La pasada, fue una semana infausta. Murieron dos personas de mucha incidencia en mi vida familiar y profesional, además de una tercera con la que tuve importantes coincidencias en el plano de la política. Una semana para olvidar, pero también para reflexionar sobre temas relativos a las relaciones interpersonales, colectivas, familiares, de la amistad y de la riqueza de la diversidad, no sólo de las presentes en un singular individuo, sino de la riqueza que aporta la singular diversidad de cada ser humano a su semejante si este sabe apreciar el valor de esta cualidad. Alfredo, tuvo una profunda incidencia en mi en mi infancia y mi adolescencia. Para mí, Víctor Ruiz entrañable e irrepetible amigo tuvo una honda impronta en mis trabajos de sociología.
De mis hermanos, Alfredo era el mayor. El de más agudo sentido de la brevedad del tiempo y por tanto de disfrutarlo a profundidad y con pasión. De un sentido del ritmo que hizo de él uno de los más finos bailarines que he visto. En su casa lo vi bailar junto a la inigualable pareja de Chencha y Bonyé. Todo un espectáculo. Cantaba, tocaba instrumentos y hasta organizó un “combo” con algunos de sus vecinos para amenizar sus fiestas hogareñas. Idolatraba a mi madre, siempre solidario y cariños con ella. Al igual que con mi padre, entre estos dos había una comunicación sumamente fluida. Única. Eran amigos e irreductibles adversarios en memorables partidas de dominó. Cuando llegaba a casa mi padre me contaba de la cantidad de “manos” jugada entre ellos y no tenía ningún problema en decirme: “anoche Alfredo me mató”. Buen hijo, excelente padre.
Armaban tremendas broncas, porque a Alfredo lo desesperaba esa manía de mi padre de la minuciosidad y su exagerado sentido del orden, de su absurda racionalidad que lo llevaba a una angustiante parsimonia para hacer su jugada. Las discusiones y los mutuos reproches entre ellos eran feroces, pero se levantaban gozosos de la mesa de dominó, burlándose el uno del otro. Me introdujo a su desbordada pasión por el Glorioso Team Licey y el deporte en general, además por el cine. El buen cine. En fin, fue mi héroe, mi hermano y gran amigo. Con el tiempo cada uno profundizó sus áreas de interés, en algunos aspectos sustancialmente diferentes, pero a mí, su forma de y perspectiva de ver y disfrutar la vida, estoy plenamente seguro que me enriqueció. A Víctor Ruiz lo conocí en el aula, fue mi alumno, y entre nosotros fue de mutua empatía, admiración y cariño a primera vista.
Desde hace cerca de 40 años comenzamos una relación de entrañable amistad y de trabajo y de recíproco estímulo para investigar o profundizar algunos temas de mutuo interés. Su a veces inquietante parsimonia, su casi obsesivo interés por la objetividad y el recurso a la bibliografía para sostener sus conclusiones sobre cualquier aspecto de la investigación hicieron de Víctor uno de los sociólogos dominicanos que mayor cantidad de investigación ha realizado, tanto como investigador individual como colectivo. De mayor producción de documentos, informes e informaciones sobre una significativa variedad de temas sociológico e históricos, desafortunadamente mucho de ellos no publicados. Ha realizado diversos censos en la zona colonial y en varios barrios de la ciudad.
Así como investigaciones en parques nacionales, en las áreas urbana y rural del municipio de Miches; era demandado por agencias internacionales como consultor en diversas investigaciones, una de ella fue su participación como investigador asociado en un estudio sobre la pesca a nivel internacional. Representó al Equipo de Investigación Social Equis/Intec del instituto Tecnológico de Santo Domingo, Intec, y dirigió, con su inveterada meticulosidad, un centro de documentación sobre temas urbano y municipal de dicho Equipo. El estudio sobre la pesca, capítulo dominicano, lo llevó a reuniones sobre sus hallazgos a Dakar, Senegal, Guangzhou, China y Londres, fue escogido como uno de los principales redactores del informe final.
Es mucho lo que se puede escribir sobre su obra y solidez profesional, pero hay otros aspectos de su personalidad tan valiosos como eso: su calidad humana, su sencillez. Honesto como pocos, responsable y, aunque no era dado a expresarlo, sumamente cariñoso con la gente que quería, sobre todo a sus dos tesoros más preciados: sus dos hijas. Lo que más me gustaba de Víctor era su autenticidad, seguro de sí mismo, testarudo como el que más (pero no obtuso por impedimento de su talento). Algunos confundían su espíritu independiente con un deseo de estar sólo, es que para él vivir en acuerdo a sus convicciones era irrenunciable. Fue militante a tiempo completo del Partido Comunista Dominicano, PCD y se fue a vivir en la Romana para hacer trabajo revolucionario.
Víctor Ruiz, además de un consagrado sociólogo amó la naturaleza, las flores y a Lourdes, su compañera. Partió en la misma semana en que partió Alfredo. Con sus diferencias, vivieron como quisieron vivir, con autenticidad, pasión y decoro. Ambos fueron mis compañeros de viaje por este mundo, a través de ellos rindo homenaje a la autenticidad, al respeto a la diversidad y a la amistad/hermandad.