Recientemente ocurrió un atentado contra el expresidente Donald Trump y candidato a la presidencia de Estados Unidos de América, primera potencia mundial, un hecho que algunos llaman un cisne negro, por raro o improbable, por el impacto tremendo, y porque solo se explica después de ocurrido. El editorial del periódico Acento describe como un hecho aislado, que no obedece a un plan político terrorista. Fue ejecutado por un mozalbete blanco norteamericano de 20 años, con posibles trastornos mentales, pero todavía los investigadores desconocen qué lo motivó y cómo lo logró disparar ocho veces a su objetivo.
Los científicos y las evidencias revelan que la gente asesina por una idea, ilusión, una burla, una bandera, un objeto simple, y que los mejores y peores comportamientos humanos dependen de la inseparable relación entre el individuo con su contexto, o ambiente o las circunstancias.
Veamos el contexto. Quienes han visitado la exposición El Precio de la libertad, en un museo en Washington, sobre la historia militar, pueden captar el orgullo que sienten los norteamericanos por la fabricación y el uso de armas para resolver conflictos, en lugar de las palabras. En aquella sociedad predomina una cultura, y existen leyes que promueven las armas. Donde se estima que civiles poseen más de 20 millones de rifles, como el usado por el agresor. Hasta su padre tenía decenas de armas poderosas.
Aunque es una sociedad muy armada, no es violenta, y sus genes defienden con veneración las libertades individuales, y prefieren y valoran a gentes vivas con las cuales negociar y lograr beneficios. Por ejemplo, hace pocos años unas turbas asaltaron violentamente el Capitolio, sede del Congreso, y provocaron importantes daños materiales, pero muy pocas muertes. Recordemos que las armas no son buenas ni malas en sí mismas, que depende del uso que le den las mentes que las controlan; y que el consumo de sustancias ilícitas provoca más víctimas que las armas.
Conviene tener presente que atentados políticos han provocado graves crisis a la humanidad, como el asesinato del heredero del trono austrohúngaro en 1914, que desencadenó la Primera Guerra Mundial, y el asesinato de un carismático líder colombiano provocó el Bogotazo, en 1948, que abrió un ciclo de diez años de violencia en aquella nación.
Finalmente, identificaré algunas lecciones, que tal vez sea lo único útil de este lamentable atentado, entre las que sobresalen las siguientes. Educar más a la población, especialmente a padres e hijos, acerca del uso responsable de las armas y tecnologías militares. Aplicar programas que detecten y aíslen del manejo de armas a personas con trastornos conductuales. Fomentar discursos correctos, más constructivos y menos violento. Entrenar mejor al personal, especialmente a las mujeres, que protegen a personalidades importantes. Recordar que los líderes políticos, comunitarios y religiosos son humanos vulnerables y frágiles y que los sistemas de seguridad fallan porque son manejados por humanos imperfectos.
** Este artículo puede ser escuchado en audio en Spotify en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván.