República Dominicana es un país colocado en el mismo trayecto del sol, como diría el poeta Mir; y en la ruta de fenómenos naturales. En este mes ocurrieron dos sucesos, uno causado por el humano, y otro, por la naturaleza, que escritores como Nassim Taleb llaman un Cisne Negro, porque son raros e improbables. Causaron un tremendo impacto y solo se explican y predicen después de ocurridos.

Me refiero a la explosión de San Cristóbal, que ha provocado 34 muertos, y cuya causa sigue desconocida para el gran público. Sin embargo, ocurrió debido a comportamientos humanos de personas que no supieron, no pudieron o no quisieron evitarlo; planificaron mal, construyeron mal o dieron un mal mantenimiento en aquel escenario. El otro evento fue la tormenta Franklin, que se produjo por cambios en la naturaleza, en la temperatura, el agua y el viento. Aquí el individuo es un simple observador y la voluntad humana no influye directamente, aunque con sus acciones contribuye a acumular en la atmósfera gases causantes del llamado efecto invernadero, que produce el cambio climático, un factor que influye poderosamente en los sucesos naturales.

En otras palabras, el genio humano no determina estos hechos, pero sí influye en la prevención y en la disminución de sus daños. Los fenómenos naturales más frecuentes que azotan el país, al menos durante seis meses al año, son huracanes o ciclones, tormentas y depresiones tropicales. Estos precisamente aumentan las desigualdades sociales al golpear a los más débiles y necesitados, empobreciéndolos e incluso causando muertes. Se comenzaron a estudiar hace siglos y solían ser nombrados con nombres de santos, como San Zenón en 1930, aunque la iglesia se quejó.

A partir de la década de 1970, los avances de la ciencia y la técnica facilitaron que expertos y miembros de la Organización Meteorológica Mundial desarrollaran la capacidad y los medios para pronosticar y alertar sobre la trayectoria e intensidad de estos fenómenos. Se clasifican según la fuerza y velocidad de sus vientos. Por ejemplo, se les llama Depresión cuando sus vientos alcanzan hasta 60 km/h; tormenta, de 60 a 120 km/h, y huracanes, de 120 a 250 km/h o más. Recordemos que el Ciclón David alcanzó vientos superiores a 270 km/h en 1979.

La tormenta Franklin se desplazó en el territorio nacional a 20 kilómetros por hora, con vientos sostenidos de 65 km/h. Fue otro embate de la naturaleza aunque causó pocas víctimas humanas, dejó diversas enfermedades y miles de damnificados, además de daños materiales incalculables, principalmente a acueductos, viviendas, carreteras, caminos y puentes. Las lluvias y los vientos arrasaron innumerables cabezas de animales y cultivos de alimentos. Estos hechos evidencian la inequidad e injusticia en nuestra sociedad, donde 3 de cada 4 personas viven en las ciudades. En los últimos 50 años, la urbanización ha aumentado, pero las autoridades no han construido las viviendas necesarias resistentes a vientos y lluvias, en suelos seguros y alejadas de ríos y cañadas.

Existe una significativa debilidad institucional que se revela en el irrespeto a las decisiones de nuestros poderes, especialmente en la aplicación de leyes y ordenanzas, como las relacionadas con el ordenamiento y uso del territorio, la recogida de basura, el mantenimiento de los imbornales y las alcantarillas, entre otras, que reducirían los daños de fuertes fenómenos naturales.

En cuanto al coronavirus, la Organización Mundial de la Salud ha llamado a todos los países a fortalecer la supervisión y a continuar con las recomendaciones para salvar vidas ante la presencia de las nuevas variantes de la variante Ómicron.

** Este artículo puede ser escuchado en audio en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván en Spotify.