mision del IPN estaría circunscrita a ungir los proceres, mientras la Academia se encargaría de las conmemoraciones y exhibiciones contemporáneas. En términos físicos, ya un departamento de la Academia la Comisión de Efemérides Patrias puede mudarse al actual edificio de la Academia y esta ocupar el Palacio de Borgella, lo cual proyectaría un claro mensaje de que la libertad triunfó sobre la opresión.
Mientras, la identidad nacional no se nutre solamente de los referentes históricos de nuestra vida republicana. Por eso la Academia debe absorber tambien a la Direccion Nacional de Patrimonio Monumental, encargada de los vestigios coloniales y de otras cimientes no republicanas. (Su actual ubicación como dependencia del Ministerio de Cultura tiene menor validez que la que reclama su raigambre histórica.) Y para completar la mision de la Academia se debe incluir su hegemonía sobre la Sección Nacional Dominicana del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, otra dependencia estatal casi desconocida por la poblacion.
La Academia debe tambien abandonar con donaire la Biblioteca Vetilio Alfau para que esta sea trasladada a la Biblioteca Nacional. Aunque esta última languidece y se ve amenazada por un jaque mate digital, su edificio e instalaciones pueden ser mejor aprovechados con ese traslado. Igualmente se debe trasladar ahí la Biblioteca de los Bibliófilos y la Biblioteca del Archivo General de la Nación, a fin de que esa última entidad se limite a su labor de conservación.
Mientras perdure la dispersión institucional reseñada la consolidación de nuestra identidad nacional está al garete. Su racionalización sería una tarea difícil por la inercia con que se manejan esas instituciones, pero acometerla impartiría la racionalidad que merecen nuestros héroes. Convendría que el presidente Abinader nombre una comisión que incluya, entre otros, a los titulares del Instituto Duartiano y de la Academia Dominicana de la Historia para que presenten un plan de racionalización. Y una vez aceptado debe legislarse para que su aplicación asegure un habitáculo adecuado a nuestra identidad nacional.