En el discurso analítico se formulan grandes metáforas que se conforman en imágenes universales, tales como la del océano y la del desierto. Ambas atrapadas como bocados en los corazones de plumas. Cada una de ellas son territorios irreconciliables, por los significantes que caracterizan dichas geografías, tanto física como psíquica. Las referencias son múltiples en la literatura, filosofía, antropología y religiones, entre otros.
Un caso conocido lo da la biblia cuando relata la experiencia de Jesús durante los 40 días en su estadía en el desierto. Otras historias tratan sobre lejanos océanos, tal como cuenta, la novela Jonathan Swift en los viajes de Gulliver o la excelente obra de Herman Melville referente a las marejadas provocadas por Movy Dick.
Discutir sobre estos dos universales, no sitúa en una génesis de sentidos en el que otro piensa, ya por una actividad amorosa, seguridad, saturación sensorial y agresiones dolorosas productos de un sistema de inhibiciones conductuales patológicas. Las cuales tienen sus raíces en repetir memorias, historia de dolor y de aferramientos, por falta de una recompensa psíquica que les permita huir de su propia realidad. ¿Por qué referirnos a estos dos términos para analizar la psiquis?
En el lenguaje del psicoanálisis, el desierto simboliza el perfil del desamparo, por ejemplo, el desierto es un lugar inhóspito, implacable, una vastedad de extensión de arena que te pueden conducir a la precariedad, la sed, el hambre, la muerte o la locura.
No obstante, la locura se cubre de esta energía de vacíos, un trabalenguas que altera la imagen de vergüenzas para la familia, por un campo que no ve otro curso, que no sea la salida del sol del levante hasta el poniente. Es un rostro que siempre está pidiendo acogida a gritos. En los casos, conocidos, las patologías obsesivas se aferran a esos tartamudeos de la psiquis.
En el desierto de la vida, la locura se marca por la demanda. Es la suplicante de palabras, la copista. La que no tiene posibilidades por la pérdida del alma. Esta psiquis carece de discursos. Ya narcotizada por sus psicopatías o por la revuelta violenta del vacío, contra los otros. Una clave para entender la razón moderna de la violencia humana.
El desierto ilustra, la precariedad de la condición humana. El lastres de estar, al lado de los renglones torcidos de Dios. Y esto, no es por fatalidad, es puramente un sentido violento del inconsciente sumido en el tánato. Es como lo expresa, la teología cristiana, la de aceptar, los silbidos del cornudo. En el desierto, hay acogida y muerte. Es el lugar preferido de los caídos y de los disolutos de la gracia.
En cambio, en el océano, hay inmersión y también disolución. Es el logo universal de la psiquis. Hay palabras, es el lugar del Verbo. En la mayoría de la cultura, lo refieren como la instancia del inconsciente de la Razón universal, el logo moderno. El lugar de Dios.
Para Freud el sentimiento oceánico refiere al lugar donde no hay barreras, ni límites. Es lo que tiene un contenido en sí. Lo que da la sensación de eternidad, mientras que el desierto refiere al desamparo, las necesidades infantiles de estar sosteniéndose en una ilusión de que el otro, ya sea Dios, el padres, o la pareja es la que te establece el orden psíquico. En el Porvenir de una ilusión, el referido analista, toca el tema sobre la cuna de la psiquis y de sus ilusiones.
Ahora bien, otro escritor, Romain Rolland, trató sobre este sentido oceánico y expone una reflexión sobre la pertenencia de la psiquis, al Todo cósmico. Y esto no se trata, solo de un sentimiento, sino de una mezcla de los sentimientos con la parte intelectual.
La función de la totalidad, la angustia por la muerte, la guerra, la conciencia de nuestra propia finitud son reflexiones que forman parte de esa resistencia íntima. Las olas y sus mojaduras de inmensidad sitúan una paradoja que espanta o nos da el sosiego.
Y qué hacer con tanta anchura en el mundo actual, donde la violencia en todas sus formas es la expresión cotidiana que estanca la posibilidad de expresarnos, tener un orden de paz y de un buen vivir. Cómo aceptar estos alientos que anidan gestos destructivos, infertilidad, aridez psicopatológica en los desiertos de la vida. ¿Qué pensar sobre estos sentidos y el absurdo? Hoy me aferro a Lévinas, acepto lo humano, la memoria de libertad y creo firmemente que el murmullo del ser y de la nada es el mismo. La memoria es un corazón libertario que se gesta en océanos abiertos y apacibles. Estoy del lado de los sencillos y de los pacíficos.