Entre los elementos más destacados de la recién publicada Encuesta de Cultura Democrática, realizada por el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo, genera inquietud la creciente desafección de los ciudadanos hacia las instituciones democráticas.  En realidad, ese no es un fenómeno nuevo, ni tampoco dominicano, sino que ha venido teniendo lugar de manera paulatina en diversas partes del mundo.

En nuestro país, lo que resulta más preocupante es que más de una tercera parte de los ciudadanos manifiesta que les da lo mismo un sistema democrático u otra forma de gobierno, o bien que bajo algunas circunstancias es directamente preferible un sistema no democrático.

De todas formas, es alentador que todavía más de la mitad de la población mantiene su apoyo a la democracia. Y de hecho, no es la República Dominicana el país de América Latina en que la población está más desalentada sobre el funcionamiento del sistema, lo que no es casual, ya que en muchos otros funciona peor desde hace décadas.

Pero sí debe mover a la reflexión de los gobernantes, la intelectualidad, dirigencia política y empresarial, que ese apoyo vaya a la baja, particularmente entre los jóvenes. Íntimamente vinculado al tema se encuentra la escasa confianza hacia el prójimo y hacia las instituciones, lo que se refleja en lo poco que los ciudadanos esperan de su Estado y lo tolerante que se muestran incluso hacia prácticas corruptas.

Es probable que la creciente indiferencia o desafección democrática se relacione con los elementos mismos que la gente identifica como propios de los regímenes democráticos. Particularmente destacan dos: el imperio de la ley (44%) y la igualdad social (34%).

Es extraño, en virtud de que se reconoce que las sociedades latinoamericanas tienen varias décadas registrando lo que se percibe como avances democráticos, en contraste con la mayoría de los países asiáticos, en que prevalecen regímenes autoritarios, pero resulta que en aquellos se registra mayor imperio de la ley y más igualdad social, mientras en Latinoamérica prácticamente no se avanza. Si fuéramos a juzgar por esos elementos, allí habría más democracia que en nuestra región.

En definitiva, depende mucho de las expectativas de la gente. Un amigo, con el cual mantengo una discusión por décadas, sostiene que la democracia no funciona en América Latina, pues lo vincula con la capacidad del sistema para promover el desarrollo económico y dar respuesta a las necesidades materiales de la población.

Para sostener su argumento, recurre al ejemplo de los países del sudeste asiático, que experimentaron largos períodos de crecimiento con regímenes dictatoriales, como Corea, Singapur, Taiwán, Hong Kong y después de ricos adoptaron instituciones razonablemente democráticas.

Sin embargo, entonces la dicotomía no debería ser entre democracia y dictadura, sino entre sociedades orientales versus occidentales, y habría que decir que en América Latina no ha funcionado la democracia, pero mucho menos la dictadura, porque hemos conocido largos períodos dictatoriales sin que hayan resuelto nada, sino al revés, han dejado a nuestros países más pobres, ensangrentados y expoliados.

Gran parte del desencanto de la gente tiene que ver con los procesos sociales, en que la globalización trajo consigo un empeoramiento en la distribución del ingreso, informalidad laboral, bajos ingresos y concentración de la riqueza en el mundo occidental, mientras en los países asiáticos y africanos, en que la globalización sí trajo algún progreso, nada de eso es atribuible a la democracia.

Al contrario, países democráticos los colonizaron y los mantuvieron en la miseria. Israel se considera un país democrático, y sin embargo comete genocidio contra los palestinos; Estados Unidos es democrático, y apoya, sustenta y financia ese genocidio, cuando no es que los ha cometido directamente, o bien ha impuesto y sostenido dictaduras y derrocado regímenes democráticos en otros países.

Tras la primavera árabe, algunos países en que, a instancias norteamericanas (a sangre y fuego), son ahora formalmente democráticos, se encuentran en una situación desesperada. Según la Encuesta de la Juventud Árabe de 2022, el 82 % de los árabes de entre 18 y 24 años creen que la estabilidad en que vivían antes es más importante que la democracia de ahora.

Sin contar que dicha encuesta se hizo antes de los bombardeos israelíes a Palestina, lo cual ha ocasionado en el Sur Global un creciente sentimiento anti Estados Unidos y Europa, cuyo solo nombre se asocia con la idea de democracia. Y también sin contar que en estos propios países la democracia está en retirada, o al menos en serios peligros.

En nuestro país y en América Latina, probablemente las generaciones jóvenes, que no vivieron la represión política, la persecución y la cárcel, o las restricciones a la libertad de reunión, de movimiento o de expresión, no valoren adecuadamente los frutos de las luchas y sacrificios de sus antecesores. Lo correcto es seguir luchando para superar las lacras de nuestra débil democracia, la corrupción, el clientelismo y la incapacidad del Estado para proveer bienes públicos a la población.

Quizás la gente espera de la democracia más que lo que la democracia puede dar, pero, aun con carencias, la libertad es un valor en sí mismo por el cual vale la pena luchar.