Toda experiencia estética desencadena emociones que siempre evocan una mediación cultural. Lo que no conocemos podría ser visto con extrañeza y ajeno a nuestras vidas. Es un sentir que pertenece a una geografía de paisajes refractarios. Pensar en lo raro y lo espeluznante, tanto en el ámbito del arte, lo literario y fílmico es un tipo de experiencia estética.

Los realismos actuales tienen una gran carga metafísica que no encajan con la vida. Tal es el caso de los escenarios de bombas que caen de los cielos, sin poder ser asimiladas como natural, porque implican la negación de presencias.

Por ejemplo, el grito que no se espera, las formas que se entremezclan con las subjetividades culturales que están rotas, desarraigadas o que no se corresponden, a los límites aceptados por el entramado cultural, al que pertenecemos. Y es a esto que nos referimos cuando hablamos de lo raro y lo espeluznante, como esas ruinas abandonadas con calaveras y pedruscos, que nos llevan al enigma, a la gran pregunta ¿qué pasó aquí y por qué?

Es el desenterramiento de lo razonable. Un misterio que se hurga en la psique, la palabra, el paisaje y estructura de un orden simbólico que da sentido a las formas. Por tales sentidos humanos, lo encontrado, deja perplejo a cualquier respuesta razonable.  Buscamos en los sistemas semióticos y en lo imaginario para dar contestaciones que se concretice un saber arqueológico e histórico.

Yo quiero saber si la metafísica puede darme respuestas. Porque la política de Estado y la gente común no me ofrecen, en su teatralización, los argumentos que puedan permitirme entender nuestra cultura.

Pero lo que se corresponde con lo espeluznante, se conecta con la fuerza capital de la psique, dado que todo aquello, que nos provoque, una ausencia de presencia, aquello que se mira allí donde debería existir otra situación, porque quedan en el vacío de identidad, memoria, percepciones y lógica, nos arroja al campo de la sospecha.

La historia del poder de la sospecha menea los campos del miedo y las garras de lo espantoso. Lo razonable no tiene cabida, porque se muestra cómo la cal viva sobre la piel. Solo hay que preguntarle a Hitchcock cuando escenificó los gritos de pájaros pacíficos que se transformaron en verdaderas entidades poseídas de un frenesí de muerte. Ellas generaban terror al producir sus ataques. Con un montón de picotazos y un paisaje sombrío, Hitchcock logró familiarizarnos con lo espeluznante.

Ahora bien, muchas veces encontramos ese poder desconcertante en lo cotidiano, en la vecindad o región. La historia isleña ha tenido esos escenarios dantescos. Los autoritarismos presentes atravesados con nacionalismos caducos, causan anómalas situaciones, a personas por ser inmigrantes y no tener el favor de la validación oficial, para poder seguir existiendo dignamente en este pedazo de isla. El irrespeto a los derechos humanos en cualquiera de sus expresiones entra en el desencaje de lo espeluznante.

Cada noche veo en la televisión, un espectáculo aterrador de gente de origen haitiana que la suben violentamente a un camión para ser enviada a su país. En las peores situaciones que se puedan mostrar, no hay tutela de vigilancia. Y me preguntó, porque estas imágenes y realidades objetivas, no entran en el escenario de lo espantoso. Acaso estamos tan acostumbrados, a esos instrumentos de poder, manipulación, correrías y sangre que se convirtió en un vicio que no presenta huellas psíquicas de culpa. Es un territorio natural que se tapa en el baúl de las normas locales.

Pero vuelvo a preguntarme, porque resulta tan aterrador la demencia de una mujer que mata a su propia hija u otra que golpea de manera violenta en la cabeza. En el marco de lo ordinario esto es horrendo para todos y todas. Sin embargo, la del prójimo racializado y etiquetado de extranjero que se enfrenta al hurto, violencia, exclusión y muerte por no tener papeles legales se queda como una mala telenovela. Podríamos decir que es un extraño que no se nombra, un palimpsesto que se quema de prisa por la culpa.

En la psique lo que es aterrador se expresa por la falta de ausencia, por ser considerado una fuerza con la que no podemos lidiar, por estar marcada por lo grotesco, porque no tiene lugar en el orden de lo humano.  Esta situación es anómala, pero entre nosotros se disfraza con un tocado de avestruz. Las niñas y mujeres haitianas que son violadas en la frontera son ajenas a nosotros. Ellas son tipificadas de ilegales entrando al país. De eso no se habla. Y cuando lo tocan, se remata con posiciones canallas de ser relatos que se cuentan en crepúsculo.

Yo quiero saber si la metafísica puede darme respuestas. Porque la política de Estado y la gente común no me ofrecen, en su teatralización, los argumentos que puedan permitirme entender nuestra cultura. ¿Eso entra dentro de lo espeluznante? O simplemente a mis bucles, todavía le falta lidiar con las memorias de los escándalos coloniales.