El mundo está atravesado por múltiples problemas y preguntas sin respuestas. Es un espacio cada vez más tenso e inhabitable. La pandemia, las guerras, la exclusión y las migraciones intensivas lo convierten en un lugar inseguro y amenazante. Esta situación mundial hace que las personas vivan en un estado de indefensión alarmante. Para paliar la vulnerabilidad que genera la inestabilidad del mundo se crean innumerables vías de escape. Se diseñan formas nuevas de distraer a los gobiernos, a las personas y a las instituciones corresponsables en la búsqueda de solución a un mundo centrado en sí mismo.

Hay algo importante, y, es que todavía la gente tiene capacidad para preguntar. La raíz de sus preguntas descansa en la experiencia de desprotección que siente y vive. Es frecuente escuchar, ¿Por qué hay tanta desigualdad? ¿Por qué se extiende la exclusión en el mundo? ¿Por qué las guerras? Estas inquietudes se generan por la ambigüedad que caracteriza a la sociedad de la información y del conocimiento en la que interactuamos. Las prioridades de esta sociedad están centradas en la acumulación de capital. De igual manera, su esfera de acción le otorga relevancia al desarrollo científico-tecnológico sin rostro humano. Es una sociedad  cómplice del mercado agiotista y violador de derechos ciudadanos fundamentales.

 

De otra parte, como el mundo es plural y complejo, son muchas las personas que pactan con la lógica de un mercado robusto a costa de menos derechos reconocidos y respetados. Otras personas están convencidas de que no es aceptable, la complicidad con un mundo asimétrico, que niega valores nucleares, como el derecho al bienestar personal y colectivo.  Estas personas son las que encuentran en la Navidad un motivo de esperanza crítica. No se identifican con cualquier esperanza. Mucho menos asumen la Navidad como un evento más de la rutina que le ofrece el año. Tampoco la viven como una coyuntura para liberarse de las presiones atesoradas en la vida cotidiana.

 

La Navidad constituye un motivo de esperanza crítica para estas personas por razones diversas. En primer lugar,  por su identificación y compromiso con los valores que propone el Proyecto de Jesús, que nace en contexto de pobreza como la mayoría de los que habita este mundo. En segundo lugar, por la fuerza que adquiere la fraternidad en la celebración de la Navidad. Ante un mundo resquebrajado por las búsquedas individuales, las fiestas navideñas, impulsan y sostienen, el valor de las relaciones fraternas que generan cohesión y solidaridad continua. En tercer lugar, por la sinergia familiar que provoca y promueve. Es una sinergia que se expande y crea lazos que van más allá del núcleo parental. Se rompe la frontera de la propia familia y generan relaciones incluyentes en las comunidades y en las instituciones.

 

Vivir la Navidad como un motivo de esperanza crítica cambia la visión y la vida. La persona y la sociedad que tienen esta vivencia le ofrecen al mundo una savia que transforma. Es una transformación en el modo de encarar los problemas que permean la realidad personal, social e institucional. Le aportan a la sociedad un estilo distinto de entender y asumir su responsabilidad ciudadana. Su compromiso es con un país que avance en desarrollo humano, espiritual y científico-tecnológico.   Se adhieren a un desarrollo justo e inclusivo; asumen una práctica que trasciende lo controlable por los seres humanos. Descubren y asumen su experiencia ciudadana con la energía y la luz que brota del espíritu de Jesús.

 

La esperanza crítica moviliza todo aquello que le aporta al ser humano un corazón abierto. Esta apertura lo impele a trabajar para que todas las personas tengan la oportunidad de ser, de participar y de vivir plenamente. La esperanza crítica es comprometida y esencialmente humanizante.

 

La Navidad, un motivo de esperanza crítica, ahora y siempre.