Cuando se habla de calidad de vida de un país resulta crucial pensar qué significa, cómo y dónde se materializa esa condición indispensable en que debe vivir la población. Calidad de vida no es un genérico y abstracto dato estadístico, sino un discurrir de una cotidianidad previsible, sin sobresaltos y digna en términos sociales en el territorio y de manera específica en el espacio urbano, en la ciudad. La información de que el pasado año terminó recibiendo el histórico récord de diez millones de visitantes nos plantea la siguiente pregunta ¿Cuál o cuáles ciudades visitarán estos visitantes? ¿En qué niveles de calidad de vida encontrarán estos centros urbanos? Las respuestas a esas preguntas no solo son pertinentes sino vitales.
Ello así, porque podrían darnos conocimiento sobre por qué, a pesar de que algunos califican nuestra economía como de rango medio, tenemos índices de desarrollo humano y de calidad de vida de nuestras ciudades realmente bajos. Por eso sigo insistiendo en que la clase política del país no ha sido asumido este tema con el rigor, sistematicidad e importancia que sí lo han hecho sus pares en otros lugares, haciendo de los centros urbanos recursos para potenciar los atributos regionales, geográficos económicos, históricos y culturales del país para producir un desarrollo económico, político y social con niveles de institucionalidad, sostenibilidad e inclusión social muy buenos, buenos o aceptables. Aquí, estamos lejos de esos rangos y en los casos de las dos principales ciudades, sobre todo del Gran Santo Domingo, es algo absolutamente inaceptable.
En general, el índice de desarrollo humano del país se mantiene alrededor del lugar 80 en el ranking mundial de 191 países, pero según una investigación del IESE Cities in Motion, de la Universidad de Navarra, España, de un total de 183 ciudades de 92 países (85 de ellas, capitales), Santo Domingo ocupa el nada honroso puesto 144 entre las ciudades de menor calidad urbana. Debe preocupar ese hecho, dado que uno de los objetivos del desarrollo turístico del país apunta hacia la diversificación del “sol y playa, todo incluido” en el que la recuperación y regeneración del casco histórico y otras ciudades constituye una apuesta para la industria turística. Sin ciudades eficientemente administradas debemos pensar qué pasará con esos diez millones de visitantes del que tanto nos enorgullecemos de anunciar.
Ese sentido, también debemos reflexionar sobre si ése dato de desarrollo humano arriba referido se corresponde con la realidad de la calidad de vida de la gente en su hábitat, el urbano básicamente. Los principales indicadores de calidad de vida urbana son: calidad y acceso a la vivienda, relación ingreso y pago por ese bien en términos de alquiler, calidad del transporte, tráfico y tránsito, condiciones medio ambiental, economía urbana y empleo, educación, salud y vida urbana (paseo, disfrute del ocio y tiempo libre). Según dato de la ONE, recogido por un diario del país, en Gran Santo Domingo, “el precio promedio del metro cuadrado (m²) de las casas y apartamentos en el primer semestre de este 2023, con incrementos que van desde 3.9 % hasta 74 %.
En lo relativo al transporte, tránsito y el tráfico en el Gran Santo Domingo no pueden ser más ineficientes y caros. La tendencia es que mucha gente trata de evitar lo más posible salir de sus casas para ir de compras o hacer cualquier diligencia, es difícil de cuantificar el costo de esta circunstancia, pero todo indica que esto incide negativamente en la cotidianidad y economía de una metrópolis que aporta algo más del 40% del PIB. En el Distrito Nacional y su área metropolitana, las grandes avenidas y muchas de sus calles secundarias son monofuncionales (sólo comercio, nada de residencias) carecen de estímulo al paseo peatonal que es básico para la vida y la economía urbana. Gran parte del día están taponadas, no son para la gente y disminuyen la calidad de la vida urbana.
Estas elecciones municipales, congresuales y presidenciales, sobre todo la primera y la última, constituyen una propicia ocasión para reflexionar sobre el hecho de que lo urbano sigue siendo tarea pendiente de la clase política dominicana y que es un tema que ocupa un lugar relativamente marginal en la generalidad de los profesionales de las ciencias sociales. Hay que insistir en que de una vez por todas superemos la práctica de no asociar la gestión municipal a la gestión de la ciudad. Que ocupemos últimos lugares en temas cruciales sobre el desarrollo humano, educación, muertes por accidentes, embarazo de adolescentes, estaría relacionado con la mala calidad de la vida urbana de un área metropolitana con cerca de un tercio de la población nacional.
Ha de recordarse que, frecuentemente en otras ciudades del país sus habitantes se quejan de la gestión de sus autoridades. Esa circunstancia está relacionada con la deficiente calidad de la formación gerencial y ética de muchas de estas autoridades. Esto constituye un fardo que nos lastra como sociedad, que impide la existencia de ciudades con calidad de vida urbana. Sin este soporte indispensable, todo proyecto de nacional de desarrollo e institucionalidad tendrá un peso muerto que ralentizará o impedirá su sostenibilidad.