Hay un auge de la extrema derecha a nivel global. El quiebre del paradigma creado por la economía post segunda guerra mundial en los países de Europa y Norteamérica ha hecho irrumpir las derechas extremas populistas. Estas también se han expandido hacia América Latina, particularmente en Brasil, Argentina y Chile.
En el periodo anterior se mantuvo la estabilidad política en base a un predominio de los partidos socialdemócratas en Europa occidental y a los avances del Estado del Bienestar en el mundo industrial. Entre la socialdemocracia (centroizquierda) y la democracia cristiana (centro derecha), con matices y variantes de todo tipo, todo estuvo controlado por las instituciones de democracia liberal. En EEUU la tradicional lucha entre republicanos y demócratas continuó en el marco de un capitalismo imperial ejercido por ambos partidos.
Un consenso entre estas corrientes políticas permitió una gran estabilidad del sistema político en los llamados “gloriosos treinta” en el mundo desarrollado. El periodo que va de 1945 a 1975, grosso modo. Fin de la guerra, surgimiento de los Estados Unidos como potencia dominante, creación de nuevas instituciones controladas por el hegemón occidental, como el complejo de las Naciones Unidas, las instituciones multilaterales de desarrollo -Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo y sus pares en África, Asia y Oriente Medio, Rondas del GATT, entre lo más relevante-.
Algunos factores no previstos debieron ser concedidos. El más importante fue el proceso de descolonización ayudado y apoyado por la Unión Soviética y la República Popular China. La India, Asia del Sudeste, el mundo musulmán y África fueron de una forma u otra obteniendo la independencia de las antiguas metrópolis coloniales. Para ilustrar el caso, cuando la ONU fue fundada, eran solamente 50 estados. Hoy la ONU tiene oficialmente 193 países, sin incluir Palestina, Puerto Rico, Guyana (f), todos los territorios coloniales existentes a la fecha bajo control de Francia, Reino Unido y los Estados Unidos. No sería absurdo pensar que en unas décadas la ONU pueda tener más de 250 países miembros.
La descolonización fue un factor fundamental. Ya sea aquella conquistada por los movimientos de liberación nacional, como en Vietnam, Argelia, Angola, Mozambique, Eritrea o por grandes movilizaciones como el caso de India, que incluía entonces a Pakistán, Bangladesh y Sri Lanka. Tanto Inglaterra como Francia entendieron que para mantener por la fuerza a las colonias era preferible una “independencia pactada” con amplia dependencia de los nuevos Estados respecto a sus metrópolis.
Esto, unido al boom económico de la postguerra, indujo a los países colonizadores a traer a las metrópolis grandes cantidades de trabajadores migrantes de África subsahariana, del Magreb y el Norte de África, de India, de Pakistán, de Vietnam y de muchos territorios recientemente “descolonizados”. En EEUU comenzó la masiva emigración de mexicanos, centroamericanos, asiáticos y caribeños.
Esto hizo surgir grupos extremistas y racistas en Europa y Norteamérica. No eran representaciones de los violentos y criminales del KKK creado por los demócratas en el Sur de los EEUU después de la Guerra Civil para combatir la libertad de los negros, sino movimientos que reivindicaban la herencia fascista, nazi y racista que persistente en muchos sectores de las sociedades occidentales. Así surgen fenómenos como la ultraderecha en Europa occidental, que inicialmente fue declarado un “cerco sanitario” como el caso del FPÖ en Austria, el primer partido de ultraderecha en formar gobierno con la derecha tradicional en 1999. También en Francia con el cerco al auge del Frente Nacional, y la unión de todas las fuerzas desde la derecha tradicional hasta la izquierda más revolucionaria. La “normalización” de la deriva ultraderechista de grandes sectores políticos y sociales, que pasaban de los partidos socialdemócratas o comunistas (Francia, Italia, Alemania entre los más relevantes) a engrosar los partidos fascistas se generalizó progresivamente. Esa evolución marcó que los partidos de la “derecha democrática” o centro derecha se acoraran cada vez más al discurso ultra de la extrema derecha: odio al inmigrante (sobretodo al inmigrante pobre, que creó el concepto de Aporofobia, u odio al pobre), ultra conservadurismo, neoliberalismo en algunos casos, nacionalismo extremo, rechazo a los “diferente”, incluyendo en ello los nuevos feminismos y movimientos por la igualdad sexual y los derechos de la comunidad LGBT, rechazo al derecho al aborto, racismo generalizado…
La centro derecha se fue convirtiendo en derecha extrema como respuesta al auge de la ultraderecha. En Francia el gaullismo desaparece para dar paso a una derecha extrema representada hoy por el macronismo surgido del Partido Socialista. En Alemania la socialdemocracia se reduce cada vez más, a favor de la AfD, Alternativa por Alemania, un partido neo nazi. El trumpismo y alt-rigth en EEUU, desplaza cada vez más a los republicanos moderados y se hace con el partido republicano, mientras el partido demócrata se acomoda más y más en manos del capital financiero, Wall Street y los ultra ricos. El auge de la pobreza y los multimillonarios en EEUU está polarizando cada vez más la sociedad norteamericana. Los fenómenos progresistas de centro izquierda como el encabezado por Bernie Sanders han sido borrados, igual como pasó con Jeremy Corbin en el partido laborista en Gran Bretaña. En España, la ultraderecha convive dentro del Partido Popular de origen franquista. Pero decidió montar tienda aparte en 2013 encabezados por Santiago Abascal, y asesorado por Esperanza Aguirre y Steve Bannon. En Italia, los neofascistas del MSI se transformaron “Fratelli d’Italia” con el mismo discurso racista, anti inmigración, anti aborto, anti derechos LGBT, y el mismo programa enarbolado en toda Europa. Puede decirse que asistimos a una “Internacional neofascista”.
Ahora bien, en América Latina, al mismo tiempo que triunfa López Obrador en México, Petro en Colombia, Lula en Brasil, Alce en Bolivia o Boric en Chile, además del triunfo de la presidenta Xiomara Castro en Honduras y recientemente del electo presidente Arévalo en Guatemala, surge con fuerza una corriente racista, fascista y ultra neoliberal que amenaza con arrasar con las conquistas logradas.
El bolsonarismo, un movimiento ultraderechista con amplias bases de los evangélicos y los militares borra a los partidos de la derecha tradicional de Cardoso y Collor de Melo; el surgimiento del Partido Republicano de Kast en Chile que reivindica abiertamente la dictadura y los métodos de ella, borra la democracia cristiana y la “derecha civilizada” en ese país; el movimiento El Yunque de México, que patrocina a Vox en España y al PAN en México y una pretendida “Iberoesfera” de ultraderecha, y a los movimientos de base ultra católica en la región, la evolución cada vez más ultraderechista del uribismo en Colombia; el movimiento ultra en Bolivia con bases en Santa Cruz de la Sierra y muchos otros, nos pintan un panorama de auge de la ultraderecha, la ideología de odio, la xenofobia, el racismo como bases ideológicas en la región.