El mundo avanza y retrocede por la presencia de factores que intervienen de forma brusca en su desarrollo. Tantos los avances como el retroceso producen fracturas en la vida personal, institucional y social. Desde enero de 2025, el mundo observa, con miedo, cambios bruscos en la geopolítica continental y mundial. Observa, también, un miedo creciente, generado por las amenazas, el lenguaje punitivo y la exhibición de una soberbia económica y política electrizante. Se visualiza, además, una nueva manera de entender y de asumir la humanización. Se dan pasos acelerados para volver a épocas en la que los humanos pierden esta dimensión y se convierten en antorchas de la muerte.

Está claro que la vida en un mundo disruptivo nos pone frente a cambios bruscos que desean exterminar aquello que ha servido de base para la construcción de sistemas caracterizados por el diálogo, el consenso y la democratización progresiva de las relaciones y de los procesos nacionales e internacionales. Cuando las transformaciones se pretenden con medidas radicales, que desconocen derechos, marcos jurídicos y las relaciones bilaterales, la disrupción requiere atención. Por un lado, precisa más creatividad para pensar y diseñar nuevas estrategias de acción que reorienten la naturaleza y el modo de hacer los cambios. Por otro lado, demanda resistirse a la prepotencia y al miedo exacerbado.

El mundo disruptivo que habitamos, impele a diseñar y a aplicar políticas nacionales y geopolíticas que afirmen la identidad nacional y continental, desde valores que prioricen la justicia, la inclusión y la equidad. Éste ha de ser el camino. Para construirlo es necesaria la intervención cualificada del campo de la educación. Pero, para avanzar en esta dirección, se han de reforzar las políticas y los procesos relacionados con la formación de la identidad local, regional y mundial. Urge fundamentar la identidad del pueblo dominicano, desde programas de formación con referentes históricos objetivos y coherentes. Se ha de fortalecer, también, la conciencia y la identidad con la región de la que formamos parte.

Las relaciones entre gobernantes y entre instituciones requieren más cohesión en América Latina y el Caribe. Sólo así se podrán asumir los desafíos y las amenazas propias de un mundo que le abre más espacio a los fuertes. Los más vulnerables, cada vez más, se asumen como sobrantes que no merecen estar vivos. Avanzamos hacia un mundo en el que parece que todo se puede comprar y vender. Participamos de una esfera global dominada por los más ricos, muchos de los cuales olvidan la dignidad y el respeto que los pueblos merecen. Es tiempo de reorganizar las fuerzas y juntos construir políticas educativas y socioeconómicas que garanticen la integridad de las personas y, de igual forma, el respeto a las culturas y a la soberanía de los pueblos.

Otra tarea prioritaria es pensar e implementar políticas educativas que desactiven el miedo. En esta época es inadmisible la actuación que se afirma en el miedo como instrumento prioritario de la gobernanza. El miedo paraliza, distorsiona el poder de la mente y convierte a las personas en instrumentos fáciles para la manipulación y la pérdida de libertad. Se ha de trabajar de forma intensiva para fortalecer la autonomía de las personas y de los pueblos. Para ello es necesario contar con un proyecto de sociedad claro y con principios rectores que reconozcan y respeten la dignidad humana. Atrás las decisiones y los procedimientos amenazantes, promotores del miedo personal y colectivo.

Los que tienen como arma el miedo son. al mismo tiempo, presa de sus propios miedos. La unión, a nivel nacional y continental, no espera. Es una prioridad trabajar activamente en esta dirección. Es posible esta tarea. Es imprescindible en un contexto en el que la vida está marcada por un mundo disruptivo cuya direccionalidad apunta en contra de los más vulnerables.