La ética fascista está en el escenario público en la discusión actual. Los tiempos muestran las garras de las posiciones moralistas con barniz religioso que fundamentan el quehacer de las cosas públicas. Está claro que en el escenario mundial, las mujeres somos perjudicadas, al igual que los ancianos, los niños y los inmigrantes en general. Esto no es al azar en el lenguaje masculino. Dominan los maniqueísmos entres los grupos en disputas producto de teologías e ideologías que creen todavía en los binarismos de bueno, malo, naturaleza, cultura, entre otros.
En la gestualidad conservadora, los cuerpos femeninos son historizados en buena medida para normar y ordenar el cuerpo. Es el lugar de la rabia, la fuente donde se descargan el control societal y donde se registra la contienda del poder moral masculino. Se culpabiliza a las mujeres de la destrucción de las formas tradicionales de familia, de romper los sistemas de división sexual del trabajo, de abrir postura contraria a la heterosexualidad, de tener una mirada contraria a la procreación, cuyo fin principal está en manos solo de las mujeres según estas posiciones políticas.
En sus reflexiones los amigos conservadores y extremistas, no solo hacen guerras comerciales, también imponen una mirada sobre las mujeres que somos feministas. El argumento esencial es de carácter moral. Nos acusan de ser la gestora de los conflictos familiares, el uso de drogas de los jóvenes, y de la disminución de las actividades que responsabilizan a las mujeres de la procreación. Tenemos una encomienda biológica y somos los que cargamos la naturaleza, según sus ideas. El cuerpo de nosotras es valorado y sujeto a la biología.
Hace bastante tiempo que se discutió en los distintos feminismos que las mujeres tienen derechos. Se planteó que la maternidad es una opción, no una obligación. Si bien es cierto que sobre nosotras se cargaba la reproducción social de los futuros trabajadores, también exigimos salarios por ese trabajo invisible. La economía del cuidado se identificó como una estructura de la economía, en la que se les cargaba a las mujeres la reproducción social y biológica. Debatimos para liberarnos de esa encomienda que pertenece a todos.
Aclaramos desde los años sesenta que el cuerpo es político y que a las mujeres se les obliga solo a residir en el mundo privado. Salimos a la calle y trabajamos en la casa y fuera de ella. Nos educamos y construimos ideas, curamos y nos convertimos en científicas. Identificamos que el sexo no era solo biológico, también estaba cargado de una impronta cultural, porque no existe nada que hagamos los humanos, que no entre en el campo de lo biopsicocultural.
Las feministas no estamos basándonos en el odio contra los hombres. Tenemos principios morales aunque ustedes alegan que no tenemos.
Desarrollamos estrategias para sanar la casa, la familia, los gestos, normas y representaciones culturales que subordinan a las mujeres y declaramos que somos parte de la humanidad con derechos al igual que los hombres. Se realizaron reflexiones sobre los valores culturales de la sociedad y su compromiso con una ideología patriarcal que oprimía a las mujeres.
Las feministas rompen el paradigma de la sociobiología. Una ideología que nos condenaba a ser pura naturaleza. Somos animales culturales como los hombres. Exigimos derechos y defendimos que formábamos parte de la historia. Peleamos por puestos trabajo con salarios justos e igualitarios con los hombres. Demostramos que podemos ser líderes y gobernar un país. Se discutió sobre el género, los roles y la universalización del patriarcado como poder supranacional y estatal que condiciona y creó medios para sujetar a las mujeres, bajo encomiendas puramente biológicas y teológicas. Las mujeres se educaron y socializamos con los hombres el derecho al amor y a la sexualidad en igualdad de condiciones. Por igual, tomamos decisiones sobre nuestros cuerpos, fuera del campo de la autoridad masculina, religiosa y estatal.
En la actualidad, los derechos alcanzados se desmoronan por una extensa misoginia que se anuncia y se enarbola abiertamente por los pedigüeños del fascismo. Ellos, los matarifes de la guerra, los religiosos ortodoxos, los hombres públicos están señalando nuestros logros como una verdadera aberración de la historia. Han cerrado programas, expulsado a mujeres de sus puestos de trabajo y se burlan abiertamente de la ideología de género y de las mujeres que políticamente tenemos un discurso y construimos proyecto de paz.
Su acusación principal es de carácter moral. Le rompimos el ego a los gestantes del poder patriarcal. Ahora que han logrado tomar el poder político arremeten contra las feministas y con un proyecto maniqueo que reflexiona sobre la sociedad y nuestro cuerpo. Es claro que utilizan diversos medios, tales como: la difamación, la desarticulación de proyectos que fortalecen los derechos humanos, la exclusión de participación en toma de decisiones, la eliminación de áreas destinadas a defender los derechos reproductivos de las mujeres, entre otros.
La ideología de género es una mala palabra en los medios e instituciones públicas. Esta narrativa ha sido promovida por distintos sectores de las élites, clase media y religiosos. Ellos están juntos para iniciar otra inquisición contra las mujeres, los homosexuales, entre otros. Las iglesias y el Estado patriarcal quieren moralizar.
Las feministas con sus narrativas sostienen una agenda de género que choca con la vieja sociedad patriarcal, en la que los hombres controlan a la familia y recae sobre la mujer el cuidado y todas las labores del hogar. Consideran que estamos realizando un compló contra las buenas costumbres.
Dicen que nos unimos a instituciones internacionales y nacionales para promover un proyecto que quiere transformar la escuela y la familia. Lugares sacrosantos de los misóginos. Se nos acusa de querer enseñar educación sexual y promover el uso de preservativos entre los adolescentes. Se nos acusa de hablar de aborto, identidades sexuales, y de persona no binaria. Se nos acusa de querer romper las redes tradicionales de la sociedad patriarcal por entidades que le avergüenzan en torno a la sexualidad y al derecho a decidir sobre nuestro cuerpo. Estas acusaciones están lógicamente orquestadas por nosotras las grandes pecadoras de la sociedad. Y si estamos intentando democratizar la sociedad y crear redes sociales y políticas inclusivas.
Esto ha provocado una sagrada unión entre las diferentes iglesias. Se han olvidado de sus diferencias y persecuciones religiosas entre ellas. Podría ser jocoso, pero en realidad hemos sido las feministas, las que hemos logrado la unidad de los diferentes cristianismos. Y eso obedece a una postura de someter a las mujeres, al viejo discurso de que solo hay dos sexos. Y que la sexualidad solo se define en el marco de la reproducción. El cristianismo nacionalista que gobierna el mundo en su versión soberanista o globalista se ampara en un determinismo biológico y un maniqueísmo propio de la teología.
El concepto de género se sataniza. Todas comparten un punto común y es ético. Las mujeres tienen que estar en la casa asumiendo su rol de madre (reproductora) asumiendo el control del mundo privado. Quieren que volvamos a la casa con un modelo de familia tradicional que implica una división del trabajo en la que los hombres dirigen a las mujeres.
El plan es claro, desarticular el pensamiento feminista. El patriarcado se sostiene en un modelo ético que implica inequidad, un control del cuerpo de las mujeres con graves implicaciones entorno a la libertad de movimiento, decidir sobre nuestro cuerpo, el derecho al aborto, el derecho a pensar y legitimar la libertad como principio humano. El Estado nacionalista que construye los nuevos fascismos quieren legislar para defender los cigotos en contra de la madre y los padres, es decir que el cigoto tenga derecho por encima de sus padres. Yo creo en la libertad que tiene cada persona en su útero y es una decisión difícil el aborto, pero nadie tiene derecho a impedir que una mujer tome una decisión en caso de violación, enfermedad o no viabilidad por razones tan complicadas como los embarazos ectópicos, entre otros.
En lo personal soy católica practicante y feminista. No creo en ideologías patriarcales. Yo apuesto por el amor, la igualdad, en el derecho a decirle no, a los hombres o mujeres que se sostengan en el patriarcado como principio de vida. Apuesto por el derecho a decidir en mi cuerpo y una ética que sea libertaria. La religión es también ideología.
El Estado tiene que gobernar para diferentes grupos sociales y de clase. Las contradicciones son políticas. Si queremos un mundo abierto, democrático, basado en los principios de libertad, no podemos seguir asumiendo que las feministas estamos traumando a los hombres e hijos. Las feministas no estamos basándonos en el odio contra los hombres. Tenemos principios morales aunque ustedes alegan que no tenemos. Creemos en una familia democrática, en compartir en calidad de igualdad con los hijos, compañeros, esposos, novios o amigos. Propugnamos por redes sociales, familiares diferentes y respetuosa de las personas. Creo en un proyecto de sociedad que respete la diversidad y las identidades sexuales. Creo en la palabra y en narrativas que promuevan una cultura de paz e igualdad y esto no forma parte de la ideología patriarcal.