Los signos lingüísticos posibilitan la interpretabilidad del inconsciente, pues es en la lengua donde impera el mundo de las metáforas y los significantes que abren, la posibilidad del entendimiento de las sensibilidades, las similitudes y diferencias. En el análisis de las palabras abundan las interpretaciones que van desde enfocarse en la unidad de la palabra o englobarse en algo mayor como el discurso. En toda teoría hay un conjunto de significantes que tienen sentido al tratar de encontrar respuestas posibles a interrogantes que se han elaborado en el proceso de pensar.
De acuerdo con Heidegger toda interpretación es un diálogo con la obra, pero tal diálogo se cae en la esterilidad, si tan solo se instala en el habla, y se queda allí como una piedra. Es necesario que ese diálogo se coloque en lo que el filósofo llama el lugar de su estancia. Es aquel espacio en el que se abre el acceso, a lo que hablan los interlocutores. Ahí está el alma o la esencia de las palabras convertidas en un diálogo, pues ellas solo conducen, a lo que no está hablado. Y para llegar a estos caminos espinosos, hay que elaborar preguntas una y mil veces, para poder entrar en lo no hablado.
Esto me recuerda la conversación que tuvo Lacan con Derrida en una linda cena en casa de Jean Piel y Sylvia Batetaille. En ese lugar, ellos se saludan y dan un apretón de manos y llega la pregunta clásica para entrar en conversación. ¿Cómo estás? Y Derrida pregunta, ¿Cómo estás tú? La respuestas formal de Lacan, me encuentro bien. La respuesta inmediata de Derrida fue comenzar a señalar sobre lo que está trabajando. En ese contexto el Dr. Lacan le dice, ya me hablaste de eso y el filósofo Derrida, para evitar discutir sobre lo que le dijo y no ofender al psiquiatra, cambió la conversación y evadió el tema. Lo que hizo el filósofo fue irse, a otro tema, y comenzó a contar una anécdota sobre su hijo. El psiquiatra lo escuchó detenidamente hasta que concluyó la conversación, no hubo más palabras. Tiempo después, el psiquiatra sin permiso de Derrida, utilizó esa conversación y describió en unos de sus discursos sobre lo que significa la palabra plena y la palabra vacía.
¿Qué nos señala el psiquiatra sobre este coloquio anodino entre dos figuras del pensamiento francés? Pues le cuento, él señaló que las palabras por sí mismas expresan un sentido. Pero, ¿cuál sentido? Aquel sentido que se repite, y el qué está oculto a la vista de todos. Está claro, estaba tratando de mirar lo que se repite, en lengua psicoanalítica, el síntoma. Y al mismo tiempo indagar más allá de lo aparente. Con ese atrevimiento, hace un llamado al sujeto. Y de inmediato aparecen las defensas del Filósofo o lo que está oculto.
En poca palabra le dijo: Háblame. Fue una pregunta que inundó, los sentimientos y el semblante y las formas del momento. Fue una emboscada en el discurso. Lacan con su metafísica de la presencia estaba tratando de encontrar la palabra plena, la que lleva al inconsciente, aquello que muestra la verdad, frente a lo que está vacío y que forma parte de la conciencia, o lo que es lo mismo del yo. La provocación fue suculenta y permitió una desconstrucción del sentido del otro, en este caso su amigo Derrida.
Y con esto vuelvo a Lacan. Estaba el psiquiatra ejerciendo su poder con su pregunta. U otra, que no es lo mismo, el psiquiatra provocó en Derrida un cuestionamiento sobre su verdad cotidiana, aquellas que vamos elaborando como máscara frente a los otros. Tal vez podría ser lo que dijo más tarde en un seminario sobre aquella conversación. Y le cuento la referencia. En un seminario el psiquiatra declaró con sorna que se trataba de desvelar, lo que está oculto, lo que verdaderamente tiene un sentido para una interpretación definitiva. Y en este caso, lo que aconteció con el hijo de Derrida es un camino de interpretación. En pocas palabras, a lo que recurrió el filósofo en dicha emboscada, es lo que tiene un verdadero valor psíquico.
El psicoanalista se interesó, por lo que está escondido, lo que tiene un sentido auténtico para dar una interpretación y construir otra escena. En este escenario me he encontrado con conceptos como sionismo, judaísmo, soberanistas y globalistas. En el marco de esta discusión entramos en la discusión temporal sobre la imaginación del pensamiento occidental y sus conceptuaciones que se dirimen en la plaza pública.
Históricamente se nos atiborra de conceptos que tratan de explicar lo epocal y los sentidos de quienes manejan el poder de los discursos dominantes. Se enseña que hay que estar de lado de uno de esos discursos. No se puede hacer silencio y no hay, aparentemente, lugares ocultos bajo el paraguas de esos dualismos.
Ninguno de los dualismos señalados habla que están estrechamente emparentados con la cantaleta de cuatro siglos en el que se desarrolló el modelo de estado/nación. El cual se comporta como un señorito comprometido con una sola mujer. De plano niegan que estos conceptos estén atravesados por la misma posibilidad teleológica. El de soberanía se une con expresiones de crueldad, de desamparo y de exclusión con la expresión de lo mío. Alegando defender un espacio vital. El otro (globalización) arguye sobre las fuerzas colectivas como expresión de imponer un poder político de supra-Estado en el que estemos bajo los mismos criterios de ánimo, crea un gobierno bajo el control de unos pocos y que se destruyan las identidades nacionales. Ambos pertenecen al mismo enfoque: reivindican el Estado nacional o global. Ambos están bajo una economía pulsional, bajo la ley de lo propio. No hay razón para la libertad ni para la comunidad. Están alejados de ese otro oculto que no quiere ser dirigido, ni por uno ni por otro. Están atrapados en ese goce anímico que Freud expuso en su texto, más allá del principio del placer. Están apresados por la pulsión de muerte, lo que explica claramente el porqué de la guerra.
El discurso dicotómico es el psicotrópico de occidente. Ellos intentan que esté definido en un solo lado. No hay escala de grises u otras opciones, por lo menos visibles. El tronco del problema está de dónde se parte: si escoge al yo me quedo en la verdad de la conciencia y del individuo, si se elige el nosotros se vuelca la tuerca al nosotros. Es posible quedarse sin optar. Y vuelvo a Heidegger, tal vez preguntarme sobre lo que significan estos dualismos conceptuales, no es la salida. Quizás la preguntas sería porqué desde esos argumentos no puedo encontrar respuestas. Y vuelvo al cuestionamiento de Lacan, estoy haciendo la pregunta que podría provocar una incomodidad al desvelar la repetición y el síntoma. Estaría desarrollando un pensamiento que descubra, lo que está oculto en el sentido de la interpretación.
Es posible qué podamos pensar de otra manera, rompiendo los dualismos. La palabra pensar es un accionar que se envuelve en un espacio-tiempo. Y si decido no involucrarme con una arqueología inanimada y me comprometo con preguntas sobrecargando la dimensión lingüística y logrando atravesar estos dilemas dicotómicos. Para llegar a la pregunta que verdaderamente desestabilice el panorama de los garantes políticos que no gobiernan dentro del modelo de los Estados nacionales o de los Estados globales.
El solo tocar estos temas irrita a muchos. Sin embargo, la presencia de la rabia, al plantear el tema, nos lleva a un giro que apunta a la desconstrucción del discurso que se comporta como una representación de lo real. Hay que colocar sobre la mesa al significante que opera con sus bisturís y son varias manos. Desmontar el discurso implica mostrar la precariedad. Y esto implica encontrar un inconsciente colectivo e individual para que hable. Por tanto me iría, a lo que falla, a la fantasía, a la fisura o metedura de pata. Yo me inclinaría, a lo que entra en el discurso del amo y del esclavo. Al discurso de lo patológico y sus locuaces síntomas por el goce que no se puede decir o expresar abiertamente. Y sólo en ese camino, formularía un concepto de lo real, porque en mi humilde entender, son las pasiones y sus tribulaciones, el único medio para abordar el concepto de lo real.
Todos los conceptos asfixian, clausuran, fracasan, taponan, gritan como lo hace el sociópata cuando persigue incansablemente deseando que lo frenen. Es su gran lucha porque lo detengan no se detiene con su pulsión de muerte. No encuentra la cura, por su gran fracaso, el existir sin colmarse de felicidad, por no aceptar la falta.
En filosofía entramos en la falta metafísica y emboscamos al concepto, los discursos, las palabras. Se intenta despojar de su liderazgo binario que sitúa su presencia y ausencia. La filosofía intenta arrojar fuera del Edén a todos los discursos formulados por el histérico en su elogio a la nada. Mi preferencia, sacar de su lugar los conceptos. Tirar las estanterías de su cuadratura y redondez. Y tomarlo entre las manos, porque sé muy bien, que algo falta y no está en su lugar. Pensar en el hoy implica encontrar el lugar perdido, lo que se muestra como imposible. Es comenzar a deconstruir por medio de la metáfora, los sueños, las parábolas, los mitos, las sensibilidades de los tutelados, los ignorados, en fin lo que se considera fracasado, fallido y que se muestra bajo la humillación del sistema. Y vuelvo a retomar la pregunta de Heidegger ¿qué significa pensar? Para continuar con el homenaje de la falta.