El distinguido colega y amigo Pavel Isa me ha conferido el privilegio de escribir unas notas para presentar su libro Una agenda para la transformación, y para mí es un grato placer hacerlo.

A Pavel lo respeto como profesional y lo admiro como uno de mis más brillantes alumnos durante mi vida como profesor de estas aulas. Antes de que pasara a ser viceministro y posteriormente ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, me deleitaba semanalmente al leer sus artículos con la convicción de tener enfrente a un profundo conocedor de la realidad social dominicana en sus más diversas manifestaciones.

Los artículos compendiados en este libro, exponen al economista completo, al intelectual comprometido, que busca entender la realidad para cambiarla. Claro, cuando un economista profesional expone ante todos, a través de artículos periódicos, sus puntos de vista acerca de las más diversas manifestaciones de la economía, si después es nombrado ministro corre el riesgo de que el público confronte lo que se postulaba con lo que se hace.

Y es que, quien no ha estado en una posición pública importante cree a veces que un ministro puede llevar a la práctica todo lo que piensa. Craso error, cuando a lo sumo trazar orientaciones, advertir sobre riesgos de actuar o no actuar conforme sus convicciones, y proponer a los que finalmente toman las grandes decisiones.

Al final, se descubre que cambiar la realidad es mucho más complejo que analizarla, por lo que el ojo crítico se atenúa con la experiencia.  Y mucho más cuando vivimos en un país con un Estado tan débil y un sistema político tan susceptible a responder a los poderes tradicionales.

Los escritos aquí expuestos abordan los más amplios campos que impactan el desempeño económico, social e institucional dominicano: comercio exterior, acuerdos de libre comercio y otras relaciones económicas internacionales, competitividad, empleo, salarios, productividad, gestión pública, política fiscal, educación, políticas sectoriales (con énfasis en industria, minería, agricultura, zonas francas, mipymes) y, en general, un apasionante viaje por el desarrollo productivo del país.

Pavel Isa pone énfasis en cómo la República Dominicana se ha enredado en políticas que privilegian la competitividad fundamentada en exenciones tributarias y salarios bajos -con impacto casi nulo en el desarrollo productivo-, incapacitadas para estimular la asimilación y adaptación de tecnologías y la innovación en productos y procesos, ignorando las políticas que transforman la producción y el empleo, para terminar “con un sector industrial bastante más grande que antes (y con muchos más millonarios) y con más empleos, pero incapaz de lograr una dinámica propia de transformación continua y de éxito”.

Lo expuesto ha conducido a nuestro país a resultados más bien discretos, no negativos, pero muy lejanos de lo deseable. A pesar de ello, los dominicanos no deberíamos tener grandes motivos de queja sobre el desempeño económico.

Ciertamente, por más de medio siglo la economía dominicana ha sido una de las más exitosas de América Latina en términos de crecimiento y de estabilidad macroeconómica. Cualquiera creería que esto es fácil de conseguir, pues, nos hemos acostumbrado a verlo como el orden natural de las cosas. Pero no es así, como lo confirman los múltiples países de la región que caen en reiteradas crisis, o que no logran salir de ellas.

Y el que no alcanza a verlo, sólo tiene que girar la vista a los vecinos: al oeste, Haití, Cuba, Centroamérica; al este, Puerto Rico y otras diversas islas del Caribe; y, al sur, Venezuela y algo más allá Ecuador o Argentina. Todos a nuestro alrededor nos envidian como país.

Pero sí tenemos quejas. A pesar del éxito macroeconómico, en diversos aspectos seguimos teniendo múltiples carencias. Como se ha diagnosticado en estudios nacionales e internacionales, el reto para República Dominicana no es crecer, sino crear un país más cohesionado y competitivo, lo que plantea la necesidad de introducir reformas estructurales importantes.

Los progresos han resultado insuficientes en términos de generación de empleo formal y mejora de los salarios reales, así como en la calidad y cobertura de los servicios públicos básicos a los ciudadanos. Cierto que en los últimos años el país ha logrado resultados notables en reducción de la pobreza y la desigualdad, pero tales progresos no han sido suficientes para superar el rezago histórico.

Además, los limitados recursos con que se maneja el fisco dominicano operan como un poderoso freno. Siempre he sostenido que el principal problema del país es el desequilibrio entre lo privado y lo público: muchas jipetas y pocas calles; plazas comerciales y supermercados que nada tienen que envidiar a países desarrollados, conviviendo con hospitales, escuelas, cuarteles, empresas eléctricas, acueductos y juzgados incapaces de cumplir la misión que se espera de ellos; avenidas abarrotadas en un tránsito infernal; calles, callejones, caminos, cañadas, ríos y mares llenos de inmundicias insalubres, retratan lo poco funcional que ha resultado el crecimiento económico para resolver los problemas de la gente.

Otro aspecto en el cual el modelo económico que hemos seguido evidencia limitaciones, es el insuficiente desarrollo de un sector exportador capaz de inducir el surgimiento y crecimiento de nuevas actividades formales.

Las exportaciones de bienes, que representaban alrededor del 25 % del valor en dólares del producto interno bruto (PIB) en el decenio de 1990, rondan el 14 % en la actualidad. Todavía incluyendo los servicios, la tendencia es la misma. Es decir, la economía creció hacia adentro, en un contexto mundial en que tal cosa no augura mucho éxito.

Estos datos indican claramente que el crecimiento dominicano se ha basado en renglones no transables, que son los que suelen generar el empleo informal, de escasa productividad y bajos salarios.

Un aspecto importante, que amerita atención, se refiere al desarrollo armónico de todo el territorio nacional. El eslogan de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS), “Que nadie se quede atrás”, aplica en todos los ámbitos, no solo en el social atendiendo a sexo, grupos vulnerables o grupos étnicos, sino, también y muy particularmente, al ámbito espacial.

La cohesión territorial tiene que ser construida participativamente, y concretarse en igualdad de oportunidades y de acceso a los servicios básicos y la infraestructura. Igualación de las oportunidades dentro de las ciudades, entre zonas urbanas y rurales y entre ciudades pequeñas, intermedias y grandes.

Quiero aprovechar el desafío que nos presenta Pavel para exponer dos puntos que me parecen cruciales. El persistente, pero desequilibrado, crecimiento económico ha propiciado en las élites dominicanas una sensación de autocomplacencia, que se refleja en resistencia a los cambios requeridos, bajo la excusa de que se puede estropear nuestro paraíso. Pero el mantenimiento del status puede estropearlo más.

Y resulta que el supuesto paraíso no convence a una amplia fracción de nuestra gente, particularmente de nuestra juventud, la cual no se siente cautivada ni por nuestra estructura productiva ni por nuestras instituciones, no ve las posibilidades de ascenso social ni siquiera con la precaria educación que le brindamos, y aun con títulos universitarios buscan el camino de salida.

Al momento en que ello ocurre, nuestros vecinos más pobres, desesperados por la peor situación de su país, y escuchando los cantos de sirena, vienen gustosos a ocupar su espacio, en un movimiento de expulsión-atracción por el que asistimos a un proceso de sustitución gradual de mano de obra más calificada por otra menos productiva.

Y todo ello con el agravante de ambos ser víctimas del creciente sentimiento de odio y discriminación, aquí y allá.

Las políticas públicas, por muy bien diseñadas que puedan estar, pierden eficacia si la población no confía en el Estado, si no está dispuesta a respetarlo y seguir sus dictados. Lo que nunca debe abandonarse es, como dice el autor, insistir en procura de un gobierno decente; y que, sea lo que sea que se haga o se pretenda, se haga en ese marco.

Para el que ha ejercido su vida profesional buscando ese propósito, postulando por un gobierno decente, puede resultar desconcertante ver a nuestro alrededor cómo tantas personas valiosas, por lealtad partidaria o apego a un cargo, están dispuestas a ver pasar tranquilamente lo que nunca debió pasar. O peor, llegar a negarlo o justificarlo.

En la vida hay principios y valores por los cuales vale la pena cualquier sacrificio. Terriblemente, como sostiene el autor, existe en el país una cultura política que, con frecuencia, legitima comportamientos no éticos.

Señoras y señores, no puedo terminar estas palabras sin referirme al contexto en que vive la sociedad actual, que nos expone a conflictos y riesgos que amenazan nuestras condiciones económicas y nuestro futuro.

Hasta hace poco, se respiraba un ambiente de optimismo en el mundo. Pero aparecieron los terribles años veinte del siglo XXI y, con ellos, la pandemia, el confinamiento de la población, una profunda crisis económica, inflación mundial y un mundo con todos los gobiernos más endeudados.

Europa fue estremecida por la salida del Reino Unido de la Unión Europea y poco después la invasión rusa a Ucrania y consecuente incorporación de Estados Unidos y toda Europa Occidental a la guerra contra Rusia, aunque el terreno de combate permaneciera restringido al territorio ucraniano. A continuación, se agrega la destrucción y el genocidio en Palestina, extensiva al Medio Oriente.

Y por si ello fuera poco, el mundo actual está marcado por la guerra comercial y tecnológica emprendida por los Estados Unidos contra China, considerando que, al ser un país tan grande, el persistente crecimiento y desarrollo tecnológico de aquel país puede amenazar su posición como primera economía del mundo, lo cual los estadounidenses entienden que es un privilegio que la divinidad les tiene reservado.

Dado que la humanidad está siendo impactada por fenómenos como el cambio climático, la desigualdad, el armamentismo, el riesgo de conflagración o los efectos imprevistos de la aparición de la inteligencia artificial, es difícil concebir soluciones que no impliquen acuerdos mundiales.

Con el agravante de que los desequilibrios sociales han contribuido a la pérdida de los consensos básicos de la postguerra, factores que están llevando a la sociedad en muchos países a una polarización ideológica y radicalización política que impacta la gestión económica y la búsqueda de arreglos mundiales.

El descontento hacia el orden actual provoca reacciones que tienden a ser radicales e insostenibles, como empecinarse en mantener el orden mundial de postguerra como si el mundo no hubiera cambiado; o pugnar por sencillamente destruirlo, manifestándose en la obstrucción del comercio mundial mediante subsidios, sanciones, aranceles y prohibiciones, incluyendo el bloqueo del mecanismo de solución de controversias de la OMC; también incluye discursos de odio hacia el sistema internacional, como el de las Naciones Unidas, el descrédito al acuerdo de París o los Objetivos de Desarrollo Sostenible, es decir, contra todo lo que hasta hace poco nos unía como un hermoso sueño.

Es el nuevo contexto con el que debemos bregar, que supongo tratará Pavel cuando le toque el siguiente tomo.

Muchas gracias