La antesala de los territorios que conforman la psique no está exenta de ascenso y descenso. Como cabe esperar, se necesita tener la ayuda de la psicoterapia, el psicoanálisis o de la psiquiatría para abordar esos terrenos escabrosos del inconsciente. El ser humano en el marco de la conciencia es un ser extraño en esas moradas celestiales. Los humanos se aferran, a lo que se muestra como apariencia y en ese sentido de lo real, trata de ampararse, como a un frondoso árbol, tomando una soga imaginaria para amarrarse, sin lograrlo, por los tumultos de los vientos del alma o psique.
Los relatos sobre ese espacio se manejan en la literatura como diversos lugares que adquieren connotaciones culturales para definirlo en una geografía e iconografía fantástica. Algunos, lo han llamado el hades, el purgatorio. Para otros es el lugar donde mora lo celestial.
Los psicoanalistas en su metafísica práctica, consideraron el cielo, como ese lugar del inconsciente que se atraviesa, a través de los sueños, el lapsus lingüístico, los mitos y la operación del habla. Lo descubrieron como un espacio de difícil trayecto que podía arrancar una vida, como un brote de salto cuántico, a través de la patología. Es la que hablaba de ese estar doloroso o donde moran las pulsiones de vida y muerte.
El operativo siempre fue el lenguaje, ya que define nuestra humanidad. Donde no hay palabras plenas, no hay relación amorosa, solo es ficción para novela. Por tal razón, no hay pérdida, donde no fluyen las palabras, porque no se construye lo humano. Ese es el operativo de los significantes del alma.
El dolor es esa expresión que nunca pudo salir por eso se transfiere al síntoma. Eso que se estanca como síntoma. En el psicoanálisis el síntoma es aquel camino que da paso al reconocimiento de la patología. En la palabra plena está lo que se llama la elaboración por medio de las palabras. Esto se realiza mediante el camino del psicoanálisis. Lo que no se dice, no existe. Lo otro queda estancado como síntoma.
En ese tenor se preguntaron los psicoanalistas, ¿cuándo surge la cura? algunos dijeron cuando se produce la elaboración plena en el marco del análisis y se da paso, a un operativo de reconocimiento de las pulsiones del inconsciente. El que sufre se descubre, porque no ha cruzado el bosque del alma. Lo que se elabora dentro del marco del lenguaje, da paso a la aceptación, al reconocimiento y a la intención de estar en la vida creando la obra de su propio destino. A decir de Lacan cuando el paciente logra ver o reconocer sus últimos espejismos, llega la cura.
En la literatura, lo refieren como un bosque solitario con gran masa de agua que deriva en un inmenso océano. Para todas las religiones ese lugar está gestado, según la moral de cada sujeto, en un territorio de gloria o en una morada infernal. Es un caminar que se dirige, a lo profundo del inconsciente e implica un viaje que te convierte en un héroe o un sujeto vencido, tal como le sucedió, al innombrable.
El viaje es sagrado y personal. El carácter sagrado de este viaje es una prueba que se atraviesa, porque tendrá su cura o simplemente sucumbirá, a sus pulsiones de destrucción. Todos los seres humanos enfrentamos ese camino. Y dependerá de nuestra dignidad para atravesar las espinas que se muestran el trayecto. El triunfo de la palabra, dota de cualidades majestuosas para el entendimiento del alma y nos lleva a una compresión de mundo interior. De ese viaje se regresa de varias maneras con la cura en las manos, con los vértigos de la locura o simplemente se pierde nuestra humanidad.
Leyendo el Códice Florentino de 1575-1577 realizado por Bernardino de Sahagún y otros grupos de sabios se cuenta sobre la historia de un lugar donde la vegetación siempre es verde y fresca. Una geografía donde nunca faltan los alimentos. Estas tierras son un distrito donde mora la felicidad y tiene exuberantes bosques, flores, frutos, donde se ve y escucha el fluir de las aguas, los cantos de pájaros, el lugar del sol. Se enmarcan en esa estancia divina del amor, la cual está fuera de los mares de sufrimiento.
El lugar del amor es el verdadero camino de la cura. Esto ha sido descrito por muchos libros antiguos. Es la comarca donde no se pone el sol. Es una geografía de los afectos, no hay traición, mentiras, zancadillas, existen las palabras, las preguntas y sobre todo una ternura inmensa. En la tradición cristiana se habla de un Paraíso Terrenal que está protegido, por dos querubines que tienen dos misiles de fuego. Así lo imagino.
Sin embargo, el paraíso occidental define esta comarca, como el lugar de la pérdida y la nostalgia. Es una idea de la ilustración. Se corresponde con el lugar del mal de ánimo, porque se perdió la mirada antigua. La razón trajo la melancolía, al desaparecer el jardín místico. La depresión es producto de la individualidad, por la desestructuración del grupo. El sujeto se arropa en sí mismo. El inconsciente es el camino.
Me encanta la idea de Carl Jung sobre el inconsciente. Es para él, un reino particular, la geografía donde ocurren todas las transformaciones que se operan en el carácter del individuo, tras irrumpir en él, la fuerza de los procesos psíquicos, que están bajo el umbral de la conciencia. Todos los psicoanalistas, ubican ese territorio fuera de la conciencia, pero ligada a ella.
Por ese tenor muchos pasaron a definir primero, la conciencia y luego se metieron al mundo del inconsciente cuando Freud construyó las tópicas del psicoanálisis. La conciencia es un territorio donde somos como extraños en nuestra propia casa, por estar ligados a realidades angustiosas que están en el inconsciente. Esa definición fue dada por Freud. Esta definición alteró el pensamiento decimonónico. Los modernos se aferraban a una verdad estática y manejaron los estamentos del poder de una clase social, la legitimación de la razón y de la repetición como principio epistémico que probaba la realidad.
No obstante, el reino del inconsciente era todo lo contrario. Era el lugar donde se ubica la libido, los arquetipos individuales y colectivos y las pulsiones, entre otras. La topografía fue establecida y no necesariamente se definió como un territorio idílico. Nos contaron que era un pastel relleno de todas las tragedias, dolores, lujuria, gula, avaricia, poder desenfrenado y de culpa, entre otras figurillas de nuestra humanidad. Yo veo esas imágenes en las drolerías que escenificaba el Bosco en su arte de lo grotesco.
Hermosas iconografías del inconsciente se representan, según los tiempos que se manejan en el arte pictórico. Si miramos, la pintura de Durero, Miguel Ángel, Rafael u otros contemplamos esos espacios sin tiempo. Ellas muestra el universo de la injusticia y de una invención de eclipses donde se utiliza la sangre. Occidente no deja de manifestar esas imágenes fantasmagóricas de las creaciones de los grandes pecados públicos que se muestran en el lienzo de la guerra como revoltillo del inconsciente.
La conciencia intenta definir la moral mediante las leyes y la razón. Mientras el inconsciente se mueve por lo banal, el dolor, los infiernos de drones y misiles que se recogen con los trozos y pedazos de carne, como la cosecha de este otoño en Medio Oriente. Es la joya del cine del terror, del holocausto caníbal y de las agresiones medioambientales. Es simplemente un deporte que justifica y perpetúa los nacionalismos obtusos, el odio, la validación de la cultura de los blancos, las vallas territoriales, los infiernos verdes que están llenos de semillas y plantas modificadas (transgénicos) que se promueve como avance científico.
Y qué nos queda de esa arqueología pueril de la conciencia de occidente. Yo diría buscar en ese otro mundo revuelto del inconsciente nos lleva a conocer nuestra propia guerra. Pero esa no fue la propuesta moderna. Por eso no es lejana, esa imagen que construye la arqueología y la paleontología humana sobre la aparición de los primeros homínidos en África. La alegoría es una Sabana, con pocos árboles.
Es en una comarca de abandono donde surgen los primeros humanos. En ese lugar desarrollaron la visión frontal, el dedo prensil y el uso de herramienta para amenazar y desgarrar la carne. Esa representación que todos y todas conocemos sobre los orígenes de la humanidad, nos muestra el abandono del prístino bosque. Hemos construido, la misma alegoría, de los viejos libros antiguos sobre la pérdida o expulsión del bosque. Que ironía para una ciencia que se jactaba de ser racional.
El filósofo Martin Heidegger decía en un libro que título Caminos del Bosque, lo que considera sobre esta situación que señalamos. Lo hizo, a través de su análisis sobre la obra de arte. Decía que en toda obra de arte existe una verdad, la cual se expresa en el deseo entrañable de la palabra con sentido y de estar atrapado en un atolladero que está bloqueado al no retorno.
En esa imaginería de Heidegger de poner la obra en relación con las cosas, por una parte y con el producto, por otro, es el lugar, según explica de cómo se abandonó el edén. Por eso definió el arte como aquel lugar parecido, a un jardín. Con su complicado análisis filosófico, nos dice que se necesitó de un lenguaje útil que permitiera hacer la distinción entre lo que se llama cosa y lo que se llama lo útil. Por eso subraya claramente que el mundo de la obra de arte está atravesado por lo efímero. Mientras que el mundo de las cosas estamos agarrados todo el tiempo. Aquí señala la variable del tiempo como esencial. Y más adelante nos dice que en toda obra de arte se llega a ella, “de cuando en cuando”. Por eso nos dice Matisse que no trabaja sobre el lienzo, sino sobre aquel que lo mira.
El bosque o jardín de Heidegger está contenido en la metáfora. Para él es claro que el tiempo verdadero, como también el espacio verdadero, no es lo que creemos que son. El tiempo verdadero es el de “cuando en cuando” y el espacio se abre cuando hay espaciamiento de espacio. Es decir, son las obras que hacen que el tiempo y el espacio sean verdaderos. En la metáfora del inconsciente, la modalidad del bosque es pura poesía que viene como un relámpago pulsional, es la condición de la humanidad rendirse, a la evidencia vacilante de la que se escapa o no se regresa jamás. Sale o queda estancado en el síntoma. Este planteamiento del filósofo se verifica en la clásica tragedia griega. En mi punto de vista, esto es lo que marcó a occidente, la memoria del relámpago, a dónde no se vuelve. El psicoanálisis lo refiere como el objeto perdido para siempre, por tanto, no hay forma de recuperarlo, tan sólo en la metáfora y la elabaroación analítica.
El bosque en el relato filosófico o teológico es una analogía de una mala gestión. La cual se ordena atrapada en un tiempo y un espacio de sequía o de una gran frondosidad de clorofila. El cambio climático es la metáfora del presente. Auguramos sequías y fuego. Es la figura representada por las arboladas infernales quemándose por drones, misiles, efectos del carbono y hornos nucleares. Es la vuelta de Uranus que no acepta el relámpago de la fertilidad de primavera. En los caminos del bosque, occidente nos presenta una ecología oscura.