La intuición se le ha llamado subjetividad en el lenguaje alemán, es lo que en la epistemología se asocia con el sujeto, lo que se siente, la reflexividad que nace del interior y se corresponde a un espacio íntimo. Lo que se asocia con el yo fracturado de ese que se mira, a través del otro. Es esa fase contemplativa que te muestra el acto del pensamiento y del ser. Yo pienso que es el ojo del espíritu que mora en nosotros y puedes ver la causa primera de las cosas.
En lenguaje del pueblo es el escalofrío o la voz que te dice no salgas o sigues por otro lugar. Es ese trámite que viene del interior y que en lenguaje psicoanalítico se llama inconsciente. A la altura de este inicio de año, no quito el ojo, a los grandes mitos occidentales sobre la paz y me adentro en la historia para entender, porque no ha sido posible, una paz perpetua como dijo Kant. Simplemente el poder es clave para entender esta amenaza de siglos. Quieren poder y buscan poder sin importar a quiénes se llevan con sus pies de barro.
El siglo XXI muestra la tragedia de la guerra, a pesar de los ruegos de la humanidad pidiendo que se detengan y formulen acuerdos de paz. Estamos cansados de mirar el llanto, la destrucción de edificaciones, la muerte en su plena actividad. No más silencio. No podemos seguir evadiendo los diálogos de paz. Los diferentes medios de comunicación nos arrojan y confrontan con el dolor de nuestro prójimo. La guerra es un gran delirio psicótico. Es la incapacidad humana de bajar la cabeza y de no sentir al otro. No entendemos todavía la justa dimensión de lo colectivo. Somos gregarios por eso reconocemos la existencia del colectivo, los significantes de la cultura, lo que define nuestra humanidad. Ningún ser humano es superior o inferior a otro. Tampoco es más que otro.
¿Qué tengo que hacer para no avergonzarme, por tanta inequidad y destrucción?
Nos enfrentamos al individualismo radical. Nos enfrentamos a los que creen que la justicia social y políticas públicas que dan paso a la solidaridad social deben desaparecer. Estos individuos que se han apoderado de las riquezas de todos y todas, quieren imponer su soledad psicótica con propuestas de guerra y de romper los lazos humanos de afectos, compañerismo, bondad, amor, no violencia y no venganza. Estos billonarios no están conforme con los hombres y mujeres de trabajo, quieren sustituirlos por maquinarias y quitarnos derechos humanos. Quieren destruir la comunidad.
El homo sapiens es una especie única con capacidad de simbolizar, imaginar y ser ante todo una criatura de conocimiento. Somos los conmovidos del planeta.
La guerra es un gran fracaso. Es el delirio que nos somete. Una eterna repetición de destrucción que impone su necesidad nocional interna, la de destruirnos como especie. Este mito se impone, por eso entiendo que en el 2025, no habrá acuerdos de paz.
La paz es vista como un no significante, por eso nadie sede. Es el absoluto hegemónico del significante vacío que planteó Ernesto Laclau. Los señores de la guerra no tienen respuestas. ¿No hay respuesta?, estamos enlazando suturas en una o varias heridas que continuamente se abren por el modelo de sociedad que impone un mundo/realidad que diseña maquinarias de muerte.
El famoso uno por ciento de los superricos que están en el poder no quieren la paz. No quieren que podamos comer, que podamos tener un trabajo digno. Ellos están proponiendo e imponiendo un discurso, bajo un orden individualista. Esas narrativas están articulando un sistema de dominación que promueve un portafolio para sustituir los derechos humanos. Estamos en un momento peligroso.
Es un orden tripolar: China, Estados Unidos y Rusia. ¿Vendrá otro Yalta? No me lo creo. Los que organizan el modelo digital, lo que dirigen las amenazas de una posible guerra nuclear, están imponiendo su mirada sobre nosotros, la gente corriente.
Ellos tienen su agenda abierta: la de más acumulación, destruir todo a su paso (naturaleza), expulsar a los trabajadores, imponer la máquina sobre los humanos, exclusión, perder derechos humanos, deshumanizarnos, imponer la extrema derecha en el poder y agudizar el patriarcado. Es el fascismo del siglo XXI, se creen superiores racial y étnicamente. Tienen la autoridad y se creen tener el control de lo ético y estético. Ellos continúan su vieja agenda de corporativismos y autoritarismo a ultranza. Ellos son los cornudos históricos.
El uno por ciento del mundo tienen un relato arrollador para convencernos de que son el poder y lo imponen burlándose, bailando y desnudándose para lograr la mayor explotación, exclusión, rompernos con nuestros mismos discursos comunitarios. Ellos crean escenarios de guerra, defienden el fascismo, controlan todos los medios de las redes de comunicación.
El orden social comunitario, no existe. Dejan atrás el postestructuralismo. Estamos bajo fuego con sombrillas.
La paz se añora, pero no se quiere. La paz se pide como una limosna. Es la sociedad del espectáculo individual, pues nos atontan con los móviles, para no hacer preguntas. La destrucción del otro, un motivo principal para la pandilla moderna. Estamos educando, a nuestros jóvenes en el deleite de juegos violentos. ¿Qué esperamos con ese tipo de socialización? A muchos, no les importa lo que le hacen a su prójimo. Pues la interpretación correcta para ellos, es satisfacer sus pulsiones de destrucción, sin importar los daños a terceros. Las mentiras, y calumnias son hoy verdades. Es la gran herida de los conceptos a priori. Son tan banales como una tirada de dados.
No hay giros críticos. Hoy podemos teorizar sobre la naturaleza en sí misma, los comic de Los Picapiedras o las aventuras de Robín Hood y el hombre Araña, más no podemos detener los drones ni los misiles. Empero siempre entramos en esos espacios en lo que olvidamos, la psiquis con sus pulsiones aterrorizadoras que emulan, los mitos destructivos del mundo antiguo. Estas tragedias de muertes y variopintos actos violentos contra otros, son tan comunes como el diluvio y la envidia de Caín con Abel. Cómo salir de esos viejos universales de pulsiones y síntomas pervertidos que están muy presente en el significante de la guerra. Las salidas son muchas, pero estamos tan ciego como Saúl, el hombre que posteriormente se le concedió el milagro de ver.
Ya a nadie le importa la universalización de la contingencia y si será posible, a partir de nuestra interpretación subjetiva poder reflexionar sobre el mundo actual y encontrar una pequeña brecha para superar este fracaso absoluto que nos arropa con el manto de la guerra.
Los antropólogos y antropólogas conocen que el sentido de los significantes fue lo que permitió la evolución del homo sapiens. Son esos constructos imaginarios con lo que soñamos, amamos, compartimos, dialogamos y aceptamos la diversidad. Esto fue lo que nos convirtió en humanos. Hoy, eso no se discute, está en bajo perfil. Los nihilistas dirían han colapsado. Yo todavía tengo esperanza, pero de hecho, no quiero ser engañada con la propaganda populista, ni los progresistas que todavía confían en el sistema de Estado/nación. Yo quiero pensar en Schelling, Higemota, Dussel, Guarocuya y en los proyectos éticos que proponen paz. ¿Qué tengo que hacer para no avergonzarme, por tanta inequidad y destrucción? Yo sigo apostando por la paz.