Escondido en una irredenta edición del Boletín del Instituto Duartiano (No.35/2016) se puede encontrar un apretado opúsculo sobre Gregorio Luperón del destacado historiador Roberto Cassa. Su lectura despierta, entre otras cosas, la interrogante sobre si este “perfecto mulato” merece ser homenajeado, junto a Duarte, Sanchez y Mella, como un Padre de la Patria. Algunas ponderaciones claves sobre la proceridad de estos personajes permiten concluir afirmativamente. Y no porque a la tríada reinante le falte un mulato.
Una nación no puede ser fundada por un solo individuo. Aun si su gestación y lanzamiento haya sido idea de alguien en particular, su parto es siempre un esfuerzo colectivo. La pluralidad del esfuerzo determina que no haya un solo Pater Patriae sino muchos. El historiador Campillo Perez avala el juicio de la siguiente manera: “Si la presencia de Sánchez y de Mella en la Puerta del Conde es uno de los factores más importantes que se han tomado en cuenta para proclamarlos Padres de la Patria, entonces tendremos que ha habido notoria injusticia con respecto a otros próceres dominicanos. Entonces Padres de la Patria serían Santana por el 19 de Marzo, Imbert y Valerio por el 30 de Marzo; Bobadilla, Báez y Valencia por haber organizado políticamente el Estado Dominicano y así sucesivamente muchos otros pioneros de los primeros días de vida republicana. Porque sin todos esos acontecimientos que se sumaron a su causa, el 27 de Febrero hubiera perecido en su cuna.” (http://www.jmarcano.com/mipais/historia/padres.html)
En el caso nuestro la escogencia de quienes merecían tan excelsa distinción se negoció durante uno de los gobiernos de Ulises Hereaux (Lilis), principalmente entre familiares de Duarte y Sanchez. Porque los trinitarios se merecían la primacía, se acordó que Duarte, Sanchez y Mella compartieran el título. La nación hoy los tiene como los cimeros gestores de la nueva nacionalidad y la tríada está oficializada en el Altar de la Patria donde descansan sus restos. Cuando se pasa balance, sin embargo, deberá admitirse que la coronación reflejó intereses de la época y no es necesariamente inexpugnable. El insigne historiador y político Juan Isidro Jimenes Grullón considera tal selección como un “mito con raíces espurias”.
Respecto a Juan Pablo Duarte en particular, el dogma de que es el fundador de la república y verdadero Padre de la Patria se ha impuesto desde que el 15 de marzo del 1844 el Arzobispo Portes lo recibiera, a su regreso al país desde Curazao, con ese epíteto (https://euloarts.com/2013/02/el-regreso-de-juan-pablo-duarte-al-pais/). Campillo Perez reitera: “En Duarte hay un renunciamiento a lo material, una línea invariable al ideal nacionalista, una postura mística, que agregan a su figura patricia elementos conducentes a consagrar una santidad.” Su sitial como Padre de la Patria se enarboló nuevamente a partir de la Restauración. La afirmación de que él nos legó la nacionalidad hoy no encuentra disputa entre opinantes y su proyección como símbolo nacional inspira al patriotismo.
Lo fundamental que califica a Duarte como un paradigma del patriotismo puro es la tenaz e intransigente sustentación del ideal de la independencia y de la creación de un estado libre y soberano (https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Pablo_Duarte). En el caso de Luperón se puede decir algo similar porque el propugnó por la restauración de la república independiente que había forjado Duarte y reconoció a este último como Padre de la Patria. Tal admisión la externó en una ocasión en que quiso traer a Duarte de regreso al país, llamándolo “benemeritísimo patriota, Padre de la Patria y Mártir de todas nuestras contiendas” (https://www.listindiario.com/puntos-de-vista/2017/07/15/474174/el-dia-en-que-fallecio-juan-pablo-duarte-fundador-de-la-republica). Según el opúsculo de Cassa, Luperón nunca cejó o se desvió del empeño de restaurar la nacionalidad y todos sus afanes persiguieron la consolidación de la nación como ente libre y soberano. Su estatura patriótica casi se iguala a la de Duarte porque fue el principal e intransigente líder del esfuerzo restaurador, aunque al primero debe reconocérsele la superioridad de haber fraguado el proyecto original de independencia.
Entre todos los que lucharon por la causa de la independencia y la nacionalidad, Duarte y Luperón, en tanto paladines inquebrantables del ideal, son los que más merecen el título de marras. Mella y Sanchez, aunque en diferentes ocasiones demostraron lealtad a Duarte y el segundo perdió la vida por tal motivo, tuvieron actuaciones zizagueantes al enrolarse varias veces como seguidores de Santana y Baez (http://hoy.com.do/la-absurda-triada-de-los-padres-de-la-patria/). Es cierto que Mella fue quien proclamó a Duarte presidente de la república en dos ocasiones y que Sanchez luchó a veces en contra de los anexionistas. Pero habría que condenar las veces de su contubernio cómplice con los conservadores que propugnaban por una anexión a una potencia extranjera, abjurando de la pretensión de una nueva nacionalidad.
Para ser justos Santana y Baez, dos adalides del ideal de la anexión, no fueron modelos de canallas. Ellos lucharon por la “separación” de Haiti como el que más y eso impide que se le desprecie. Lo mismo aplica a Sanchez y Mella, a pesar de sus desvaríos. Todos combatieron a los haitianos en pos de la “separación” de los dos pueblos. Pero los primeros nunca podrían postularse como Padres de la Patria porque su accionar fue contrario a la creación de la nacionalidad. En cuanto a Sanchez y Mella, su indiscutible merito trinitario tampoco les catapulta sobre otros del mismo predio y eso le resta estatura para permanecer en la cumbre de la gloria nacional. Inclusive se afirma que los inseparables compañeros de Duarte fueron Juan Isidro Perez y Pedro Alejandro Pina.
Aparte del compromiso con la nueva nacionalidad, entre Duarte y Luperón se registraron marcadas diferencias en sus respectivas gestiones civiles y militares. En el campo civil, Duarte logró levantar fondos para la causa independentista antes del 27 de febrero. Habiendo sido proclamado dos veces presidente, este nunca aceptó el cargo y declinó el honor para promover la unión entre sus partidarios azules y liberales. Además, ejerció una encomienda diplomática para el gobierno restaurador en campaña en Venezuela y el Caribe. Pero Duarte nunca fue ni vicepresidente ni ministro de ninguna cartera. Con su desprendimiento demostró que el ideal de la independencia superaba toda ambición de poder personal.
En cambio, en su vida civil Luperón fue un burgués interesado en las operaciones comerciales que hizo fortuna y acumuló un patrimonio apreciable. Hubo ocasiones en que estuvo al frente de la aduana de Puerto Plata, la más importante en ese entonces. Pero su gestión fue pulcra y ética. Sobre su talante ético y el origen de su fortuna Cassa nos dice: “El origen de esta no provino de usos ilegales del poder u otras formas de corrupción, sino de su capacidad individual para los negocios, si bien favorecida por la autoridad que emanaba de su nombre.” Su inclinación a los negocios quedó demostrada cuando eventualmente ejerció como Presidente de la Republica (1879-1880) pero se quedó en Puerto Plata y dejó los asuntos de estado en manos de su lugarteniente Lilis radicado en la capital.
En el ámbito militar las diferencias entre Duarte y Luperón también fueron grandes. Mientras el primero había recibido entrenamiento militar en la milicia haitiana y luego llegó a comandar una tropa hasta Bani con la intención de combatir a los haitianos, Duarte nunca combatió frontalmente como lo hizo Luperón. Mientras Duarte era un valeroso líder civil y apóstol de la causa de la libertad, Luperón fue un líder militar que sobresalió en los combates y exhibió sobradas convicciones democráticas y libertarias. Duarte tuvo que salir del país dos veces por persecución de Herard y Santana, mientras Luperón lo hizo solo en viajes de placer o por alejarse de la política. Tanto Duarte como Luperón dieron muestras sobradas de su altruismo patriótico versus la ambición de poder estatal que exhibieron algunos de los separatistas o anexionistas.
A pesar de eso, a ambos líderes se les critican varias actuaciones de sus vidas. A Duarte se le enrostra su virtual desaparición después que Santana lo desterrara en agosto del 1844 y solo se volvió a saber de el en Venezuela en 1861. Cuando en el 1864 aceptó la encomienda diplomática del gobierno restaurador retornó a Venezuela para no volver al país. Aunque falleció en el 1876, no fue sino en 1884 que su cadáver fue traído de regresp. En pocas palabras, se le critica no tomar las riendas del gobierno y ejercer la primera magistratura del Estado. Mientras a Luperón se le critica haber patrocinado el advenimiento de la tiranía de Lilis hasta el punto de llegar el mismo la combatirla.
Tanto Luperón como Duarte terminaron sus vidas profundamente desencantados. Cassa cita a Luperon: “…los desencantos que he sufrido en mi larga carrera política han enfermado mi espíritu y me siento incapaz de soportar el peso agobiante de la Suprema Magistratura del Estado.” Duarte, por su parte, nos dice: “Cuán triste, largo y cansado, cuán angustioso camino, señala el Ente divino al infeliz desterrado”. Simon Bolivar también murió desencantado después de haber prohijado la independencia de seis países, lo cual da pie para especular que los patricios idealistas tienden a correr la misma suerte.
Sin duda, la figura de Luperón comporta sobrados méritos para considerarse un Padre de la Patria. Esos méritos sobrepasan, tanto en principalía apostólica como en episodios heroicos de combate, los de Mella y Sanchez. De ahí que deba reabrirse el debate sobre los criterios de proceridad que califican para recibir ese noble título. Es fácil coincidir con Jimenes Grullon, quien en su famosa obra “El mito de los padres de la patria” (http://website.agn.gov.do/el-mito-de-los-padres-de-la-patria-debate-hist%C3%B3rico-juan-isidro-jimenes-grull%C3%B3n) afirma que solo a Duarte y a Luperón debemos otorgarle el excelso título. Reconoceríamos así al primero, quien nos legara el sello honroso de su moralidad, como el gran gestor de la nacionalidad dominicana. Y elevando al segundo estaríamos engalanando el frontispicio de la gloria nacional con la sublime piel de más de la mitad de la población dominicana.