China perdió la primera guerra del opio contra Inglaterra, en 1842, tuvo que abrirse al comercio de opio y otros bienes occidentales, ceder el control de Hong Kong y algunos puertos, y su población fue nuevamente abastecida de drogas. Pero, aun así, pocos años más tarde se produjo la segunda Guerra del Opio, a la cual se sumaron Francia, Estados Unidos y Rusia, sufriendo una nueva derrota. Estos episodios iniciaron lo que la historia china conoce como el siglo de la humillación, en que su territorio, población y cultura fueron abusados, viéndose obligada a firmar tratados que les daban derechos a potencias occidentales a explotar su mercado y perdiendo en manos extranjeras importantes ciudades y partes de su geografía.

Durante el siglo de la humillación, China se vio sometida a un pasmoso empobrecimiento y lotificación de su territorio. Su principal ciudad, Shanghái, así como Cantón quedaron parcialmente repartidas en pedazos entre ingleses y franceses, Hong Kong pasó a control británico, Macao a Portugal, los rusos se apropiaron de casi todo el norte; posteriormente los japoneses se aprovecharon, apropiándose de toda la parte norte y oeste que había dejado Rusia en territorio continental, así como de diversas islas adyacentes a China, incluyendo Taiwán.

La pérdida de autoconfianza la condujo a un debilitamiento hasta el punto de que, a comienzos del siglo XX, unos 92 puertos y sus regiones aledañas estaban controlados por 19 potencias extranjeras en territorio chino, incluyendo el estacionamiento de tropas y el libre uso de su litoral y vías fluviales.

Fue un período terrible en que esa sociedad, tras haber sido durante milenios el centro de la ciencia, la economía y el comercio mundial, cayó en un largo período de postración e inestabilidad, en que distintas potencias expoliaban sus riquezas, violaban a sus mujeres, esclavizaban y mataban a sus hombres, bloqueaban sus puertos y ciudades y hasta llegaron a imponerles los gobernantes.

Durante el siglo de la humillación, la economía china se convirtió en irrelevante. Para superar la situación, había que crear una sola China, lo que implicaba cambiar el imperio por república, controlando la acción de los múltiples caciques regionales, llamados señores de la guerra, unificándose el país a inicios del siglo XX.

No obstante, el siglo de la humillación no terminó sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial y la Revolución de 1949 que, en adición a una guerra civil, fue también una guerra de liberación nacional en que China fue recuperando gran parte de sus territorios ancestrales. Los más recientemente recuperados fueron las colonias de Hong Kong y Macao, quedando pendiente solo la isla de Taiwán, la cual, aunque fue arrebatada a los japoneses, sirvió de refugio al bando perdedor de la guerra civil y pasó entonces a ser una especie de protectorado de los Estados Unidos.

Es obvio que China no quiere ver repetida esta historia y se insertó dentro del proceso globalizador para volver a desarrollar su economía, convirtiéndose rápidamente en una gran potencia.

Ahora es una economía muy grande, hasta el punto de que, para su actualización del informe Perspectivas de la Economía Global, de octubre pasado, el FMI hizo una revisión de las ponderaciones de las distintas regiones y grandes economías en el total, y le da que en el 2024 China representa el 19.1 por ciento del PIB mundial, en términos de paridad de poder de compra. Imagínense que los Estados Unidos, siendo una economía tan grande, representan el 15%, lo que indica que el PIB chino supera en 27.3 por ciento al norteamericano.

Aunque el PIB estadounidense es superior al de China, es porque se mide en dólares a precios corrientes, y los precios son mucho más elevados en los Estados Unidos. Con lo que cuesta un viaje en el metro de Nueva York se pagan siete viajes en el de Shanghái, que sería la ciudad comparable. Algo similar sucede con casi todas las cosas.

Pero sigue teniendo el mismo problema de que produce más de lo que consume. Mientras lo necesitó, pudo utilizar el excedente para construir una impresionante infraestructura, educar a su población, desarrollar la tecnología e invertir en cuantiosas reservas internacionales, así como en promover su presencia en el resto del mundo.

Es bueno que la economía crezca y todos los países se esfuerzan por tener un PIB cada día más grande. Y siendo los chinos tantos, les falta mucho por crecer para alcanzar los niveles de ingreso que ya tienen los Estados Unidos, Europa o Japón. Ahora bien, ¿para qué es el producto?

El producto de cualquier país tiene tres posibles destinos: la inversión (para el bienestar futuro); la exportación (para comprar fuera lo que no se tiene, así como acumular reservas o pagar deudas), y el consumo (para el bienestar inmediato de la población). El problema del crecimiento chino es que se orientó mucho a la inversión y exportaciones y poco al consumo.

La inversión es positiva para que un país siga creciendo y para el disfrute de la gente; es muy bueno que haya más y mayores empresas, muchas viviendas, edificios, carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos. Pero ya China cuenta con abundante infraestructura que no ameritará tanta inversión en el futuro, por lo que el crecimiento de la economía no puede seguir absorbiendo productivamente tanta inversión. Gracias a un imponente ahorro interno, la inversión pública y el sector inmobiliario pasaron a constituir un motor importante del crecimiento.  Es evidente que ya no requiere tantas inversiones y eso le está creando problemas, con exceso de ahorro y capacidad productiva.