Es una lástima que, en esta atinadamente calificada civilización del espectáculo, cada vez más se erijan como modelos a seguir patrones de conducta superficiales, generalmente carentes de valores y algunas veces exponentes de antivalores, los cuales tienen un efecto pernicioso, que puede ser exponencial, dependiendo del nivel de penetración que se tenga en el ecosistema de las redes y plataformas sociales, en el cual hay muchas más posibilidades de que se haga viral lo negativo o lo escandaloso, que lo positivo y correcto.
Y no se trata de que esto ocurra solo con los jóvenes, pues generalmente lo que estos son depende más del ejemplo que vieron en su hogar que de las malas influencias a las que puedan haber estado expuestos, ni que sea una cosa de ahora, pues lo que han cambiado son los instrumentos y la facilidad, inmediatez y universalidad de estos, puesto que la exposición a lo bueno y lo malo, existe desde siempre.
Tampoco de que esto sea solo con respecto a la música, la moda, el lenguaje, y la mejor prueba es que confluyen en el presente en la cima de los más populares, cuestionados representantes urbanos, con artistas que nada tienen que ver con ese estilo, ni en su comportamiento, ni en las letras de sus composiciones, y que con su talento y esfuerzo han podido escalar sitiales sin precedentes en los anales de la música.
El hecho de que se hiciera viral un video de estudiantes de una escuela que en una marcha por la conmemoración del natalicio del padre de la Patria Juan Pablo Duarte repetían a coro como estribillo una oferta hecha a la ganadora de un certamen de belleza, de darle un apartamento o una yipeta, no solo escandaliza porque se trata de un irrespeto a nuestro patricio, sino porque retrata la aspiración que lamentablemente tienen muchos jóvenes, de conseguir que le den a cualquier precio lo que significa un ascenso social.
Si bien la política como cualquier otra actividad humana ha tenido siempre buenos y malos representantes, cuyos liderazgos positivos o negativos han influenciado en un sentido u el otro, y que han determinado momentos importantes de la historia de la humanidad, en este mundo virtual ha encontrado un espacio fértil para acentuar ofertas banales, ventas de imágenes y de sueños, aunque a la vez represente la mayor amenaza de ataques, fundados o infundados, y por eso muchos buscan crear o manipular tendencias utilizando ejércitos virtuales, unos apócrifos y otros que bajo su sombrilla de influenciadores expresan no necesariamente su sentir, sino lo que otros les pagan para que digan.
No se trata por eso de limitar la libertad de expresión sino de hacer comprender a la gente el inconmensurable peso del accionar de las personas respecto de su universo de influencia, sobre todo si se tienen posiciones de liderazgo y ese campo es mayor, y la demoledora realidad de la brevedad con que se aprenden las malas conductas y la lentitud con que se forjan las buenas. Tampoco de simular rasgarse las vestiduras erigiéndose como defensores de la moral, y al mismo tiempo respaldar acciones y promover personas con conductas muchas veces más reprochables y amorales que las que se condenan.
Debemos estar conscientes de que el efecto de las inconductas es proporcional a la posibilidad que existe hoy día de conocer en tiempo real lo que sucede en cualquier parte del mundo, por eso lo que ha sucedido y suceda en los Estados Unidos de América con Donald Trump, tiene repercusión en el mundo entero, pues no se trata de la vieja rivalidad entre republicanos y demócratas, de que se favorezca a quien haga pagar más o menos impuestos, a quien otorgue más subsidios o los recorte, quien promueva más el libre mercado o la regulación, quien garantice políticas más conservadoras o liberales respecto a la inmigración, el aborto, los tratados comerciales y otros temas, sino de que sería validar el asalto al Capitolio en un acto desesperado de negación de los resultados de un proceso electoral, y de que condenaciones por actos reñidos con la ley y la moral languidezcan ante el fenómeno de la popularidad y de la adhesión irracional, aunque debiliten el imperio de la ley, y constituyan el peor de los ejemplos.