El sábado 18 de noviembre en República Dominicana, según los expertos y las evidencias, cayó la mayor cantidad de lluvia de su historia. Nunca había llovido tanto en tan poco tiempo como esa tarde. Fue agua y agua. Lo que provocó más de 30 víctimas humanas e incalculables daños materiales.  Algunos comparan este fenómeno con el temporal del 22  mayo de 1948, y la tormenta Federico del 4 de septiembre de 1979; los que provocaron tanta lluvia, que modificaron la geografía nacional, al cambiar el curso de ríos, arroyos y cañadas,  pero las lluvias cayeron  durante varias horas corridas.

Este reciente diluvio fue una evidencia del cambio climático o una manifestación de la furia de la naturaleza. Produjo hechos lamentables, entre los que se destacan varios. El derrumbe de unos muros en el paso a desnivel en la Av. 27 de Febrero esq. Máximo Gómez, del Distrito, que aplastaron más de diez personas, mientras transitaban en vehículos, incluidos puertorriqueños y haitianos. En este caso, posiblemente,  hubo fallas humanas en la planificación, en la construcción y en el mantenimiento esta obra, cuyas investigaciones y correcciones esperamos.

Otro, fue el intento de cruzar el rio Manoguayabo, en la Capital, en el que las aguas acumuladas por las lluvias arrastraron un jeep, ocupado por cinco personas, las que se ahogaron, incluido su conductor, un señor sensato y muy estimado del poblado de Arroyo Cano. Había nacido en el campo, pero vivía hace años en la ciudad, dedicado a negocios, precisamente de vehículos, y le faltó la paciencia del campesino para esperar que pasara el mal tiempo. El confió en su yo, y exageradamente en su potente jeep, de esos que mercadean como todo terreno, pero transitan por tierras bajo ciertas condiciones y jamás anfibios, para viajar por tierra y agua.

El desastre climático es muy complejo y profundo, porque requiere de la colaboración de los individuos, las instituciones y de los gobiernos. Y lo grave es que muchos no creen en sus soluciones; por lo que una de sus causas son los egos humanos o individualismos, responsables de comportamientos inseguros o peligrosos, ya que algunos  no saben, no pueden o quieren evitar ciertas acciones.

Tuve la dicha de disfrutar de la amistad del Ing. Rafael Corominas Pepín, Fellito,un maestro de generaciones en el área de la ingeniería civil y secretario de Estado de Obras Públicas. Y a menudo lo escuchaba relatar sobre los peligros de ciertas  obras públicas y privadas, como pasos a desniveles y elevados; y  recuerdo que, en ocasiones, ponía de ejemplo el elevado de la  avenida Winston  Churchill esquina J. F. Kennedy, el que consideraba muy esbelto; por lo que sería bueno que autoridades lo intervengan antes de una calamidad.

El insistía en que se actualizaran y aplicaran las normas y recomendaciones científicas en la planificación, construcción de  obras. Él criticaba la construcción de torres para centenares de personas donde había una vivienda habitada por una pequeña familia, sin adecuar el sistema de alcantarillado pluvial que recolectara y canalizara las lluvias. Y también, la colocación de capas asfálticas sin tomar en cuenta el nivel de las viviendas, lo que suele provocar peligrosas inundaciones.

Finalmente, recordemos que estos hechos tienen sus lados positivos, como mostrar los niveles de pobreza y de inequidad social y económica, y cuando se aprovechan, enseñan a enfrentar mejor próximos fenómenos naturales, porque según los especialistas faltan los peores. Y algunos han servido para que figuras como Michelle Bachelet, como ministra de las Fuerzas Armadas de Chile en 2002, en unas inundaciones, ordenó a sus subalternos y ella misma se encaramó en un tanque de guerra y rescató damnificados, y allí empezó su carrera triunfal a la Presidencia.

Durante el huracán Flora, que arrasó a Cuba en 1963, el primer ministro de Cuba, comandante Fidel Castro, se montó en una tanqueta anfibia en su empeño por salvar vidas, la que se hundió y sobrevivió porque era buen nadador; aunque perecieron soldados cubanos y rusos. Pero su arrojo salvó muchas vidas. Y a la afable Carolina Mejía, alcaldesa de la capital dominicana, se hundió hasta la cintura en una inmunda cañada en labores rescate y limpieza comenzando su periodo. Estos gestos demuestran sensibilidad social y saber responder al aquí y el ahora.

A mantener una vez más la confianza en la ciencia. Que descansen en paz las almas de las víctimas de estas inundaciones y fortaleza a sus familiares.

** Este artículo puede ser escuchado en audio en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván en Spotify.