La violencia que deja el poder es omnipresente, como el dios con el que nos metían el miedo en el cuerpo en nuestra infancia. Dios todo lo ve, no te portes mal. Y nos portábamos “peor”, pero sentíamos más culpa e ideábamos estrategias para no ser descubiertos, descubiertas.
El poder terrenal y sus narrativas son como ese dios. Se instalan en nuestras casas, nuestras iglesias, nuestras calles, nuestras escuelas y, lo peor de todo, en nuestras cabezas y nuestros cuerpos. Sus narrativas nos impulsan a reproducir abusos entre nosotros y nosotras, los de los márgenes, las de las orillas: la gente de clase trabajadora, las mujeres racializadas, las disidencias sexuales, los campesinos.
Y así, un compañero que quiere cambiar el mundo contigo para que no haya racismo o injusticia social te acosa o no respeta tus conocimientos prácticos o académicos porque eres mujer, y desde el poder se le ha enseñado que los hombres mandan.
En tanto que la compañera citadina, de clase trabajadora, que hace activismo para proteger los recursos naturales del país, repite chistes que ridiculizan a los campesinos.
Es importante identificar y parar a tiempo estas agresiones (con responsabilidad, pero sin culpas): casi nadie escapa de hacerlas o recibirlas. Y precisamente la diversidad de las demandas de las manifestaciones del 8 de marzo nos ponen de frente con muchas de las opresiones que sufrimos o infligimos a otros, a otras de forma consciente o inconsciente.
¡El patriarcado se va a caer! Hay que quitarle piedritas en la mesa de la casa, en el Congreso, en la empresa y en la Presidencia. Pero ¡se va a caer!
Las trabajadoras del hogar organizadas cuestionan el privilegio de activistas de clase media que pueden contratar empleadas y no incluirlas en la seguridad social. ¿Cómo lograremos que el trabajo del hogar sea formalizado, bien remunerado y se reconozca su valor?
¿Cuándo miraremos a las productoras de alimentos y comprenderemos que necesitan tierra, recursos y políticas que promuevan la agroecología para no dañar los ríos en una isla de ecosistemas frágiles como la que habitamos? ¿Cuándo comprenderemos la urgencia de sus luchas?
¿Cuándo los hombres aliados dejarán de apoyar a sus amigos acosadores y se pondrán del lado de la justicia y de la razón?
El 8 de marzo y los días siguientes se habla de las injusticias que sufren una gran variedad de grupos de mujeres y sus comunidades. Si las escucháramos a todas, el mundo sería mejor, empezando por nuestras cabezas, casas, calles y escuelas.
Y sí, también hay que dar las grandes luchas contra los gobiernos o las multinacionales que explotan a grupos vulnerabilizados. ¡El patriarcado se va a caer! Hay que quitarle piedritas en la mesa de la casa, en el Congreso, en la empresa y en la Presidencia. Pero ¡se va a caer! Con nuestra rabia y con nuestra alegría.
* La Canoa púrpura es la columna de Libertarias, segmento de feminismos, derechos y nuevas masculinidades que se transmite en La República Radio