El 1 de enero de 1959, el dictador Fulgencio Batista huyó de Cuba hacia la República Dominicana, y unos días después Fidel Castro, al frente de una columna de su Ejército Rebelde entró triunfal a la Habana. Ese acontecimiento conmocionó a toda América. En la República Dominicana estremeció a Manolo Tavárez Justo y Minerva Mirabal, que llevaban cuatro años de casados y vivían en Monte Cristi, y a los que luchaban contra la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo. A partir de ese hecho, cobró en ellos fuerza la idea de que, si los cubanos pudieron triunfar, ellos también podían derrocar a Trujillo. Claro, ese razonamiento obedecía, más al deseo, que a la realidad. La angustia de salir del Jefe los hacía verse en el espejo de la Revolución Cubana.
Apenas cinco días después, el 6 de enero, se efectuó un encuentro social en la casa de un sobrino de Manolo, Guido D Alessandro (Yuyo), y de su esposa Josefina Ricart. En ese encuentro participó Manolo y su esposa Minerva. Entre opiniones y comentarios Minerva se refirió al triunfo de Fidel así: “¿Por qué nosotros en nuestro país no formamos un movimiento similar, si aquí hay tanta gente maltratada y antitrujillista? ¿Por qué en otros países pueden y nosotros no? Vamos a hacer un compromiso, para que cuando salgamos de aquí cada uno empiece a establecer contacto”.
Ese comentario iba a pautar el camino en los próximos meses. Josefina, que era cuñada del hijo del dictador, Ramfis, enrojecida de miedo advirtió: “no jueguen con candela. Esto puede ser bastante peligroso”. Y lo era, sin dudas. Pero los presentes estaban dispuestos a jugársela. En apariencia, el asunto se quedó de ese tamaño. Pero no para Minerva y Manolo, quienes de inmediato empezaron a trabajar en la creación de un movimiento clandestino. Con mucho cuidado, Manolo logró organizar algunas células en Montecristi donde vivía, y Minerva se trasladó a Salcedo a contactar amigos y personalidades.
Inmersos en ese trajinar se produjo el 14 de junio la expedición armada salida desde Cuba. Al anochecer de ese día, un avión C-46 camuflado con enseñas dominicanas, con 56 hombres armados, aterrizó en Constanza. Fueron recibidos por el ejército y la aviación, que de manera salvaje bombardearon e incendiaron la zona. Seis días después, el 20, la otra ala de la expedición arribó a Maimón y Estero Hondo en dos yates. En realidad, esa acción ya era un suicidio. El régimen estaba preparado para freírlos en alquitrán.
Aquellos fueron días de rabia y dolor para Manolo y Minerva. Querían ayudar, pero no pudieron siquiera moverse. La dictadura tenía absoluto control. La invasión fracasó en el orden militar. Fue aniquilada con celeridad y severidad. Muchos fueron ejecutados tan pronto eran apresados y, otros eran traídos a la base aérea de San Isidro, donde tras despiadadas torturas, eran fusilados y arrojados al mar Caribe. Trujillo era un hombre que no conocía la indulgencia y, frente a la expedición reaccionaba con la fiereza de quien considera permitido todo en defensa de su trono.
Pero el régimen fue sacudido. Saber que a nivel internacional había una importante oposición a Trujillo, unido al tratamiento salvaje de los prisioneros, generó un movimiento clandestino conspirativo. En el país había un sentimiento antitrujillista, pero a partir de ahora, muchos segmentos de la sociedad, sobre todo profesionales y estudiantes de las clases alta y media alta, y también muchos amigos y ex amigos de la familia Trujillo, empezarían a nuclearse en un movimiento político cohesionado.
La primera reunión se efectuó el nueve de enero de 1960 en Conuco, en la casa de Pedro Antonio González y Patria Mirarbal. Vinieron delegados de diferentes regiones. Sólo dos mujeres participaron: Dulce Tejada y Minerva Mirabal. Al otro día, se trasladaron a Mao y se reunieron en la finca de Charlie Bogaert. Allí quedó constituido el movimiento que, a sugerencia de Minerva, se le llamó 14 de Junio, en honor a la patriótica expedición. Seleccionaron un Comité Central presidido por Manolo. Minerva fue propuesta para la Presidencia, pero declinó por Manolo. Lo veía en mejores condiciones que ella para esa función. Manolo poseía un magnetismo especial que se traducía en liderazgo y en fuente de inspiración. Escogieron a Pipe Faxas como secretario general, y a Leandro Guzmán tesorero. Minerva quedó incorporada en la dirección nacional.
Tenían todos, cierto es, poca experiencia conspirativa, pero no ignoraban los riesgos asumidos. Que quede claro: no se trataba sólo de una reacción emocional, sino también de una disposición consciente al sacrificio. En toda lucha patriótica el riesgo de morir es una posibilidad real que se vive y se sufre cada segundo. Con todo, Minerva y Manolo entendían que sería una ruindad no encabezar la lucha antitrujillista.