El nombre de Máximo Gómez está ligado, más que a cualquier otra cosa, a la lucha de Cuba por independizarse del dominio español. Lo que hizo en Cuba, tanto en la guerra de los diez años, llamada también "la guerra grande", como en la guerra chiquita, lo coloca a la par de los grandes generales, como Julio César, Alejandro Magno y Napoleón Bonaparte. No por casualidad un periódico argentino lo calificó como "El Napoleón de las guerrillas". Y muchos le llaman "el general invicto" porque nunca perdió una batalla, ni un combate ni una escaramuza.
La historia le tenía reservado el titulo de último libertador de América. El, que en su país había combatido contra los dominicanos cuando sonaron los tambores de guerra de la Restauración, en Cuba la historia fue escrita de manera diferente. El, que en su país había combatido a favor de los españoles, en Cuba fue el más destacado general contra ellos. Así de maravillosa es la historia, que a menudo no se ve actuar, por lo menos a simple vista, pero en realidad no tiene ni un segundo de descanso. La historia halla siempre la manera de colocar a cada quien en su lugar, y el de Gómez estaba al lado de América, no de España.
Junto al derrotado ejército español sale de República Dominicana y llega a Cuba a finales de 1865 sin jamás sospechar que apenas tres años después le tocaría combatir contra ese mismo ejército.
En Cuba se hizo de un pedazo de tierra y estaba dedicado a su cultivo cuando el 10 de octubre de 1868, el hacendado Carlos Manuel de Céspedes liberó a sus esclavos y proclamó la guerra contra el imperio español. Su corazón lo llama a sumarse a la lucha. ¿Qué lo motiva a combatir contra los españoles? La conmoción que produjo en su alma ver con sus propios ojos la infame institución de la esclavitud de los negros. El banilejo llevaba dentro de si la honestidad, la única fuerza que nos hace ver y conmover frente a una injusticia.
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No era cubano y tampoco tenía el prestigio de un hacedado o de un guerrero. Pero había nacido con el genio de la guerra. Y a él iba a tocarle efectuar las acciones más impresionantes de esa guerra.
Diez años de guerra terminan con la derrota de los mambises cubanos. Pero Máximo Gómez ya no es el mismo. Al finalizar la guerra su prestigio de gran guerrero es grande y su nombre anda de boca en boca. Es el principal personaje en los relatos, a veces magnificados, de la imaginación popular, que hablan maravillas de él como persona y de su dominio del difícil arte de la guerra.
Firmada en 1878 la Paz de Zanjón, Gómez no puede quedarse en Cuba. No es bien visto por los españoles, y se ve precisado a salir a Honduras. Pero él sabe que la guerra no ha terminado y que en un momento más adecuado habrá que blandir de nuevo los machetes por Cuba, solo que esta vez se demandará una mejor preparación, en lo militar como en lo político.
A partir de ese momento solo tiene corazón para Cuba. Se encuentra con el Apóstol José Martí y el centauro Antonio Maceo, y empiezan, cada quien por su lado, un periplo por América convocando a la guerra necesaria. Predican, hablan, escriben, pronuncian discursos, organizan reuniones, superan dificultades y diferencias de criterios, hasta que a propuesta de Martí, Gómez es escogido como jefe del ejército libertador de Cuba. Y a Maceo, el Titán de bronce, como su lugarteniente general. Mejor escogencia no podía hacerse. Es el genio político de Martí que obra para escoger al hombre indicado sin pensar que no es cubano. Y a eso se une el espíritu de desprendimiento de Maceo, que teniendo condiciones y méritos para exigir la jefatura no lo hace. Todo el mundo acepta con agrado a Gómez de jefe y todos los esfuerzos se encaminan a Cuba.
En 1895, entendidas maduras las condiciones para la guerra, José Martí llega a Quisqueya, y desde Montecristi, él y Máximo Gómez salen una noche en una frágil embarcación junto a un dominicano y cuatro cubanos a encontrarse con la gloria de la inmortalidad. A poco de desembarcar, un 19 de mayo, muere José Martí en combate, de cara al sol, como él quería. El golpe es demoledor, pero Gómez, hombre de indomable carácter y de visión, no se quiebra. Tiene conciencia de la alta responsabilidad depositada en él, y esa misma noche con dolor escribe para la historia: "la revolución seguirá y triunfará, yo creo que la revolución americana se hubiera hecho aunque no hubieran existido Washington ni Bolivar".
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En su libro "Cuba: la isla fascinante" el maestro Juan Bosch escribió un maravilloso perfil de Gómez. Leamos un extracto del mismo:
"Gómez resultó un dios de las batallas. Planeaba cada acción meticulosamente, conocía a cada uno de sus hombres, adivinaba la reacción del español. “El arte de la guerra consiste en saber cómo, por donde, con qué y en qué número viene el enemigo”, decía sintetizando toda la sabiduría militar. Sus marchas y contramarchas eran asombrosas.
Lo exigía todo del soldado, pero lo exigía todo de él mismo. Era disciplinado, férreo. Ponía a su servicio el terreno, la estación, la fauna. “Mis mejores generales son julio, agosto y septiembre”, afirmaba aludiendo a los meses de más lluvias en Cuba; y durante la última guerra, cuando ya habían muerto Martí, que fue el guía político de la revolución y Maceo, que fue su brazo derecho, mientras operaba en la reforma se movía de tal manera, que las tropas españolas tuvieran que acampar, durante las noches, en los lugares donde más mosquitos había, con lo cual obligaba al español a espantarlo haciendo hogueras que lo denunciaban a los certeros tiradores Cubanos.
Ordenó cierta vez a sus soldados que no tiraran a matar, sino a herir, “porque un muerto se queda en el campo abandonado, mientras que un herido inutiliza a los que han de llevarlo; necesita acémila, hospital, médicos y medicinas.
Sabía llevar a sus hombres al combate y conducirlos a la victoria, pero sabía también formular la alta estrategia militar de la revolución. Durante los años de paz que mediaron entre 1878 y 1895, soñó con llevar la guerra al occidente de Cuba, mas allá de la Habana; y cuando volvió a la isla otra vez así lo hizo; acompañó a Maceo hasta las puertas de la capital, en cuyos alrededores se quedó operando, sorprendiendo al español, hoy aquí, mañana allá, realizando los increíbles movimientos que le dieron en todo el mucho fama como el más grande guerrillero de todos los tiempos".
Sigamos leyendo: "El solo tuvo sobre sí, en las provincias de Matanzas y de la Habana, más soldados españoles que los que jamás había habido en toda América del Sur; y los batió sin descanso, los burló, los maravilló. En la última guerra cruzó la isla de oriente a occidente propagando por donde pasaba la maldición del fuego. No dejó un cañaveral en pie. Fue la célebre “Campaña de la Tea”, más peligrosa para España que todos los ejércitos mambises. “cuando Cuba sea pobre, España no tendrá interés en ella y la abandonará” decía. Y asoló a Cuba con los incendios, cuyos resplandores seguían el rastro los revolucionarios".
Con ese talento militar, descrito genialmente por la prodigiosa pluma de un maestro de la narrativa de la categoría de Juan Bosch, el general dominicano venció a los españoles. Los humilló y los avergonzó ante el mundo. A la Habana entró al frente de su ejército como un libertador. El momento es de gloria para él, Cuba y toda América. Se convirtió en una viviente leyenda, adorada por el pueblo. En una ocasión su nombre fue propuesto para ser candidato a la presidencia. Pero eso no lo llenaba. Más que político, Gómez era revolucionario. Más que un hombre del poder, era un hombre de la patria. Era un hombre de honor y no de tratativas políticas. Pero además había una condición, que era ser cubano, para lo cual tenía que renunciar a la nacionalidad dominicana, algo que el centauro jamás haría. Y así se lo dijo a los que lo propusieron. Gómez era muy puntilloso en su dignidad personal, muy exigente consigo mismo, y el valor de la honradez en él era tan agudo que por su mente no podía pasar, ni por un segundo, llegar a la Presidencia si debía renunciar a ser dominicano. Hay hombres que están por encima del poder. Y Gómez, como Martí, Maceo y Bosch, era uno de esos hombres que honran a América y a la raza humana.