A lo largo de la historia, todos los imperios se expandieron a través del avasallamiento a pueblos vecinos y lejanos. La fuerza y la humillación fue un recurso generalmente utilizado para someter a la obediencia a las comunidades avasalladas, sin importar diferencias o jerarquía social de los grupos que la integraban. Toda gran potencia tiende a justificar su expansión militar, cultural y económica por un sentimiento de superioridad pretendidamente étnica o cultural, y no pocas veces pensando tener un mandato divino. En esencia, la soberbia es el dínamo impulsor de ese sentimiento. El discurso de investidura de Trump en un escenario que reunía la crema y nata del pensamiento que pretende ser único y guía del mundo, es un ejemplo. De esa circunstancia no podemos abstraernos.
En efecto, el mundo vive un peligroso y angustiante momento, el momento en que en varios países los sectores del conservadurismo y la derecha tradicional son desplazados por grupos económicos emergentes que controla los medios de comunicación, a través de los cuales manipulan gran parte del mundo haciéndola consumidores todo tipo y presas de sus ideas, además de otros medios de la producción del capitalismo moderno. Estos amasan fortunas violando las reglas tradicionales para la reproducción del capital y al margen de cualquier conciencia de clases que guía su acumulación originaria. Una nueva clase capitalista desclasada, lumpen, como es llamado ese sector de la clase trabajadora que, falto conciencia de clase, se vende y traiciona su propia clase, situándose al margen de todo principio, de toda ley.
En la referida investidura estuvo presente ese amasijo de personajes y primeros ejecutivos de países que integran la internacional reaccionaria: xenófoba, ultranacionalista, misógina y homófoba que comparten algunos sectores sociales, políticos, eclesiales y de la academia de nuestro país y que de esas taras hacen religión… y proselitismo político. En ese sentido, no están descaminados aquellos que temen que esos sectores traten de incidir en varias instancias sociales y del poder para que nuestro país se sume al diseño de dominación que para esta región del mundo quiere imponer el sector que en esta semana ha asumido el total control de las instituciones de EEUU. Ese sector, en materia de expansionismo imperial se propone metas que violan toda regla de mínimo respeto a derechos de países a su soberanía e integridad territorial.
En ese tenor, las amenazas contra países como México, Panamá y la propia Canadá causan temor aunque es sea cierto que estas difícilmente vayan más allá de pura retórica porque llevarlas a cabo en el plano militar es en extremo difícil y oneroso para el país agresor. Pero, en la esfera de la economía sí ha de esperarse acciones que tensen no sólo la situación de esta región, sino del mundo. Pienso en la presencia China en esta zona, y en las pretensiones del núcleo duro del poder norteamericano de ponerle límites sin importar medios ni consecuencias. EEUU nunca le ha interesado la suerte de los países que están al sur de su frontera, siempre los ha tenido como su patio, mal cuidado, pero con plena y malhadada conciencia de que le pertenece. La sostenida y activa presencia China en este patio motiva celos a su pretendido dueño.
Por consiguiente, la guerra avisada para proteger áreas de influencias y de dominio imperial en el contexto de cómo se nueve el mundo y en la búsqueda de una hegemonía irremediablemente perdida por la acción del tiempo y de la historia puede conducir a acciones desestabilizadora y trágicas para algunos países. A la corta o a la larga, esta circunstancia obligará a una toma de posición que no podrá ser otra que el apoyo a los que eventualmente puedan ser víctimas, no sólo en defensa de su integridad, sino porque alinearse a proyectos de dominación imperial se paga al final con el subyugamiento, con aceptar la soberbia de quien se arroja el derecho de asignar a un país, a una comunidad o a un grupo social un lugar de inferioridad o de infancia perpetua (incapacidad de llegar a la adultez, de valerse por sí mismo).
La era de los imperios omnipotentes y omniscientes ha terminado, pero no así el sueño de algunos grupos, esta vez económicos de vocación profundamente política e ideológica que intentan crear un sistema que, con absoluta propiedad, sí podría llamarse un imperio del mal. Hay quienes piensan que esa amenaza debe enfrentarse conformando un bloque alternativo defensor de los históricamente “pueblos olvidados y saqueados” del mundo. Otra ilusión, eso difícilmente puede lograrse si en ese bloque prevalecen países que han sido también invasores/opresores y negadores de derechos humanos fundamentales. Por consiguiente, estos tiempos invitan a la prudencia, la inteligencia y la sabiduría, apostando por un mundo sustentado en valores que no han perimido, entre otros: la libertad, la igualdad y la solidaridad.
Es lo menos a lo que como país podemos y debemos aspirar. Defendiendo esos principios, es la mejor manera de defender nuestro futuro como nación, lo contrario es apostar a la pérdida irremediable de esa condición.