La sociedad dominicana lleva cuatro años en campaña política. Este activismo proselitista de los partidos políticos se ha convertido en un elemento constitutivo de la cultura política del país. Por ello los líderes de los partidos no tienen que hacer mucho esfuerzo para reunir personas de distintas generaciones. Por esto, también, los candidatos se lanzan a las actividades sin pensar un minuto lo que van a decirles a sus seguidores y utilizan como recurso motivador la promesa. Son promesas que los mismos partidos y sus representantes no pueden explicar con fundamento. La promesa se asume como hecho real que resuelve todos los problemas.
Al emplear la promesa como realidad, elevan el encantamiento de los seguidores. Los ponen a soñar con un todo incluido. Estos sueños generan, a su vez, una esperanza social y política que tiene como base el vacío. Desde este marco, se puede afirmar que los tiempos de campaña política constituyen un período en el que se reduce la capacidad de pensar en el país. Es un tiempo en el que la palabra pierde sentido. Esta se utiliza para la creación de ilusión falsa. La campaña se muestra como una oportunidad para el incremento de las emociones. Este potencial emocional se incentiva con ofertas mesiánicas que presumiblemente transformarán la vida de los prosélitos.
Hacer campaña política no es un pecado. No. Pero, cuando está vacía de propuestas claras y coherentes con las necesidades y posibilidades del país, producen un retroceso. Esta involución afecta el desarrollo humano, social y político. Por tanto, esta situación requiere una acción que contrarreste el distanciamiento de lo que demanda la nación en este momento en materia de cultura política, personal y colectiva. Hemos de actuar frontalmente contra todo lo que provoque e impulse incivilización de las personas y de la sociedad. No es posible avanzar como nación con prácticas sociales y políticas que explotan la ignorancia y la ingenuidad de los adeptos.
En este contexto, constituye un imperativo aportar para que los ciudadanos ejerzan el derecho al voto de forma consciente y responsable. Reiteramos la necesidad de ponerle atención a la formación del pensamiento de los ciudadanos. Se debe incentivar el desarrollo de la capacidad de pensar con una perspectiva crítica; una criticidad que, además de aportarles referentes para el análisis situado, los ayude a optar con autonomía y argumentos razonados. El ejercicio del voto no se debe banalizar. Para impedir que avance la banalización, urge el fortalecimiento de la conciencia crítica y de la capacidad de tomar decisiones. Ello refuerza la responsabilidad y la libertad de las personas.
Es necesario, también, una educación ciudadana integral y una mejora de las condiciones de vida de la gente. Todas estas variables son importantes para superar la campaña política que nos coloca en el siglo anterior. El voto consciente y responsable no se produce con acciones mágicas. Requiere la aplicación adecuada de los lineamientos del currículo nacional que rigen en la educación preuniversitaria. Obliga, además, a las instituciones de educación superior a una contribución sistemática y efectiva. Exige de estas instituciones más creatividad para reorientar la fuerza que las redes sociales le confieren a lo trivial e inmediato, que bloquea el razonamiento lúcido y la acción responsable.
Los ciudadanos que votan de forma consciente y responsable van más allá de las consignas y promesas. Demandan de los partidos políticos y de los candidatos propuestas concretas y sostenibles. Los urgen a una práctica coherente con las necesidades de la sociedad y de los tiempos en que vivimos. En la medida en que los ciudadanos adquieran una conciencia perspicaz y alcancen un alto nivel de responsabilidad, el tipo de campaña actual tenderá de manera progresiva a una transformación. Este proceso transformacional estará acompañado de un trato digno a los miembros y simpatizantes de los partidos políticos. Asimismo, encaminará al país por senderos próximos al Siglo XXI.