La modernización, como espacio vital de transformaciones económicas, sociales y políticas, fue una expresión de la ola de industrialización a lo largo de los Siglos XVIII y XIX. La Primera Revolución, de la máquina de carbón a la máquina de vapor y, el segundo proceso, de la máquina de vapor a la máquina eléctrica. El ritmo incesante de la historia ha sido vertiginoso. La humanidad en el Siglo XIX era de una población de 1,500 millones, con una esperanza de vida de 42 años. Hoy, somos 8.200 con 77 años promedio de vida.
A partir de los años 70, pero, sobre todo en los años 80 del Siglo XX, emerge una nueva cruzada de modernización y con ella, una nueva etapa del Capitalismo: la Globalización. Parecería que estos últimos 40 años han cristalizado la condensación de la condensación de la historia. Grandes cambios sociales, económicos, experimentados en las estructuras económicas, sociales, en su fisonomía, en todas las dimensiones humanas. Sin embargo, en los países como el nuestro es que los saltos no han sido acompasados con el grito de inclusión, con un mejor alcance en los niveles de distribución, sino como génesis de las distintas etapas de crecimiento y del trickle-down, esto es, el efecto derrame.
La modernidad para Anthony Giddens y Philip W. Sutton es el “periodo que comprende desde mediados del Siglo XVIII, la época de la Ilustración europea, hasta al menos mediados de la década de los ochenta, caracterizado por la secularización, la racionalización, la democratización, la individualización y el desarrollo de la ciencia”. La modernidad era en sí misma, todo el campo de la reflexividad como marco principal anclado en la ciencia, en la racionalización, en el pensamiento racional con la inteligencia, como lucidez de la razón.
Nuestra sociedad ha ido incubando a lo largo de los últimos 32 años un proceso de modernización lento, empero, inexorable. El Censo divulgado en agosto de 2023 (preliminar) y ahora en junio de 2024 (definitivo), lo visibiliza. La formación social dominicana del 2024 es totalmente diferente, no digamos desde los años 1950, hace 75 años, sino, desde 1970 y más pronunciadamente a partir de 1996.
Modernidad implica cambios, sin embargo, como factor inevitable de la dialéctica de la naturaleza, comporta en sí mismo incertidumbre y riesgo porque cambio significa romper con el pasado para conquistar el futuro de manera más abarcadora, más holística, más contemporizadora. O, como nos diría Zygmunt Bauman en la Modernidad Líquida “algo totalmente incierto y difícil de aprehender, en donde las circunstancias son cambiantes e imprevisibles”.
Nuestra modernidad tardía, no trillada en el desarrollo de las fuerzas productivas, en la innovación, en el desarrollo tecnológico, ha acusado una sociedad con grados profundos de asimetría y de exclusión, lo cual origina, merced al no logro de crecimiento y desarrollo armónico, segmentos importantes de una sociedad atrasada, cuasi precapitalista, lo que trae consigo, simultáneamente, el contraste entre una sociedad moderna, posmoderna y una sociedad tradicional. Allí donde las creencias religiosas, el pensamiento teocrático y fundamentalista predomina en la instancia política del Estado, en lo colectivo. La igualdad y la libertad, simbología concreta de la modernidad, dos siglos después, en nuestro país no se cristaliza.
¿Cómo hemos ido cambiando en los indicadores sociales, económicos, políticos, institucionales en los 70 años? En el 1950 teníamos tan solo un 30% de la población alfabetizada. En los años 60 solamente teníamos una universidad. En el 1960 el 80% de la población vivía en la zona rural. Hoy, el 83% vive en la zona urbana. En el 1963, cuando Bosch asciende al poder, no teníamos ni un economista graduado en nuestro país. La carrera de Sociología fue inaugurada en República Dominicana en 1962, cuando esa disciplina científica eclosionó en el Siglo XIX. La esperanza de vida al nacer del dominicano en los años 50 del siglo pasado era de 50 años, hoy es de 74 años los hombres y 78 las mujeres.
En los años 60 y 70 del Siglo XX, apenas un 10% de la población femenina trabajaba fuera de su casa, hoy representan el 41.7%, para un total de 2.1 millones. Solo un 20% de la matrícula universitaria era mujer en los años 70. En la actualidad representan un 67%. De 1992 hasta el 22 de julio de 2024 somos la sociedad que más reformas, cambios de normas jurídicas, de leyes, ha realizado en el aparato jurídico político, esto es, en la superestructura. La infraestructura, esto es, el cuerpo material de transformaciones, ha sido significativo. Se requieren más y más inversiones de capital. Sin embargo, hoy por hoy tenemos 5,700 kilómetros de carreteras, 8 aeropuertos, 7 puertos, 1,800 kilómetros de costas. ¡Grandes ventajas comparativas que ameritan ser mutadas en ventajas competitivas!
El “conjunto de instituciones” que han de fraguar el poder institucional para generar una mayor competitividad, no ha estado a la altura del desarrollo de la base material de la sociedad, esto es, la base económica, todo el conjunto de la infraestructura. La efectividad gubernamental, la calidad regulatoria, la efectividad de la gobernanza y el imperio de la ley no han caminado al ritmo de la sociedad como un todo. Verbigracia: el Código laboral, la ley de Seguridad Social, las 70 leyes que debieron crearse como consecuencia de la Constitución del 2010. La Ley 41-08 de Administración Pública, que debió revisarse en el 2018. La Ley 105-13 de Salarios, que no se cumple ni se aplica. La Ley Orgánica de Administración Pública 247-12, cuasi olvidada e ignorada.
Algo insólito en el desbalance jurídico político, punitivo, es la ausencia de un Código Penal moderno, acorde a la realidad material de la sociedad dominicana. Un Código que data de 1884. Cuando Juan Bosch llegó al poder habló de cambiar el Código Penal, en 1963. 20 años después, en el gobierno de Salvador Jorge Blanco, se habló de su modificación, en 1983. 40 años después todavía estamos hablando en el Congreso del mismo, no sin antes tener 20 años en el primer poder del Estado. Es más, se aprobó el Código Procesal Penal en 2004 pensando que a la vuelta de la esquina tendríamos el Código Penal.60 años después, este Congreso nos quiere dar un Código teocrático, aberrante, que representa una vergüenza para una sociedad que ha ido avanzando y debe reflejarse en el espejo de sus normas jurídicas políticas y en el respeto a los derechos fundamentales y a la dignidad, a la igualdad y a la no discriminación.
Como nos señalaba ese extraordinario sociólogo-filósofo y padre del pensamiento complejo, Edgar Morín, en su libro La Mente bien Ordenada “El conocimiento no es conocimiento sino en tanto que es organización puesta en relación y en el contexto de las informaciones”. La realidad social de nuestra formación social, en su regularidad, devela la necesidad impostergable de nuevas acciones y decisiones de parte de las elite académica, económica y política.
¿Qué nos dice la realidad de las universidades en las inscripciones de las carreras universitarias? Que en medio de una sociedad que viene anidando un proceso de modernización, de transformaciones permanentes, seguimos con el 80% de las carreras tradicionales: Derecho, Contabilidad, Administración, Mercadeo, Medicina, Psicología. Muy pocos estudiantes en: Matemáticas (491), Ingeniería en redes (537), Ingeniería en Ciberseguridad (667), Ingeniería Electrónica (736).
El campo académico- intelectual no está mirando la tendencia de la sociedad y los niveles de necesidades del capital humano hoy y para los próximos 10 – 20 años. Vemos ya en el Censo que establece que el 9% de la población tiene más de 65 años y 3.7% más de 75 años. ¿Qué nos aflora esa realidad social para la reflexividad sociológica? ¿Qué requerimos desde ya? Muchos especialistas en Geriatría, que necesitamos en hospitales y clínicas, solo para esta población. Urge la preparación de enfermeras especializadas para este segmento etario de la población.
Es más, el proceso de modernización a partir de 2005, debió canalizare con un nuevo modelo educativo en el bachillerato. Todavía hoy, un bachiller, solo recibe un certificado para ir a la universidad, no lo califica para más nada. Debemos de impulsar un bachillerato técnico polivalente, con variedad en función del contexto y las tendencias, en las nuevas tecnologías. Que un bachiller no tenga que “ir por obligación” a la universidad para convertirse en un capital humano y coadyuvar a su potencial empleabilidad, en la búsqueda de un empleo productivo.
Si obviamos a los médicos, a los profesores y a las enfermeras, menos de un 30% de los graduados en las universidades trabaja en lo que estudiaron. Para 2024 había un total de 4,941,181 personas trabajando, de ahí, la cantidad que llegó a la primaria y trabaja es 880,347, de secundaria 2,638,383 y universitarios 1,265,727, y 156,726 corresponde a Ninguno, según cifras del Mercado de trabajo del Banco Central. No obstante, subrayamos y resaltamos, trabajan, pero no en lo que estudiaron.
El Estado, con una visión de más largo alcance, debe ir viendo las tendencias y comenzar a fomentar políticas públicas que singularicen el presente y el futuro, alineando desde ya estrategias que conduzcan a una tierra más fértil en el camino de la inclusión, de los alcances sociales y del desarrollo humano. Hay que forjar un liderazgo proactivo que conjugue el presente en una perspectiva halagüeña de futuro. El gran desafío en esta época de cambio y cambio de época es, cómo para estos grandes problemas generamos líderes grandes y no problemas grandes con líderes pequeños. Moisés Naim en su libro Lo que nos está pasando, citando a Henry Kissinger decía “el reto histórico para los líderes de hoy es gestionar la crisis al mismo tiempo que construyen el futuro. Su fracaso en esta tarea puede incendiar el mundo”.