Uno de los valores más importantes para la construcción del sentido de la vida y de la organización social es la paz. Históricamente, este valor ha sido objeto de negocio ilícito por las grandes potencias del mundo. La sacrifican para obtener ventajas geopolíticas; para incrementar sus finanzas y para lograr posiciones políticas que afirmen su poder en la esfera local, regional y global. La paz también se sacrifica para abrirle paso a la competencia desleal y a la trayectoria arribista caiga quien caiga. El valor de la paz no sólo se altera por la arrogancia de los más fuertes. Se vulnera, también, en los espacios domésticos y laborales con la mayor naturalidad. La vulnerabilidad de la paz es asombrosa.

La paz no es un accesorio, es una necesidad de los humanos, de los seres vivos. Sin ella, la vida personal y colectiva pierde horizonte. Son muchos los indicadores de destrucción generados por la negación de la paz. Este modo de proceder hace que se pierda la sensibilidad ante los horrores de las guerras. Los objetivos de la violencia y de la postura anti paz no respetan hospitales, centros educativos, iglesias y, mucho menos, la convivencia familiar y social. No les importan los niños, los ancianos. No se toma en cuenta a nadie. En esta carrera en contra de la paz, se está llegando muy lejos. La existencia se complica y las razones para vivir se tornan inciertas.

La falta de paz destruye los lazos fraternos que necesitan las personas y los pueblos para desarrollar su sentido de humanidad. La región está que arde: Venezuela con un conflicto electoral y gubernamental; Bolivia, con fuerzas partidarias de la misma familia política que se autodestruyen; Nicaragua, con un régimen dictatorial desgastante; Haití, un pueblo saqueado por potencias hegemónicas y olvidado de forma inclemente, no resiste más violencia. La República Dominicana participa de la violencia estatal y de la generada por una educación familiar y ciudadana débil. El Estado genera y sostiene postura en contra de la paz personal y social; y un indicador es la alta desigualdad.

El Boletín de Estadísticas Oficiales de Pobreza Monetaria en República Dominicana No. 11, año 9, de 2023, describe las reducciones en las tasas de pobreza que se producen en el país en ese período. Pero, al mismo tiempo plantea que las reducciones en la pobreza monetaria estuvieron seguidas por un crecimiento en la desigualdad monetaria en la sociedad dominicana. Este Boletín sostiene que el coeficiente Gini considerado para el año 2023 fue 0,378, 0.002 puntos más que en el año 2022. Esto se produce en la zona urbana y en la rural. Este incremento en desigualdad genera falta de paz, falta de estabilidad en el ámbito local. Esta carencia de paz no se produce sólo en el entorno individual; afecta el entorno social, también.

La situación de la región y del ámbito local presentan indicadores en contra de la paz. En la esfera mundial, rige la indiferencia ante la embestida contra la paz. Estados Unidos, la Unión Europea y China luchan por una paz aparente. En el fondo tienen más fuerza el comercio de las armas y los logros geopolíticos. Por ello, la muerte de más de 41,000 personas en Palestina no es nada; la guerra eterna de Siria tampoco es nada. Por esto, también, el gobierno de los talibanes puede acentuar la violencia contra las mujeres y hacer de ellas un objeto más. Lograr la paz es un proceso complejo y difícil que no depende sólo de los gobiernos. Implica a todas las personas en los contextos en los que interactúan.

Si este valor se vuelve escaso, tenemos que buscar estrategias y formas nuevas para que construyamos entornos que evidencien cultura de paz. En las familias hay que pensar y aplicar estrategias que generen relaciones pacíficas, menos violentas, relaciones respetuosas de los derechos de las personas. La escasez de paz supone un trabajo más eficiente e inteligente en el sistema educativo de Pregrado y en el Sistema de Educación Superior. Esta es una tarea conjunta. Entre todos hemos de contribuir para que los ambientes, las relaciones y los contextos sean más humanos. Este componente humano requiere paz personal, institucional y social.

Las iglesias pueden aportar más en la construcción de la paz. Estas tienen que ser más transparentes. Tienen que desactivar los focos de violencia interna que las vulneran, para que su aporte en los procesos de paz sea más efectivo. La necesidad de paz nos convoca a un trabajo más sistemático y compartido. Nos impele a pensar formas nuevas que posibiliten  el reencantamiento por el trabajo a favor de la paz. Es importante iniciar por los entornos más inmediatos. Hay tiempo todavía. La reorientación hacia la paz hemos de asumirla como una meta alcanzable y prioritaria.