En los últimos dos años de administración demócrata, la presencia de indocumentados hispanos en calles y avenidas de Nueva York se incrementó de tal forma que su presencia era visible en los condados del Bronx, Manhattan, Queens, Brooklyn y Staten Island.
Ya era costumbre de los neoyorkinos ver a grupos de una familia hispana de cuatro o cinco miembros (padre, madre e hijos) sentados en el suelo a un lado de la acera de una esquina pidiendo ayuda económica, comida o vestimenta.
En principio, la solidaridad de los transeúntes era visible. Pero se fue perdiendo en la medida en que aumentaba la presencia de estos por todos lados.
No todos los que han entrado a Estados Unidos de forma ilegal se han dedicado a mendigar o delinquir. En su mayoría, se han entregado a trabajar en diversas áreas productivas, recibiendo pagas en efectivo por debajo del salario mínimo.
EE.UU. ha logrado ser una nación grande y fuerte, gracias a hombres, mujeres y niños inmigrantes de todas las latitudes.
Los procesos migratorios a América iniciaron poco tiempo después de la hazaña de Cristóbal Colón, que llegó a estas tierras en octubre de 1492.
En el siglo XIX se produjo un fuerte flujo migratorio de mexicanos hacia EE.UU. en busca de mejores condiciones de vida. Esto dio lugar a que el 2 de febrero de 1848 ambos países firmaran el Tratado de Guadalupe Hidalgo, por medio del cual México perdió la mitad de su territorio, y que estableció la división fronteriza.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de un lado y otro, aun no se ha podido lograr evitar el cruce migratorio ilegal de ciudadanos mexicanos y de otras nacionalidades hacia el norte a través de la frontera común, de más de 3 mil kilómetros de longitud.
Esta migración ilegal ha sido por años el tema de campaña por excelencia de los candidatos presidenciales demócratas y republicanos, con el ofrecimiento de amnistía migratoria para los que ya ingresaron, o masiva deportación de indocumentados.
En su lucha por llegar nueva vez a la Casa Blanca, Donald Trump centró parte de su discurso de campaña en amenazar a los inmigrantes indocumentados de deportarlos a todos si resultaba victorioso.
A partir de que se conociera el triunfo de Trump en las elecciones del pasado día 5, la presencia de indocumentados prácticamente ha desaparecido de las calles de Nueva York.
La organización internacional Hope, institución sin fines de lucro que mantiene un récord de las personas sin hogar en EE.UU., estimó que para agosto de este año unas 350 mil personas estaban durmiendo en refugios de la ciudad de Nueva York, de los cuales más de 65 mil eran recién llegados.
Para que las cosas sean más difíciles para ellos, las autoridades han anunciado una medida que los obligará a regresar a sus países de procedencia con las manos vacías, ante la imposibilidad de lograr conseguir la tarjeta de verde de residencia en el gobierno de Trump.
Autoridades en Nueva York anunciaron esta semana que el programa piloto que distribuía tarjetas de débito pre-pagadas a inmigrantes en esta ciudad será descontinuado el 31de diciembre, seis días antes de la toma de posesión de Trump como 47avo. presidente de EE.UU.
Cada familia indocumentada de cuatro miembros con dos niños menores de cinco años recibía a través de este programa de emergencia 350 dólares semanales para alimentos, dinero procedente de los impuestos que amargamente pagan los estadounidenses en sus reportes anuales de ingresos, conocido como “Income Tax”.
Trump quiere hacer cumplir sus promesas de campaña, y es muy probable que en su primer año de gobierno ordene al Departamento de Seguridad Nacional iniciar una deportación a gran escala de inmigrantes indocumentados.
Pero es casi seguro que sus medidas anti-migratorias solo se centren en aquellos inmigrantes que han cometido actos reñidos con la ley, y no contra aquellos que, con su mano de obra barata, fortalecen los ingresos de las grandes empresas y fábricas estadounidenses que los contratan.
La inmigración ilegal no es un problema de seguridad nacional, por lo que la concentración total de la nueva administración Trump será en su política exterior para lograr que EE.UU. mantenga su liderazgo como la nación más poderosa del mundo.