Nadie puede negar que en el último medio siglo la República Dominicana ha experimentado un crecimiento promedio sostenido, realmente envidiable, de más de un 5%, a pesar de las quiebras  bancarias de 2003 y, por supuesto, de la crisis financiera mundial de 2008.

 

Por demás, nuestro país ha mantenido una estabilidad política importante en el marco de un régimen democrático imperfecto. No obstante, hay motivos para la preocupación: Nuestra economía es muy dependiente de los factores externos y por lo tanto muy vulnerable a cambios negativos en la economía mundial.

 

Y ese es uno de los principales peligros que amenaza la estabilidad económica y social que exhibimos hoy.  Por otro lado, nuestro crecimiento es muy desigual, pues no está marcado por el desarrollo humano.

 

Existe mucha desigualdad, mucha pobreza, nuestra deuda social es muy grande, mucho más que nuestra deuda pública, que está llegando a su límite.  Todo esto es agravado por una crisis mundial económica, política y sanitaria sin precedente y cuyas consecuencias son imprevisibles a corto y mediano plazo. La humanidad está en ascuas.

 

Enfrentar los retos que nos depara el futuro requiere de una visión unificadora del liderazgo político y social, así como un plan de acción con metas viables y medibles, acompañado de un monitoreo riguroso de la ejecución.

 

Obviamente, se trata de algo fácil de decir, pero hacerlo dentro de nuestra realidad política y social, parecería imposible, un sueño, una utopía. El sistema político rentista y clientelar erosiona los fundamentos de nuestra estructura gubernamental y de todos los organismos del Estado.

 

La desconfianza en lo público es grande y añeja, aunque  en cada periodo electoral, y con el surgimiento de un nuevo gobierno, renace por el momento la esperanza y el optimismo de que las cosas cambiarán. Pero al poco tiempo la historia se repite. Retorna el desencanto.

 

En este momento es de suma importancia evitar un continuo deterioro de la confianza. No se puede permitir que se marchite la esperanza de nuestro pueblo en la posibilidad de que, aún en estas circunstancias de crisis mundial, podamos capear el temporal y sentar las bases para construir un futuro más promisorio.

 

 

En el informe que presentó el especialista francés Jacques Attali (República Dominicana 2010 – 2020), junto a un equipo dominicano y extranjero que lo acompañó, hizo mucho énfasis con el tema de la confianza pública.

 

Comparto esta cita: “La restauración de la credibilidad del Estado y de la confianza de los ciudadanos  es la base  de todo contrato social y por lo tanto de todo proyecto; ella implica medidas enérgicas y drásticas de transparencia, racionalización y de profesionalización de la función pública. Ninguna acción estratégica deberá ser emprendida sin estos fundamentos políticos e institucionales , están ausentes o deficientes”.

 

Es preciso que la ciudadanía sienta que cuentan con gobernantes merecedores de su confianza.

 

Entre los factores que generan más desconfianza están  las promesas incumplidas, un sesgo que caracteriza toda vida política de la República Dominicana y en este periodo de gobierno, lamentablemente, el fenómeno está tomando matices alarmantes.

 

Si evaluamos todas las promesas que han hecho nuestros principales funcionarios, que no se han cumplido, tenemos de frente un escenario preocupante. Como dominicano, que amo a mi patria, que sueña con un país con menos pobreza y más igualdad, con ciudadanos más educados y que gocen de buena salud, me preocupa el deterioro que se puede producir en la confianza de la población y sus expectativas.

 

Es necesario que la sociedad civil, los partidos políticos de oposición, pero sobre todo el propio gobierno, desarrollen un monitoreo de las promesas, el grado de cumplimiento, los niveles de ejecución y el tiempo en el que se pueden concretar todas.

 

Debe ser un monitoreo efectivo, sin contaminación política, ya que la politiquería lo corrompe todo. La tarea es principalmente del gobierno, porque es quien tiene más que perder, ya que la falta de confianza pone en peligro su futuro político. En ese sentido, el monitoreo ha de estar acompañado de un régimen de consecuencia para aquellos funcionarios que hacen promesas, fijan tiempo y no cumplen.

 

Esto último es una tarea de la Presidencia y de nadie más.

 

Otro tema al que debemos prestarle mucha atención es, como decía en la introducción, es el relativo a lo vulnerable que es nuestra economía a los factores externos y lo que esto puede significar en un futuro inmediato.

 

Ya estamos sintiendo muchas de las consecuencias de esa debilidad, la inflación que tenemos es básicamente importada, aunque la vemos multiplicada en lo doméstico a consecuencia del agiotismo y la especulación.

 

De ahí la importancia de integrar más nuestra economía al origen. Eso significa que debemos agregarle valor nacional a nuestros productos.

 

Se debe diseñar un plan en procura de crear un sistema robusto de sustitución de importaciones, sobre todo en insumos y materia prima para la industria y la agropecuaria. Esto requiere cuidado para no repetir los errores de la década del 80 del siglo pasado.

 

No es posible que en la República Dominicana el 80% de los insumos que se necesitan para criar un pollo sean importados. ¿Qué pasará el día que no llegue maíz o soya al país? Pero nuestra dependencia más dramática es la de combustible: somos importadores netos de petróleo, gas y carbón.

 

Hemos hecho esfuerzos por mejorar la producción de energía renovable, eólica, solar y de biomasa, pero todavía nos falta mucho camino por recorrer, muchas barreras por romper, para que se desarrolle a la velocidad y con los niveles de eficiencia que demanda el reto de seguir disminuyendo, por esa vía, nuestra dependencia de los combustibles fósiles.

 

La transición energética lleva tiempo y nuestro país tiene mucho potencial en materia de gas y de petróleo, que se podría explotar de manera sostenible tanto en lo ambiental como en lo social y económico, con grandes beneficios para el país.

 

Muchos opinarán que la explotación de hidrocarburos puede ser una fatalidad, pero mientras tanto los estamos importando, endeudando el país y limitando nuestra capacidad de invertir en salud, educación y en el bienestar de nuestra gente y las futuras generaciones.

 

Esas son tareas básicas imprescindibles para emprender la senda del desarrollo. Desafortunadamente, creo, y ojalá equivocarme, que la clase política dominante,

con notables excepciones, no está en eso. Su incapacidad e interés la limitan.

 

Es preciso voltear la tortilla y luchar por el surgimiento de líderes comprometidos, capaces de dirigir un proceso transformador de la sociedad dominicana y construir, de cara al futuro, un país donde nos sintamos felices y orgullosos de vivir.