1.-Rasgos biográficos de Monseñor Alfredo Pacini, nuncio papal en la República Dominicana entre 1946 y 1949
Monseñor Alfredo Pacini fue nuncio papal en la República Dominicana durante la era de Trujillo en el período comprendido entre noviembre de 1946 y junio de 1949. Dicha representación la ejercería también para Haití en dicho período. Nació en Capannori (Luca), Italia, el 10 de febrero de 1888. Hizo sus estudios eclesiásticos en el Seminario Arquidiocesano de su tierra natal. Desempeño labores parroquiales y durante la primera guerra mundial fue capellán militar. En 1922 ingresó al servicio diplomático de la Santa Sede destinado en Yugoslavia.
En 1933 pasó a la Nunciatura de Varsovia, en Polonia, donde se desempeñó como Encargado de Negocios. En 1940 fue destinado a Francia como representante de la Santa Sede ante el gobierno polaco en el exilio y en 1943 fue designado Consejero ante la Nunciatura Apostólica en Francia, funciones que ocupaba al momento de ser designado Nuncio para Haití y la República Dominicana.
En tal condición, asumió en agosto de 1947 como decano de las misiones especiales que representaron a sus respectivos gobiernos en la toma de posesión del cuarto mandado presidencial de Trujillo (1947-1952). En su discurso ante Trujillo en tal ocasión, expresó:
“En nombre, pues, de estas selectas Embajadas, con cuya representación me enaltezco, cábeme ofrecer a Vuestra Excelencia la más cordial enhorabuena por la muestra de honda confianza con que el pueblo dominicano os ha distinguido, poniendo en vuestras expertas manos la suerte de sus altos destinos”.
Fue al término de la representación pontificia de Monseñor Pacini en nuestro país que se inauguró, el 3 de junio de 1949, lo que es hoy la sede la Nunciatura Apostólica, en la Av. Máximo Gómez esq. César Nicolás Penson. Desde entonces los nuncios del papa tendrían residencia permanente en la República Dominicana, pues si bien es cierto que Monseñor Fietta había sido designado en febrero de 1931 como el primer Nuncio para Haití y la República Dominicana, los representantes del Papa, antes de Monseñor Pacini, residían en el vecino país y desde allí venían a la República Dominicana, asunto que, por cierto, no era de agrado de Trujillo.
El clima armonioso en que se desenvolvían las relaciones entre Trujillo y la iglesia a finales de la década de 1940, puede medirse por el tono de las elogiosas palabras que Monseñor Pacini expresara en su discurso de despedida del 28 de mayo de 1949, al culminar su representación pontificia en el país, en el marco de la ceremonia en que fue condecorado por el régimen:
“Puede estar seguro, Señor Ministro, que saliendo de la República materialmente, quedaré aquí con mi corazón sobre todo para admirar y desear el más completo desarrollo de las obras que aquí se cumplen bajo la dirección segura de un hombre que sabe mirar de lejos”.
Once años después de aquellas halagüeñas expresiones, las relaciones entre Trujillo y la Iglesia experimentaron un inesperado viraje, marcado por la Carta Pastoral leída en todos los templos el domingo 31 de enero de 1960.
Consciente de las repercusiones de aquel hecho, apenas tres días después, el 2 de febrero de 1960, Trujillo envía a la Santa Sede al entonces Secretario de Estado de Relaciones Exteriores Porfirio Herrera Báez con instrucciones precisas de sostener una audiencia con el Papa Juan XXIII, la cual le fue concedida por el Papa el 8 de febrero de 1960.
Una de las precisas instrucciones que llevaba Herrera Báez era conseguir que la Santa Sede enviara a la República Dominicana “una persona ecuánime que examine sobre el terrero la situación creada y cuya intervención imparcial y amistosa pueda limar asperezas que no tienen razón de existir dada la invariable conducta gobierno favorable intereses espirituales permanentes Iglesia Católica en la República Dominicana”, tema que Herrera Báez abordó con Monseñor Samoré, responsable desde febrero de 1953, de los Asuntos Extraordinarios de la Secretaría de Estado del Vaticano.
Como resultado de esa intervención, la Santa Sede acordó enviar a la República Dominicana para el rol solicitado, precisamente a Monseñor Alfredo Pacini. Como se sabe, en Nuncio en el país en el momento lo era Monseñor Lino Zanini, quien desde su arribo, a finales de octubre de 1959, había tenido una relación tirante con el Canciller Herrera Báez, lo que motivó que los asuntos atinentes a sus funciones los despachara siempre con Joaquín Balaguer, a la sazón Vicepresidente de la República y quien era responsable de las relaciones entre Iglesia y Estado.
A principios de marzo de 1960, arribó al país Monseñor Pacini. Trujillo y el gobierno alentaron promisorias expectativas con su visita, dada la buena impronta que había dejado once años antes. Pero las circunstancias eran otras tras su retorno como otras eran las directrices de la diplomacia pontificia tras la Carta Pastoral.
Trujillo y sus adláteres resultaron totalmente defraudados, pues, aunque al ser recibido en el aeropuerto, probablemente como un cumplido protocolar, manifestó su deseo de entrevistarse con Trujillo y con su hermano Héctor Bienvenido( Negro), presidente nominal , ya alojado en la Nunciatura, alegando problemas de salud, evadió entrevistarse con ambos dando término a su visita en la República Dominicana de forma apresurada, prueba evidente del cambio de tono experimentado en las relaciones Iglesia- Estado.
Las precitadas incidencias, sucintamente descritas, permiten calibrar en su correcto alcance el Memorándum que el 18 de marzo de 1960, tras el desaire de Pacini y su apresurada salida del país, envía Trujillo a su entonces Embajador ante la Santa Sede Don Tulio Franco y Franco, en los siguientes términos:
Ciudad Trujillo, D.N.,
18 de marzo de 1960
Señor
Dr. Tulio Franco y Franco
Señor Embajador:
Me refiero nuevamente al cable en que Usted me anunció la llegada a esta ciudad, con el propósito de realizar una misión que la había sido confiada por el Vaticano, del Excelentísimo Señor Alfredo Pacini, para recomendarle expresar a los funcionarios correspondientes de la Secretaría de Estado de Su Santidad la sorpresa y el natural desagrado que ha producido en el ánimo de las autoridades dominicanas la forma en que este distinguido dignatario de la Iglesia Católica cumplió en nuestro país el encargo aludido.
Debo ante todo manifestarle, para que así lo haga Usted saber al dar cumplimiento a las presentes instrucciones, que el Gobierno dominicano recibió con especial complacencia la designación de Monseñor Pacini para llevar a cabo la delicada misión a que se hace referencia, por haber sido este destacado diplomático un testigo de la más alta autoridad de nuestra permanente disposición a cooperar con la Iglesia Católica y a ofrecerle todo el concurso necesario para el auge y la propagación de su obra de bien social y espiritual en la República Dominicana.
Cupo, en efecto, a Monseñor Pacini el honor de inaugurar el Palacio de la Nunciatura Apostólica en Ciudad Trujillo y de ostentar, con la dignidad de Nuncio Apostólico, la primera representación permanente de Su Santidad ante nuestro Gobierno, y esa circunstancia le permitió residir durante algún tiempo en el país y comprobar personalmente la sinceridad de nuestros sentimientos hacia la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, así como el desvelado y ferviente interés que hemos puesto en que el culto católico adquiera cada día mayor esplendor en nuestro medio y tenga toda la jerarquía que le corresponde por constituir uno de los factores integrantes de nuestra nacionalidad que fue desde su origen modelada sobre los principios del catolicismo y los de la civilización cristiana.
Monseñor Alfredo Pacini se manifestó, el día de su arribo al país, según las conversaciones que sostuvo con los funcionarios de la Dirección de Protocolo que fueron al aeropuerto a presentarle los saludos del Gobierno dominicano, extraordinariamente complacido de la oportunidad que se le ofrecía de visitar nuevamente la República Dominicana y de renovar sus contactos con los viejos amigos y entusiastas colaboradores que encontró siempre en quienes tenemos la honra de hacernos intérpretes de los profundos sentimientos católicos de nuestro pueblo desde las primeras dignidades del Estado.
Solicitó una entrevista, aunque de manera informal, en sus primeras conversaciones con el Director de Protocolo, el Embajador Dr. Álvaro Logroño Batle, y al llegar al Salón de recibo del moderno aeropuerto de Ciudad Trujillo tuvo frases de cálida admiración y de cordial amistad hacia mí por la participación que tuve del Palacio que tuve en la construcción del Palacion que sirve hoy de sede a la Nunciatura Apostólica y en todas las gestiones, inspiradas en el interés común de nuestro país y de la Iglesia, que Monseñor Pacini realizó como Jefe de la Misión Diplomática de la Santa Sede en la República Dominicana.
Pero desde el día siguiente de su llegada al país cambió de un modo total la actitud de Monseñor Pacini, que a partir de entonces observó una actitud sobremanera extraña hacia las autoridades dominicanas. No sólo canceló su solicitud de entrevista con el Excelentísimo Señor Presidente de la República y conmigo, alegando una pasajera indisposición en su salud, sino que también mantuvo una actitud de frío alejamiento y de evidente descortesía hacia el Gobierno Dominicano.
La actitud de Monseñor Pacini, si es cierto que recibió la misión ya aludida, como se deduce del manejo cablegráfico de Usted y de las promesas hechas al Canciller Herrera Báez por Monseñor Samoré durante sus recientes contactos en Roma, ha tenido que ser recibida con disgusto por el Gobierno dominicano que abrigaba la esperanza de que la intervención de un funcionario eclesiástico de su jerarquía y de sus prendas personales pudiera contribuir decisivamente a eliminar cualquier mal entendido entre las autoridades y la Iglesia y que se restableciera asimismo la verdad en beneficio de los sagrados intereses del culto católico y de una mejor cooperación entre ambas potestades.
Una misión de la índole de la que estaba llamado a realizar Monseñor Pacini no podía llevarse a cabo útilmente en forma unilateral, porque el Gobierno, como parte interesada, que sugirió esa medida con el fin de que todas las asperezas que pudieran existir entre las autoridades dominicanas y la Iglesia fueran totalmente eliminadas debió ser oído, no sólo para tener la oportunidad de esclarecer las cosas y de presentar sus propios puntos de vista, sino también para ofrecer nuevas pruebas, si fueren necesarias, de nuestra buena fe y de nuestro profundo e inalterable deseo de acrecentar sus relaciones de colaboración y amistad con la Santa Sede y con las jerarquías eclesiásticas que la representan en la República Dominicana.
El memorándum que le acompaño, suscrito por el Director del Protocolo, Dr. Álvaro Logroño Batle, contiene una relación pormenorizada de la visita que hizo a nuestro país Monseñor Pacini, y puede ser usado inteligentemente por Usted en las conversaciones que sostenga con los altos funcionarios de la Secretaría de Estado de Su Santidad.
Confío en que Usted desplegará, en cumplimiento de estas instrucciones, en mayor celo posible, y que las realizará no sólo con el inquebrantable espíritu de lealtad que ha animado todas sus actuaciones como miembro del Servicio Exterior de la República, sino también con el mayor tacto y la eficacia indispensable para el mejor éxito de las mismas.
Le saluda con los más cordiales sentimientos de amistad,
Rafael L. Trujillo