La revolución digital ha permitido un proceso descentralizado de la circulación noticiosa al posibilitar que cualquier persona con acceso a un dispositivo electrónico y, conectado a la red, se convierta en agente de la información. Al mismo tiempo, este fenómeno ha creado las condiciones para una circulación no regulada de contenidos que, al carecer de filtros, ha permitido la propagación a gran escala de noticias falsas, discursos de odio, narraciones basadas en prejuicios ancestrales e interpretaciones mal intencionadas de los fenómenos sociales.

La ausencia de discriminación entre los contenidos fundamentados y las informaciones carentes de sustentación racional, así como la proliferación del discurso violento en función de prejuicios negativos identitarios, ha generado un clamor sobre la necesidad de regular los mensajes virulentos. Los poderes fácticos van en sentido contrario porque Meta, la empresa matriz de Facebook e Instagram, ha anunciado recientemente la eliminación de su programa de verificación de datos.

El referido programa permite que organizaciones independientes puedan  restringir o moderar la circulación de contenidos falsos y violentos. Como ha señalado Alexios Mantzarlis, director de Seguridad, Confianza y Protección de la sección tecnológica de la Universidad de Cornell, la medida traerá como consecuencias el incremento del acoso, del discurso de odio y de contenidos perjudiciales para la ciudadanía. (https://rpp.pe/tecnologia/redes-sociales/meta-elimina-la-verificacion-de-datos-y-adopta-un-sistema-similar-al-de-x-en-cambio-radical-de-moderacion-noticia-1608477?ref=rpp).

En el trasfondo del debate sobre si debe existir o no un sistema de verificación de los datos se encuentra la vieja contraposición de la filosofía política entre quienes entienden la libertad como un bien personal y quienes la conciben como un bien relacional.

Los primeros, situados usualmente en la tradición del liberalismo político, así como en su versión más extrema conocida como tradición libertaria, asumen que la libertad es un bien absoluto inherente a los individuos que no debe ser restringida por el Estado, ni por ninguna instancia institucional en nombre del bien común. Cualquier restricción de esta libertad y sus expresiones (propiedad privada, libertad de expresión, etc.) constituye un acto totalitario que pretende censurar al individuo y cancelar sus posibilidades de realización personal.

En contraposición, quienes entienden la libertad como un bien relacional asumen que la misma no puede entenderse al margen del cuidado mutuo. Por tanto, implica el establecimiento de unos límites sin los cuales la libertad misma quedaría destruida por el capricho personal, avasallada por la imposición del más fuerte.

La idea de que cualquier regulación a las redes amenaza la libertad parte de la falsa premisa de que todos los individuos están en igualdad de condiciones  para discriminar los contenidos que reciben y que el mercado puede erigirse en un juez imparcial de los conflictos humanos.

Y por supuesto, unido al supuesto filosófico de la libertad no regulada, también opera el interés de incrementar las ganancias exarcebando las pasiones de los usuarios convertidos en consumidores irreflexivos, así como la necesidad de un re-posicionamiento político más acorde con las nuevas tendencias de Washington, para obtener beneficios de los futuros escenarios propiciados por la nueva administración.

El rechazo a las regulaciones manifiesta una despreocupación por el cuidado debido a los demás, especialmente a los más vulnerables, aquellos sin capacidad real para contrarrestar los mensajes agresivos y que refuerzan su situación de fragilidad.