En privado y en público, desde hace unos días, el presidente anda de mal humor. Lo confirman sus allegados sotto voce y nos damos cuenta en lo inusualmente ríspido de sus respuestas con el fideicomiso de Punta Catalina, una obscenidad contra la cual se levantó una formidable oleada de indignación ciudadana que hizo recular esa infamia, pero sin derrotarla por completo. En lugar de repudiarla, el presidente la envía al CES un engendro burocrático e inútil adscrito al Ministerio de la Presidencia de Macarrulla cuyos miembros no representan a nadie y que fue instaurado por el PLD no para esclarecer problemas vía el dialogo sino para encubrirlos.
¿Por qué el presidente suspendió las gestiones para contratar una firma extranjera que, por cuenta del Estado, administrara Punta Catalina exactamente como hacen otros países y aquí mismo AES, los Vicini y otros que poseen, pero no operan sus propias plantas? Dicen que el presidente, en campaña, prometió a esos empresarios privatizar Punta Catalina y muchas otras cosas al amparo de figuras tales como los fideicomisos. El problema ya no es si prometió o no. Hay un daño reputacional en la imagen y la trayectoria de Luis Abinader. Lo que dicen las calles y, sin mitigar el enojo, es que el presidente sabía del contrato y que si el país no se hubiera parado en dos patas le hubieran clavado el puñal en la espalda.
Mientras la subida de los precios hace estragos en las familias, el presidente regala nuestro patrimonio a gente rica que ni lo necesita, ni se lo ha ganado ni se lo merece. Así es como ven el asunto y hoy me dijo un amigo: "en esas condiciones podían haberme dado el fideicomiso a mi. No pongo nada y al final me quedo con todo". Una mujer, en el sur profundo exclamó, entre incrédula e indignada: "¿Pero, hasta Luis?"
Una situación desagradable se ha convertido en un grave problema: para la calle, el Gobierno actual del PRM es malo, ineficiente y también corrupto y hay pruebas en abundancia. Sin embargo, la gente ha visto, juzgado y medido a Luis Abinader presidente con una vara diferente: la del hombre honesto que escucha, que no quiere quedar mal, que quiere ser justo, que cuida su reputación; aspiramos a que cuide el país y nuestros intereses con el mismo celo que cuida a su familia. Si el presidente pierde ese afecto de la gente, si la estima se convierte en desdén, si se cuestiona su buena fe y arraiga la creencia de que sirve a los muy ricos, está perdido.
A Luis Abinader le tocó la herencia terrible del desmadre peledeista que lo corrompió todo, le tocó la pandemia y ahora la inflación desatada por esta. Encontró un país saqueado, pero con un pueblo insubordinado. No habrá reelección y lo impensable ocurrirá: Luis Abinader saldrá mal parado y será perseguido judicialmente. Ambas perspectivas son catastróficas y solamente placenteras a los enemigos de siempre de esta patria y de este pueblo, y esa misma gente, una vez desprestigiado e inútil, lo venderá como tasajo. Presidente, si Ud. no me cree, pregúntele a Leonel Fernández y al propio aunque inefable Danilo Medina.