Desde hace unos años, en este mismo espacio en Acento, he abordado el tema de la inflación, analizando sus causas, durante la pandemia y fuera de ella. La inflación es un problema complejo donde coexisten los elementos reales de los procesos de producción de bienes y servicios y sus respectivos costos y la forma, modo o manera en que estos se mueven al ritmo de la oferta y la demanda.
Sin embargo, hay otros elementos puramente humanos e intangibles que, con el transcurrir del tiempo, han venido a afectando los precios de los productos en el mercado – en sentido general – y estos van desde un simple pan para calmar una boca hambrienta hasta un tractor para cultivar la tierra o mejorar las vías de comunicación y transporte de una zona geográfica determinada en una nación.
Y es que hay factores emocionales y psicológicos, inducidos o no, de manera subliminal, que pueden impactar en la inflación en un terminado momento. Daniel Kahneman, psicólogo y premio Nobel de Economía 2002. Él plantea, con bastante claridad, la relación de la conducta humana en los asuntos económicos y los mercados.
Sin embargo, la inflación se ha convertido en una poderosa arma para el enriquecimiento desmedido de los especuladores a costa de exprimir de manera infinita a la población completa; muy especialmente a la que vive de vender su fuerza de trabajo para poder adquirir el pan de cada día.
Parecería ser que estos sujetos han descubierto la teoría de que, por sus condiciones somáticas, las necesidades primarias de los seres humanos, son capaces, por su naturaleza biológica, de ponerlos de rodillas, aunque los precios sean inalcanzables. El espíritu de riqueza, según sus acciones, está por encima de la propia vida humana.
En el aumento de los precios, las razones especulativas que se mueven bajo la ambición y el egoísmo humano desmedidos, los factores psicológicos también existen. El afán de hacer fortuna a cualquier precio, sin importar el sufrimiento del prójimo, están a la orden del día y la vida cotidiana. La avaricia sabe apostar más a la muerte, que a la propia vida de los seres humanos. Y los propios gobiernos no pueden con el peso de esta fuerza ambiciosa y poderosa de la inflación, que se impone frente a la voluntad de los propios Estados y sus mandatarios.
Quien escribe estas líneas, vive desde hace cuarenta años a unos pocos metros de un gran centro de expendio de productos de primera necesidad y he visto cambiar las etiquetas cada día y cada semana, para cambiar los precios, sin que estos obedezcan al ritmo de la oferta y la demanda del mercado nacional o internacional ni del comportamiento de la tasa del dólar en el mercado. Es como si te sacaran tu propio dinero de los bolsillos.
Durante la pandemia, las causas de la inflación eran atribuidas a la cadena de distribución de las mercancías y al alto costo de la transportación marítima y aérea de los productos que se colocarían en el mercado, desde los puertos de embarque en los muelles de nuestros países. Las razones estaban muy claras. Pero resulta que ya no tenemos las causas incuestionables de los tiempos de pandemia. Da la impresión de que nadie se sacia de riqueza. Por esta posible razón, nadie sabe hasta donde llegará la inflación en el presente ni en el futuro. Es nuestra amarga predicción.
Más allá de la guerra entre dos países, la inflación tiene componentes especulativos, como producto de la ambición humana.