El colega Héctor Rodríguez Cruz ha escrito un artículo donde señala la necesidad de hacer un ejercicio de reflexión filosófica en el contexto de la pandemia. (https://acento.com.do/opinion/saquemos-la-filosofia-a-la-calle-para-pensar-la-pandemia-9023189.html)

El Dr. Rodríguez Cruz nos invita a recuperar dos actitudes a propósito de la época que vivimos: una de transformación mental (metánoia); y otra de autoexamen sobre lo que hemos realizado (epistrophé).

En el artículo ambos términos sintetizan el concepto teológico de conversión. No debemos interpretar el vocablo en el sentido convencional de un cambio espiritual motivado por el arrepentimiento, aunque sí conserva el aspecto de confrontar el pasado personal con el propósito de transformar nuestros hábitos.

Retomando al filósofo Ernest Bloch, el Dr. Rodríguez Cruz nos recuerda el compromiso práctico del pensamiento crítico, un pensar no académico -que yo suelo denominar “calllejero”-  realizado desde el espacio público y pensando los problemas fundamentales de nuestro mundo.

Este llamado resulta particularmente importante hoy día donde la filosofía se ha profesionalizado hasta el punto en que los filósofos deben comportarse como científicos cuya función básica es publicar resultados para revistas indexadas que permiten posicionar a las universidades en los rankings internacionales.

Se trata de una demanda comercial que amenaza la naturaleza milenaria del quehacer filosófico como “actividad política”, (de la polis, la ciudad).

Hace dos años, Jürgen Habermas había puesto en entredicho el futuro de la filosofía así entendida. (https://elpais.com/elpais/2018/04/25/eps/1524679056_056165.html).

No pretendo que añoremos con romanticismo el período previo a esta especialización, que como todo proceso histórico, tiene ganancias y pérdidas.

En este sentido, no aspiro a que los filósofos y los humanistas jueguen el mismo papel que desempeñaron ciertos intelectuales en la era de los enciclopedistas, pero sí que desempeñen un rol activo en esta época de voces fragmentadas por las redes sociales. La marginación del intelectual no debe ser excusa para refugiarse en las universidades y dejar el espacio público para influencers, you tubers o coaches.

Como señala el artículo que sirvió de inspiración a este escrito, el fenómeno de la COVID-19 es un ejemplo de que la reflexión crítica desde las humanidades y las ciencias sociales es necesaria, no solo para afrontar los problemas sociales y humanos que conlleva una pandemia, sino para examinar los procesos políticos que nos han llevado a la misma.

Como señaló Habermas, la filosofía debe seguir abordando las viejas preguntas de Kant: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me es dado esperar? y ¿qué es el ser humano?