Navidad es la fiesta comercial por excelencia. Un marketing cada vez más puntiagudo que surge hasta en nuestra intimidad en la pantalla de nuestra computadora, nos lleva muchas veces a compras compulsivas y al consumo desmedido. Esto es válido también para los regalos y las decoraciones navideñas, tanto interiores como exteriores, que se anuncian desde octubre: el arbolito, las bolas, las ramas, las flores, las luces; y luego vienen los platos, cubiertos y vasos, todo desechable.
En muchos países el flujo de desechos sólidos aumenta entre un 20% a 30% durante los días festivos derivados de los regalos; a lo cual hay que agregar un mayor uso de pilas contaminantes y un despilfarro energético por las luces y adornos. ¡Las Navidades deben ser brillantes!
En pocas moradas dominicanas falta el arbolito navideño y este ahora es casi siempre artificial. Se puede pensar que un pino de plástico es una mejor opción que el corte de pinos producidos intensivamente para estos fines. Es cierto que la variedad es inmensa, hay pinos artificiales de todos precios, de todos los tamaños, del más pequeño al más grande. En nuestro país la confección del árbol de Navidad se ha vuelto todo un oficio y hasta en barrios empobrecidos hay jóvenes que se ganan un dinerito armando súper árboles de Navidad.
Sin embargo, hay estudios que muestran que para minimizar el impacto ambiental de un árbol artificial habría que usarlo 20 años, cuando se ha calculado que su duración de vida promedio es de 6 años, si no es que se le cambia cada año por capricho.
Otros estudios apuntan a la nocividad de los componentes derivados del petróleo que se usan para la fabricación de los árboles y sus adornos: plásticos, aluminio, pinturas toxicas y componentes volátiles, como la dioxina, o micropartículas de plomo que entran en la fabricación de los adornos.
Lo curioso es que más del 80% de todas las decoraciones de Navidad vendidas en el mundo provienen de Yiwu, una ciudad de China, país que no celebra las Navidades pero que encontró esta nicho de oportunidades. En esta ciudad, a partir del mes de mayo, todas las fábricas -y estas son miles y miles- se dedican a fabricar los adornos de Navidad que usamos en esta parte del mundo y esto hace que la huella de carbono que lleva cada uno de los adornos resplandezca en nuestras salas.
Por otro lado, en las Navidades el tránsito de vehículos particulares se hace todavía más caótico que lo habitual para cumplir con las compras o desplazarse de una casa a otra, lo que desemboca en el aumento de dióxido de carbón en el aire, en el aumento del efecto invernadero y a una peor calidad del aire.
Estas observaciones son alarmantes y avalan la necesidad de concienciar a la sociedad sobre un consumo responsable durante todo el año, pero especialmente en la época navideña cuando los niveles se incrementan exponencialmente.
Ser ecológico pasa por realizar pequeños gestos que supongan un cambio de mentalidad. La Navidad no tiene por qué ser una carga para el medio ambiente. Con educación, esfuerzo e imaginación, podemos sembrar conciencia y reducir el impacto ambiental de esta maravillosa temporada.