Cruzar la intersección de las avenidas Winston Churchill y 27 de febrero, a la hora que sea, requiere de todo el cuidado del mundo y un poco más. La luz verde del semáforo puede estar dándole el paso, el agente Digesset puede caérsele el brazo indicándole que usted puede cruzar y, como sea, hay que persignarse, mirar para todos lados y cruzar con toda la cautela del mundo rogándole a Dios que un motorista no se le cruce. Lo mismo en cada intersección de esta ciudad y mientras más concurrida y movida, peor.
Uno pensaría que irse en rojo o ignorar el alto de un agente de tránsito en avenidas tan grandes, podría ser una seria amenaza con altísimas probabilidades de poner en riesgo serio su vida. Sin embargo, esta es gente que parece que sale de su casa dispuesta a todo, incluso hasta a morir. No se si es que se despiden de sus seres queridos como si fuera la última vez o si en efecto, como parece, guardan un apego nulo a la vida. Porque miren, hasta para cruzar un semáforo en verde en este país hay que tener cuenta, imagínense en rojo en una avenida grande.
Lo curioso de los niveles de imprudencia de los motoristas es que parecen estar cubiertos, más que de la gracia de Dios, de la falta de carácter y régimen de los mismos agentes que parecen hacerse de la vista gorda o los venció el cansancio. Sin saber que esa falta de autoridad lo que hace es empequeñecerlos ante los ojos de quienes tratamos de andar por la regla en la calle y respetamos las leyes de tránsito y urbanidad. Llena de impotencia que a las 7 de la mañana, mientras todos estamos apurados por llevar muchachos a la escuela o llegar a la oficina, los motores dicten sus propias leyes ante los ojos de todo el mundo. Como chivos sin ley.
La ley debe ser igual para todos. Y más allá de cumplir con la ley, de agotar el mismo proceso burocrático que todos tratamos de cumplir en nombre de ser buenos ciudadanos, se trata de exponer la vida de cada uno de nosotros que anda por el librito en la calle y ajeno a estas imprudencias.
La misma Churchill con 27 ya fue escenario hace unos años de una tragedia con la avanzada de la vicepresidenta, fruto de la misma imprudencia que cito y que se da diario a todas horas en esa intersección. Otro motorista, unos años más atrás cuando iniciaba esta gestión, ignoró el alto del agente del CUSEP que advertía que la caravana del presidente iba a pasar, para intentar continuar y violar, no solo las leyes de tránsito, sino también la seguridad presidencial. Porque evidentemente para ellos la ley no aplica, no existe.
La semana pasada mientras venía en un Uber, me contaba el conductor, un experimentado chofer de camión, corpulento por encima de los 6 pies de altura, cómo tuvo que intervenir para que un motorista no agrediera a una mujer que iba sola en su vehículo porque el motorista entendía que ella le había pasado muy cerca. El tipo con peñón en mano, a punto de romperle los cristales a la mujer, le tocó ceder ante la defensa del camionero.
Años atrás nos quejábamos de los choferes de transporte público que parecían tener su propio sistema, sus propias leyes y sus propios métodos de presión para poner de rodillas hasta al propio gobierno, escudándose en el muy mal llevado título de “padres de familia”, pero esta nueva clase de motoristas los han destronado y van rumbo a superarlos en imprudencia y temeridad.
Mientras no se les aplique el mismo peso de la ley a todos, las tragedias seguirán ocurriendo; los abusos de seguirán dando; las autoridades se seguirán viendo pequeñitas y lo más penoso de todo, no avanzaremos como la sociedad civilizada a la que muchos aspiramos. Algún día será.