“Los hombres nunca hacen el mal de forma tan completa y entusiasta como cuando lo hacen por convencimiento religioso”. (Umberto Eco: El Cementerio de Praga).

Durante mucho tiempo se creyó que el núcleo y bucle de las teorías de la conspiración encontraban su mayor espacio en sociedades tradicionales, allí donde el peso de la religión, el oscurantismo y la trascendencia de la ciencia como respuesta a los hechos, a los fenómenos sociales no habían llegado a la Ilustración, de la modernidad. El encuentro de la madurez de la razón a través de la ciencia, marginaba, por decirlo así, todo atisbo de conspiraciones.

Las conspiraciones así planteadas se dan allí por falta de información, por falta de conocimiento, por ausencia de datos, de elementos empíricos, factuales, que nos llevan a construir hipótesis, convertidas en teorías, luego de pasar por la lucidez de la razón, en el marco firme de la realidad. Las conspiraciones, en cada época, tienen como hilo conductor las transformaciones que se van anidando. Mientras más radicales son las mutaciones, los cambios, más expresiones de conspiraciones se vierten y se verifican.

Transcurrido el tiempo nos damos cuenta, desde la sociología de las teorías de la conspiración, que ellas están ahí como péndulo de la naturaleza humana, como flujo incandescente de los grupos de poder en cada espacio de la historia. La conspiración es la herramienta política que utilizan fuerzas sociales, en el ámbito secreto, como estamento impugnador, no oficial, de la elite gobernante en cada coyuntura. Las conspiraciones, más que sujetarse a la realidad social de hoy y de ayer, esto es, del campo de la sociología y de la historia, se basamentan en tradiciones falsas, mitos, leyendas, interpretaciones inexactas, distorsionadas, inconexas e incompletas del mundo circundante y de la reconstrucción del pasado.

Para los conspiracionistas, aunque la realidad social sea ontológicamente la misma, su base epistémica no está ni siquiera en la realidad pretérita, sino en imaginar un relato que más que cimentados en información, en datos, encuentran su “explicación” en la ideologización, en la construcción de dogmas, en el discurrir de la fe. El conspiracionista no hace esfuerzo por escudriñar la realidad, por bosquejar la imaginación fecunda de su ala cognitiva, para ahondar y develar con escarpelo o como cirujano experto, el cuerpo social, el objeto o fenómeno social como es o como realmente ocurrieron las cosas.

La distopia ficcional que producen las conspiraciones en cada época es y constituye el eflujo de la ilusión de la verdad. Penetramos en la cultura de la mentira hoy, en la Era Digital, a través de las redes sociales, donde la instantaneidad es la fertilidad que encuentra eco, más allá del hecho. Lo que caracteriza a las conspiraciones es la vacuidad, expresada en fake news, manipulación, desinformación, rumores, leyendas urbanas y posverdad.

Podríamos decir que las teorías conspirativas, encuentran más sonidos en medio de la ignorancia, de una sociedad excluida de los avances del Siglo XXI; sin embargo, la realidad supera la ilusión de la verdad. El ejemplo más elocuente lo constituye el libro de Ignacio Ramonet, denominado la Era del Conspiracionismo, donde resalta el culto a la mentira, que simboliza a Trump. Para el autor referido, define el complot o la conspiración “como un proyecto secreto elaborado por varias personas que se reúnen y se organizan en forma clandestina para actuar juntas contra una personalidad o contra una institución…”.

Señala la sismóloga estadounidense Lucy Jones, citada por Ramonet “Las teorías de la conspiración no solo implican creer en algo que no es verdad, sino pensar que hay un grupo de gente malvada que es responsable de un desastre. Estas teorías se vuelven mucho más comunes después de una tragedia. De una manera extraña, esas teorías te hacen sentir más seguro porque crees que tienes información especial que otras personas no poseen”. Expresa el libro, entre sus contenidos: la desconfianza epistémica, la mentira como norma, los hechos no importan.

¿Cómo nos damos cuenta, desde la lucidez de la razón, que estamos frente a todo un tinglado de conspiración? A lo largo de la historia, como lo recoge la interesante novela de Umberto Eco, El Cementerio de Praga, recreando todo el Siglo XIX o la de Dan Brown en el Código Da Vinci, escenarios de varios siglos, que visibilizan las conspiraciones de los Prozat (de los monasterios). Las conspiraciones, como campo de teorías, tienen su sustrato en el miedo y la incertidumbre; empero, de hechos y acontecimientos que nos impiden ser más humanos, pues recurrimos a la parte más primitiva de la vida humana.

Los acontecimientos trágicos generalmente derivan, como consecuencia, en destrucciones y con ello, la barbarie. Es como una vuelta a nuestro pretérito totalmente animal, donde el desarrollo del cerebro se ancló para no dar el salto al animal gregario y solidario, donde la colaboración forma parte del grado de desarrollo histórico que hoy apuntalamos.

La ola de las teorías conspirativas encuentra su “validez” en las migraciones, en la problemática de la comprensión de la diversidad, en el desconocimiento de la tolerancia y el sentido humano de la diferencia. La xenofobia, el racismo, la homofobia, la aporofobia tratan de deslegitimar al otro. Singularizan con su accionar una degradación de todo lo que tocan. Las conspiraciones reflejan una “irracionalidad”, una “perplejidad”, el signo vital de su existencia, más allá de los hechos, son sus relatos, son sus herramientas políticas para propiciar la exclusión, sobre todo, siempre apoyadas por organizaciones secretas con poder fáctico. Personas cuasi iracundas, fanáticas, paranoicas.

Veamos algunos ejemplos del conspiracionismo en diferentes épocas y latitudes:

  1. El del 6 de enero de 2021 donde Donald Trump negaba que había perdido las elecciones e invitó a sus seguidores a irrumpir al Capitolio.
  2. Donald Trump negó todo el tiempo la realidad del Covid-19 haciendo creer que el virus era una creación artificial, como clave de la Geopolítica.
  3. Bolsonaro en Brasil negó la existencia del Covid-19 y, de igual manera, trató de desconocerlo. De ahí que Estados Unidos y Brasil fueron los países donde más murieron seres humanos.
  4. Los ultra nacionalistas dominicanos, encabezados por el Instituto Duartiano, en una xenofobia insondable en contra de los indocumentados extranjeros, sin considerar nunca el rol del Estado dominicano y la falta de una visión de Estado de las elites con respecto a Haití como país.
  5. Desde que estoy pequeño, hace ya alrededor de 70 años, estoy oyendo la “fusión” de Haití y R. D.
  6. La leyenda urbana de que aquí hay alrededor de 3 a 5 millones de ciudadanos haitianos.
  7. Nos sentimos orgullosos de que un ciudadano dominicano sea Domínico-americano; Domínico-Puertorriqueño; Domínico-Italiano; Domínico-Alemán; Domínico-Canadiense, sin embargo, rechazamos al Domínico-Haitiano y hoy tenemos cerca de 200,000 en esa categoría, sin papeles, en una muerte estando vivos físicamente.

La asunción real del conspiracionista no es la ausencia de su preparación y la ignorancia, es la sobredimensión de la ideologización del fenómeno por encima de la realidad. Es una construcción y reconstrucción en un imaginar que no guarda relación directa con la realidad social y con el pretérito. Es una, con respecto al pasado, leyenda urbana, fomentada y fermentada por los grupos de poder más atrasados de la sociedad. Las conspiraciones se anidan en el odio y la exclusión, en la descalificación del otro, sin argumentos, en la no consideración del humano, independientemente de su religión, color de piel, preferencia sexual y de sus condiciones materiales de existencia.

El conspiracionismo, como ala, para su crecimiento y dilatación, generador de acciones y decisiones, requiere de suscitar acontecimientos inverosímiles, icónicos. Verbigracia:

  • El 11 de septiembre de 2001 las Torres Gemelas y con ello, la invasión a Irak, Libia y Afganistán.
  • La muerte de John F. Kennedy y el recrudecimiento y expansión de la guerra de Vietnam.
  • El “acto terrorista de Hamas” en Israel y con ello, la unidad de Israel. La invasión a Gaza, al Líbano y los más de 45,000 muertos al día de hoy. Nadie habla de las impugnaciones que, al interior del Estado de Israel, se llevaban a cabo en contra de Netanyahu. En la novela Cementerio de Praga, Umberto Eco, en una de sus frases, expresa “Dios mío ¿cómo se puede vivir en un mundo de falsificadores?”.
  • Hitler y su genocidio y holocausto contra los judíos.
  • Lo que realizó la CIA, Nixon y Henry Kissinger contra el pueblo de Chile en septiembre de 1973.
  • La matanza de 1937, que todavía hoy no sabemos cuántos seres humanos murieron.
  • La Sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional despojando a más de 200,000 dominicanos de su nacionalidad y retrotrayendo una decisión 100 años atrás.

“El complotismo constituye, en cierto modo, una maniobra de manipulación para modificar la interpretación histórica de un acontecimiento”. Los conspiracionistas hoy, encuentran más laxitud en el miedo, en la incertidumbre, en la policrisis que abate al mundo trayendo consigo un populismo visceral, una polarización, una fragmentación y ausencia de visión de los actores que viene a gravitar en el poder por el poder mismo. Para que una sociedad avance requiere de pactos sociales, de visión de las elites, de compromisos ciertos para dejar las leyendas urbanas, las fake news, las desinformaciones y la posverdad en las ventanas donde nadie las vea.

Las reformas pendientes y su grado de incredulidad son productos de las conspiraciones de la propia elite política en los últimos 28 años. Leonel Antonio Fernández Reyna realizó cuatro reformas tributarias, Hipólito Mejía 2 y Danilo Medina 1. Todos ellos señalaron los objetivos de las mismas y el grado de protección social y lo que significarían. Ninguno cumplió. Constituyen las conspiraciones de las reformas fiscales: mentiras y leyendas urbanas. Encontramos en el conspiracionismo, en el dilatado proceso de la historia y de la realidad, una constante: la subordinación de la evidencia empírica al campo de un imaginar ideológico de permanente recurrencia sin la realidad social.

De allí, la Sentencia 168-13, la negación de derechos humanos y la leyenda de “querer deportar 10,000 haitianos semanalmente”. Hay, si se puede decir, un sesgo recurrente entre la deseabilidad social y la realidad, un abismo, donde se incorpora por la disolución, el desequilibrio. Busquemos siempre la clave sine qua non de las estructuras subyacentes en cada hecho o fenómeno e hilemos con las fuerzas sociales e intereses en cada trama. Para el conspiracionista la verdad no importa, sobre todo, si entra en contradicción con sus objetivos y la realidad se “crea” fabulando en una ilegitimidad sin paragón.