Aumentar la productividad, es decir, hacer mejor uso de los factores y recursos disponibles, es la fuerza motora que determina las tasas de crecimiento. La prosperidad es sostenible si está basada en la productividad que las empresas y personas pueden alcanzar.
En adición a los factores señalados en las dos entregas anteriores, la productividad también se ve favorecida cuando se producen cambios en la estructura de la economía hacia actividades más modernas, es decir, cuando sectores antiguos, de baja productividad, van dando paso a otros con mayor intensidad de capital.
No obstante, el tipo de crecimiento registrado en el país a lo largo de varias décadas no es consistente con una evolución tan dinámica de la productividad, dado que la mayor parte de los empleos creados en este lapso han sido informales, en su mayoría en sectores de muy baja productividad (salones de belleza y otros servicios personales, bancas de apuestas, comercio ambulante, transporte en motoconchos), mientras que los sectores de mayor productividad (industrias, zonas francas, turismo, etc.) por lo menos en los últimos diez años han perdido importancia en su generación de puestos de trabajo.
La experiencia internacional indica que gran parte del crecimiento de la productividad y, por tanto, del desarrollo económico de los países, se origina en la innovación, es decir, en una masa crítica de gente ideando y lanzando al mercado nuevos productos o concibiendo y poniendo en práctica nuevas formas de hacer las cosas.
Sin embargo, los escasos avances del país en innovación nos alejan de casi cualquier otro, incluyendo del promedio de países de América Latina. La escasa capacidad de innovación reduce la demanda de mano de obra de alta calificación, dificultando el ascenso de la productividad media de la economía.
La industria es el sector innovador por excelencia, por lo que es difícil desarrollarse con desindustrialización. Pero la participación industrial en el PIB dominicano ha caído a la mitad en tres décadas. En el decenio de 1990 el sector industrial manufacturero, incluyendo el de zonas francas, constituía entre el 26 y el 28% del PIB dominicano, y para el año 2022 se había reducido al 14.7 %
La otra perspectiva es analizar la evolución de la estructura productiva a través del sector transable y los no transables; el primero, como está expuesto a la competencia mundial, está conminado a innovar, aprovechar los progresos de otros e incrementar la productividad. El estudio realizado sobre el país hace un decenio por el Centro para el Desarrollo de la Universidad de Harvard encontró que la productividad del sector transable es un 54% mayor que la del sector no transable.
Dice también que los países de más rápido crecimiento se han caracterizado por un sector exportador de alto dinamismo, que no es el caso dominicano, donde las exportaciones representan una fracción sustancialmente pequeña y declinante en la economía.
Las exportaciones de bienes, que representaban alrededor del 25% del valor en dólares del producto en el decenio de 1990, cayeron abruptamente hasta el 13% en años recientes. Aun con el crecimiento del turismo, las exportaciones de servicios también bajaron en términos del PIB, de modo que, en total, el coeficiente de exportaciones de bienes y servicios, ha bajado de 37 % a 22 % desde 1993. El indicado estudio del CID de la Universidad de Harvard, comparó lo que representan las exportaciones de nuestro país con las de una serie de países que exhiben un crecimiento rápido y encontraron que para ellos representan el 51% de su PIB, siendo aquí menos de la mitad.
En virtud de que los datos macroeconómicos no muestran para nuestro país un gran esfuerzo de capitalización, ni de la calificación de la fuerza laboral, ni de migración positiva en términos de calidad profesional, ni de transformación productiva, ni de innovación tecnológica que nos coloquen a la vanguardia entre los países de América Latina, entonces hay que investigar más para explicar el rápido incremento de la productividad laboral.
Dentro de los factores que pueden haber influido positivamente podríamos encontrar la mayor urbanización de la fuerza laboral, la universalización de la educación primaria y ampliación de la secundaria y superior (aunque de precaria calidad), y algunas reformas económicas e institucionales.
De las primeras, se destacan la tributaria y la arancelaria de inicios de los noventas, apertura a la inversión extranjera, la capitalización de la empresa pública (principalmente del sector eléctrico), la opción preferencial por la estabilidad económica y la reforma de la seguridad social. Y de las segundas, una mayor seguridad jurídica, y la garantía de estabilidad política, que ofrecen a los agentes económicos cierta confianza en un futuro con pocos sobresaltos.
No es seguro que dichos elementos sean suficientes para neutralizar todos los que operan en sentido inverso, además de que algunas reformas han quedado truncas, o han sido anuladas por contrarreformas posteriores. Y, por otro lado, fenómenos similares se dan en diversos países de América Latina, por lo que tampoco explican la singularidad dominicana. Habrá que investigar mucho más.