Con la llegada de nuevo de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, se plantea una cambio de perspectiva desde el punto de vista geopolítico en el ámbito global, siendo el presidente entrante un representante fiel de la derecha norteamericana que encarna el Partido Republicano y más con un presidente que de inicio a proferido amenazas a diestra y siniestra, tanto en lo que se refiere a Latinoamérica, como señalamos en anterior artículo, así al resto del mundo.
Para el caso de República Dominicana, cuya influencia de Estados Unidos es determinante, que se expresa en unas relaciones comerciales que significan para nuestro país más del 60% de sus actividades comerciales internacionales y de donde procede el 46% del turismo al año 2024 (según informaciones divulgadas por el Ministerio de Turismo), además de los recursos financieros que provienen de organismos controlados por este potencia económica (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, BID, entre otros), este nuevo cambio de gobierno representa un gran reto, más aun con quien se perfila como el encargado de la diplomacia norteamericana a partir del nuevo gobierno Marco Rubio, como Secretario de Estado, que ya ha manifestado lo que va a ser su intervención en Latinoamericana, profiriendo con su discurso, lo que podemos considerar amenazas cuando se ha referido al caso de los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba, calificándolos como Estados que promueven el narcotráfico y el terrorismo.
También representa un gran reto para la República Dominicana el hecho que con el cambio de gobierno en Estados Unidos, a partir de las declaraciones del actual senador Rubio, no va a ver cambio en la forma de abordar la crisis que se vive en el vecino país de Haití, pues, aunque le tiro algunos piropos a nuestro país, lo que ha manifestado es que se va a seguir solicitando a otros países que “colaboren”, para ayudar a solucionar este crisis haitiana, sin Estados Unidos involucrarse directamente.
Ante este nuevo escenario el gobierno dominicano debe manejarse con mucha cautela, pues no podemos ceñirnos a la voluntad del poder norteamericano en su afán de imponerse con la política de cañonera, a los estados y países latinoamericanos, con los cuales no solo nos unen razones de carácter histórica y cultural, sino también de carácter económica y geopolítica.
Más aun cuando las relaciones económicas cada vez se amplían más en términos del turismo de Suramérica, que ha venido creciendo en los últimos años sobre todo de países como Colombia, Argentina, Brasil, Paraguay y Chile, que ha representado un alivio con la reducción de más de 200 mil turistas en el año 2021 a 8000 en el año 2024, provenientes de Rusia y Ucrania, países actualmente en guerra. Estas relaciones tienden a ampliarse con la promoción de cielo abierto, que le permite a las líneas aéreas que operan en la República Dominicana y países suramericanos ampliar la cantidad diaria de vuelos y de esa forma una intensificación de los viajes tanta para fines turísticos como comerciales, lo que ensancha las puertas para la diversificación en términos de destinos de las exportaciones, venta de servicios, inversiones y generación de divisas.
La posición diplomática de la República Dominicana está sujeta a una gran disyuntiva, ya que por un lado tenemos el problema de la emigración de haitiana producto de la crisis del país vecino y por otro lado la amenaza de deportaciones de decenas de miles de dominicanos que se encuentran en situación ilegal en Estados Unidos, por otro lado no debemos aislarnos de la posición de los países latinoamericanos que buscan defenderse de la política interventora norteamericana, que bajo la consigna de un “Estado Unido Fuerte”, pretende avasallar a nuestros países de Latinoamérica.